"La advertencia de que el palo te puede llegar es un signo constitutivo de la idea de autoridad en Chile"
"Palo y bizcochuelo, justa y oportunamente administrados, son los específicos con que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres", decía quien algunos señalan como el organizador de nuestra República, Diego Portales. Amado y odiado, su nombre sigue vivo en el debate político, además de darle significado a calles, colegios y universidades. "Un día me agarré los fundillos y tomé un palo para dar tranquilidad al país", le dijo otra vez a su amigo Antonio Garfias.
Este arquetipo portaliano es uno de los dos elementos que Kathya Araujo, directora del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder, reconoce en el ejercicio del modelo de la autoridad que en Chile, cree, aún es el hegemónico. Sobre eso profundizó en su libro El miedo a los subordinados.
Hay una anécdota suya en la que, mientras hacía una fila, un colado apareció, provocando una molestia generalizada que no se expresó encarándolo de frente, sino que a través de murmullos. Esa cotidiana situación le dio a entender a Kathya Araujo que quizás, en Chile, la cultura de derechos era más bien apariencia y que lo que primaba en realidad son las relaciones de abuso y sometimiento. De esto y más hablará en noviembre próximo, cuando forme parte de una nueva edición del Festival Puerto de Ideas.
- ¿Qué tan profundo nos caló como sociedad el palo portaliano?
- Diego Portales y la idea del patrón de fundo siempre están retornando en los discursos de las personas respecto a este modelo de ejercicio autoritario de la autoridad en el país. Es con Portales que aparece esta imagen de que toda autoridad tiene que, permanentemente, enrostrarle al otro la fuerza que podría llegar a ejercer. La advertencia de que el palo te puede llegar, en Portales, es un signo constitutivo de la idea de autoridad en Chile, pero uno lo puede ver en otras cosas también, como el hiperpunitivismo que hay socialmente, eso de que para que se hagan las cosas hay que amenazar con sanciones, que todo se arregla con castigo, y mientras más duro, mejor.
- Además de Portales habló del patrón de fundo. ¿Qué implica?
- Un intercambio de dones por obediencia y acatamiento. Es una cosa que aparece en la política, pero también en instancias de la vida diaria, como en el trabajo, donde se producen grupitos que protegen a la autoridad y que se basan en dones y favores. El patrón de fundo siempre está rondando, se impone y habla desde una superioridad innegable, pero que, al mismo tiempo, está produciendo esas alianzas a través del intercambio de dones, favores y privilegios.
- ¿Chile, entonces, es un país más de fuerza y favores que de razones?
- Se utiliza poco la argumentación. Una cosa es que te digan hay que hacer X porque es importante, te muestren las ventajas de hacerlo y te expliquen X. Otra muy distinta es que te digan que debes hacer X porque si no te caerá una multa. Aunque esto ha ido cambiando, en el mundo del trabajo siempre estuvo extendida la idea de que no importaba si tú no entendías el global de lo que estaba pasando, tenías que hacer lo tuyo. Tomar en cuenta al que obedece se ha desarrollado poco en este modelo autoritario del ejercicio de la autoridad. Para el que obedece este modelo produjo, básicamente, una tendencia a obedecer sin estar conciliado con lo que se está haciendo, lo que conlleva a una desafección y a veces a mucho enojo.
- Pero imagino que eso de alguna forma está cambiando...
- Estamos en un momento convulso donde hay intentos, en diferentes áreas, de que eso cambie. Antes, el ejercicio de la autoridad se justificaba en una representación social compartida por todos. Todos compartíamos que el presidente era a quien le entregaríamos superioridad, lo mismo con el jefe o el juez. Hoy ya no es así. Lo que estamos viendo es que las figuras de autoridad se deben sostener cada vez más en sus propios rendimientos, así como en las expectativas de quienes obedecen. La autoridad ya no está tranquila en su posición, sino que debe estar permanentemente sosteniendo ese lugar. Hay nuevas expectativas. Si antes la autoridad debía ser distante, ahora no; los nuevos rendimientos implican que el otro te vea como cercano, que te interesas por él y que lo haces de buena fe. Esa es una de las maneras en que hoy la autoridad se sostiene.
- Me recuerda un poco la figura de Hugo Chávez, que cantaba rancheras, que jugaba con los niños, que lloraba en los actos públicos.
- Eso es parte de lo que algunos califican como populismo y no es que nos hayamos vuelto todos populistas. Junto con esos rendimientos de cercanía y afectos, se pide que la autoridad tenga un saber. Que sepas lo que haces es otro requisito, además del afecto. En el trabajo si eres jefe y no sabes lo que haces, perdiste tu lugar de autoridad en un segundo. Hoy día nadie tiene garantizado el lugar, sino que es una prueba permanente, una exigencia de mayor coherencia en las figuras de autoridad, y eso es un gran cambio.
- ¿Vamos hacia el fin de la idea de autoridad como la conocimos?
- No es que las personas rechacen la autoridad, porque la necesitamos para cuestiones muy simples en la vida. Si no tenemos cómo gestionar esas asimetrías de poder que necesitamos para que la vida social ocurra, estamos en un problema. Porque la otra manera de gestionarlas es con formas mucho más fuertes y totalitarias, de controles más fácticos, como ocurre, por ejemplo, en China.
- ¿Qué modelo de autoridad le impusieron a los chinos?
- El control fáctico de la población es muy alto y tienes a una población vigilada, que se conduce a través de un juego constante de recompensas y castigos. Si no resolvemos el giro en el ejercicio de la autoridad de manera virtuosa, siempre es posible esa otra forma que a las diferencias y los desacuerdos los quiere solucionar por medio de modos más o menos totalitarios.
Cambio en quien obedece
Este giro que reconoce Kathya Araujo en el ejercicio de la autoridad seguirá siendo defectuoso, asegura, en tanto la autoridad y quien obedece permanezcan como piedras, estáticos en sus pretensiones. Ambos están obligados a desarrollar variaciones y, de no ser así, corre grave riesgo el modelo deseado de autoridad en este cambio cultural que atraviesa nuestro país. Una mezcla explosiva, dice, entre la aplicación histórica de un modelo autoritario de la autoridad y la emergencia de elevadas expectativas democratizadoras.
- ¿Cómo debe ser la metamorfosis en el que obedece?
- Fortalecer lo que podríamos llamar como sentido común de la finitud del otro que, si no la tienes, podrías estar pidiendo cada vez más, al punto de defenestrar a todo el mundo, que es lo que está pasando hoy. Cometes el error más pequeño y te defenestran. La vida social necesita de esta coordinación.
-De no darse esa coordinación, ¿nos encaminamos a una suerte de círculo que, de no cerrarse, dará pie a la exacerbación de las prácticas autoritarias?
- Es un problema global. Las críticas hacia el ejercicio tradicional de la autoridad son generalizadas y, ante eso, la reacción tiende a ser a afirmar aún más la posición autoritaria. Todavía más portaliano y patrón de fundo y eso agudiza la contradicción que estamos teniendo.
- Eso no se oye muy esperanzador.
- Me gustaría ser más positiva, pero no puedo y por eso el título de mi presentación en Puerto de Ideas es "Tenemos que hablar de autoridad". Es algo que nos compromete a todos. Le pides a la autoridad que deje de ser autoritaria y se lo pides autoritariamente. Nadie quiere soltar la idea de que la fuerza es el instrumento más valioso que hay.
- ¿Qué piensa de ciertas corrientes anarquistas que proponen sociedades horizontales?
- Creo que la defensa de la libertad es un bien, pero hay que entender sus riesgos cuando desestimas el hecho de que las sociedades están inevitablemente constituidas por asimetrías de poder. En las diferentes situaciones sociales está jugándose el poder de todas maneras y al poder hay que mirarlo de frente, no hacer como si no existiese. Ese es el riesgo más grande. Organizaciones, por ejemplo, que aparentan ser horizontales y donde hay unos altos grados de control y poder. En las asambleas, el poder informal, el poder que circula amparado en su invisibilidad, es más peligroso. Yo prefiero mirarlo a la cara y encontrar socialmente modalidades para cuestionarlo o gestionarlo, antes que hacer como que no existe, porque es ahí cuando las dinámicas llevan a ejercicios de poder verdaderamente complicados de controlar.
"Al poder hay que mirarlo de frente, no hacer como si no existiese. Ese es el riesgo más grande. Organizaciones, por ejemplo, que aparentan ser horizontales y donde hay unos altos grados de control y poder. En las asambleas, el poder informal, el poder que circula amparado en su invisibilidad, es más peligroso".