Estaciones con historias
¡Qué barbaridá…Qué barbaridá! Calcetines para caballeros…¡ A 40 centavos el par!
Con vozarrón estentóreo un español pregonaba su oferta en la vieja Estación Puerto a las horas de salida de los trenes. Los vendedores eran muchos, pero este señor se imponía y posiblemente, con el paso de los años y con la energía de su voz, llegó a ser un próspero empresario.
Puede haber sido el comienzo de la historia de muchos migrantes que llegaron a Chile a principios del siglo pasado en busca de mejores horizontes. Una foto de la desaparecida revista porteña Sucesos muestra a un grupo de estos españoles albergados en un hotel de emigrantes que existía en la Población Vergara de Viña del Mar, cerca del desaparecido Matadero Modelo, un estupendo edificio hoy convertido en depósito de materiales.
Pasaron los años y esos españoles seguro prosperaron como tenderos, ferreteros, panaderos o "agencieros", léase prestamistas hoy reemplazados por la Caja de Crédito Prendario. Ese mismo hotel fue ocupado años más tarde por trabajadores chilenos desplazados del norte por el cierre de las oficinas salitreras. Pobreza extrema a pocas cuadras de mansiones viñamarinas hoy demolidas y reemplazadas por pesados edificios. La situación de esos trabajadores que no encontraron un buen pasar en el norte fue descrita en alguna ocasión por un sacerdote español que desarrolló un ejemplar trabajo asistencial en el sector, Félix Ruiz de Escudero, titular de la Parroquia de San Antonio que hasta hoy conserva un sello de apoyo social.
Pero volvamos a la estación donde llegaban o salían largos convoyes con locomotoras a vapor. Allí llegaba el tren lechero, procedente de Limache, Quillota o Nogales, muy temprano, cargado con esos clásicos tarros de acero inoxidable. La leche se entregaba a los distribuidores que recorrían la ciudad en carretelas o en mulas y vendían el producto al detalle. Precursores de los sellos negros de advertencia, "alto en grasa", clarificaban el albo producto campesino con un poco de agua, "solución sanitaria" que también se aplicaba al vino.
Don Pedro Guzmán, un antiguo amigo con oficina en el sector céntrico del entonces vital Valparaíso, cuenta que muy temprano los trabajadores del puerto hacían su desayuno con un jarro de aquella leche, antes de ser bautizada, acompañada de una prieta y una tortilla de rescoldo que vendían en la puerta de la estación, precursor sándwich del choripán.
Las historias e historietas de la Estación Puerto son muchas, como aquella del timbre que la conectaba con el cercano Bar Arturo Prat. El jefe de estación, personaje importante en esos años, pulsaba el botón 10 minutos antes de la partida del último tren al interior, advirtiendo para que los parroquianos del bar pagaran su cuenta y llegarán puntuales antes del pitazo y las palmadas del conductor que ordenaba la salida del convoy.
La pera es pera, el tren no
Aplaudida y ruidosa era la partida de recién casados que viajaban a su luna de miel en algún hotel de Quilpué o Limache. Otros tiempos, viajes cortos, seguros y económicos.
Clásico y sobreviviente por años fue el Tren Arratia, bautizado así popularmente por su conductor, Basilio Arratia, eficiente comandante del barco ferroviario que puntualmente hacía su recorrido desde Llay Llay a Puerto, recogiendo a pasajeros en los pueblos del interior que venían a Valparaíso a trabajar, estudiar o hacer sus compras.
Reconocimiento a un funcionario, quizás mal pagado, que tenía clara conciencia de lo que es el servicio público.
Y desde la misma estación partía a las doce y media de la noche, a las 00.30 para decirlo preciso, un tren que llegaba hasta La Calera, conocido por el "Tren de los Curaos". Allí se embarcaban los trasnochadores que debían regresar a sus casas en las localidades situadas en el eje de la vía que remataba en Santiago.
La vía, 187 kilómetros de recorrido, terminaba en la Estación Mapocho, magnifica construcción de acero, hormigón y cristal inaugurada en 1910 como uno de los hitos del Centenario de la República, proyecto del arquitecto chileno de origen francés Emilio Jacquier.
Se dice que las grandes estaciones, como la famosa Gare du Nord de París, eran las catedrales del Siglo XIX. La Estación Mapocho, uno poco tardía, fue una de esas catedrales donde se mantuvo el rito ferroviario hasta 1987, cuando dejaron de correr los trenes de pasajeros entre Valparaíso y Santiago.
Movimiento moderno
Dejando de lado esa tendencia de raíces religiosas, el 23 de enero de 1937 Valparaíso inauguró la Estación Puerto.
De un estilo correspondiente al Movimiento Moderno, también Racionalista, marcó con su torre y su reloj lo que aparecía desde el mar como la Puerta de Valparaíso junto también a la torre de la Aduana.
El avanzado estilo arquitectónico se hacía presente en aquellos años con el edificio del antiguo Correo, el Teatro Valparaíso, hoy demolido, en la plaza Victoria, junto a un edificio de departamentos y el edificio de la Cooperativa Vitalicia en la hoy sufrida plaza Aníbal Pinto.
Este último, terminado en 1947, con sus 18 pisos en algún momento fue el edificio más alto de Chile y albergó en un amplio espacio con vista a la bahía al antiguo Club Valparaíso, hoy desaparecido como muchas instituciones porteñas.
Eran tiempos en que en Valparaíso se construía para la vivienda, para los negocios o para la entretención. Importantes inversiones que daban trabajo y modernizaban la fisonomía de la ciudad con las más avanzadas corrientes de la arquitectura, proyectando incluso nuevos accesos a los cerros como aquellas "espirovías", rampas en espiral que facilitarían el tránsito de personas y vehículos, propuesta del destacado arquitecto Alfredo Vargas Stoller. Nunca se concretaron, pero dan cuenta de un espíritu creativo de los porteños, hoy ahogados en medio de discusiones, acusaciones y prohibiciones.
Volviendo a la Estación Puerto, su integración a lo que era la entrada de la ciudad desde el mar tenía justificación, pues por ahí llegaban o salían en barco quienes viajaban hacia o desde Santiago e incluso a Argentina vía Trasandino, cruzando la cordillera de los Andes.
Amplio hall con numerosas boletarías, un selecto restaurante, oficinas de informaciones y cómodas salas de espera. En el mismo hall, atracción para los niños, un vagón a escala de pasajeros. Cuentan que más de un padre complaciente preguntaba si el lindo juguete estaba a la venta.
Intenso movimiento en la otrora moderna estación, hoy solo limitada a servicios locales de trenes. Como un recuerdo del pasado, en la puerta el vendedor de tortillas de rescoldo -¿Está todavía?- de los tiempos en que llegaba desde al interior el Tren de Arratia o el Tren Lechero.
Recuerdos, y esa peligrosa embriaguez de la nostalgia que nos hace afirmar que "todo tiempo pasado fue mejor…".
por segismundo