El descubridor del desnudo
El 25 de septiembre de 1886 fue inaugurado el Teatro de la Victoria de Valparaíso, iniciativa municipal donde el presupuesto inicial se quedó corto y fue necesario una emisión de bonos por 200 mil pesos para continuar las obras paralizadas. En fin, ninguna novedad.
El proyecto se concursó y el ganador fue el arquitecto Eduardo Fehrman, que se llevó un 10 por ciento del presupuesto inicial, unos 20 mil pesos de la época, mucho dinero.
Junto a esa importante cantidad, don Eduardo se ganó también una cerrada ovación el día de la inauguración cuando los porteños conocieron la magnificencia de la obra levantada precisamente frente a la Plaza de la Victoria, donde se emplaza actualmente la Plaza Simón Bolívar.
Según el gran cronista de Valparaíso Roberto Hernández, "a juicio de todos, el Teatro de la Victoria era una obra arquitectónica como pocas había en América…respecto cuya estabilidad y seguridad no cabían temores". Sin embargo, escribe Hernández ", bastaron los primeros remezones del 16 de agosto de 1906 para que aquello se desplomara y arruinara como cosa de juguete".
El lujoso teatro, que abrió sus puertas con la actuación de la Compañía Lírica Francesa que presentó "Mignon", basada en una obra de Goethe, solo duró 20 años. El colapso de lujosas construcciones porteñas fue general. A metros del teatro se desplomó la residencia de doña Juana Ross mientras la avenida Brasil "es un vasto cementerio", afirma el ingeniero civil Hormidas Henríquez, quien en la época analiza las edificaciones más costosas y postula que "la albañilería es poco apta para resistir esta clase de esfuerzos", aludiendo al terremoto. El tiempo, la destrucción y los miles de muertos le dieron la razón.
Pero el destructivo terremoto no solo fue un gran drama para los porteños, también desapareció un incipiente museo de bellas artes que surgía en los salones del hermoso recinto, iniciativa de unos de los grandes de la pintura chilena, Alfredo Valenzuela Puelma.
Alcalde inspirado
En 1893, Luis Waddington, alcalde de Valparaíso, en una de esas felices inspiraciones que a veces tienen los alcaldes, designó a Valenzuela Puelma como administrador del Teatro de la Victoria, con un respetable sueldo de 150 pesos mensuales. Acertado, pues era un artista destacado no solo en el pincel y las telas, sino que también, en segundo plano, un músico.
De carácter fuerte, el artista tenía ya reconocimiento en Europa y en Chile, pero lo dominaba una eterna insatisfacción.
Organizó salones anuales de arte que, siguiendo con los aciertos municipales, fueron dotados con 15 mil pesos en premio a los artistas más destacados. La condición era que las obras pasaran al patrimonio cultural de la Municipalidad para un futuro Museo de Bellas Artes de la ciudad.
Destacan los trabajos presentados en los salones de 1896 y 1897, que demostraron que la pintura en Chile y en Valparaíso estaba ya en un nivel internacional.
Importancia del desnudo
Y uno de los protagonistas de este gran avance de la cultura nacional fue precisamente Valenzuela Puelma. Nacido en Valparaíso en 1856, a los 12 años ingresó a la Academia de Pintura, donde fue alumno destacado del maestro italiano radicado en Chile Giovanni Mochi. Antes, a los diez años, dominaba el piano, como ejecutante y también compositor.
Su paso por Valparaíso fue en blanco y negro. Trabajó con entusiasmo en su taller de calle Independencia. En algún momento su quehacer le causó problemas, pues los desnudos de sus obras, que posiblemente se veían desde casas vecinas, escandalizaron a las religiosas del cercano convento y colegio de los Sagrados Corazones, Monjas Francesas. Su esposa Carlina tapó con sábanas las indiscretas ventanas. "fue el primer pintor chileno que ve el desnudo como tema plástico de primera importancia", afirma Romera en su Historia de la Pintura Chilena.
Se relacionó en el puerto con el gran Juan Francisco González, con Thomas Somerscales y fue maestro del destacado Alfredo Helsby.
Gran dolor fue la muerte de su hijita Ana.
Su primer viaje a la capital francesa fue "de serio aprendizaje, captó la esencia de los grandes maestros con verdadera pasión, con ansias de escrutar sus secretos. Aprendió la técnica de los grandes pintores desde dentro", escribe Romera. Así, logra el artista dominar la figura humana y dando vida a sus personajes.
Hay reconocimientos oficiales, logrando el financiamiento de sus estudios en Europa y también en importantes salones. Pero su vida es una eterna incertidumbre que no frena su trabajo, hasta llegar a un triste final.
Estaba dominado "por el deseo de perfección", afirma Romera y agrega que "si observamos con atención sus obras mejores, podremos ver la utilización de una técnica reflexiva y lenta. La ancha y fluida escritura figurativa, la pincelada modeladora del relieve, indicaban un aprendizaje serio".
El crítico porteño Enrique Melcherts lo describe como un artista "a quien los designios de un destino adverso lo hicieron vivir incomprendido y en eterna beligerancia con el medio y la estrechez del ambiente artístico de la época".
Orgulloso hasta la muerte atesoraba sus cuadros, pese a interesantes ofertas de compra. Decía que preferiría destruirlos y estuvo al borde de hacerlo en París cuando le sobrevino un ataque de locura.
Tres veces estuvo en Francia, su último viaje fue sin retorno. Allí murió pobre en el manicomio de Vellejuif, pese al reconocimiento de su trabajo, y con un desequilibrio mental que lo persiguió largamente y que ya se advertía en Valparaíso.
Y aquí están algunas de sus obras y dio fruto su semilla de un museo de Bellas Artes que se inaugura oficialmente el 27 de junio de 1942, en un modesto pero concurrido segundo piso de la hoy castigada calle Condell. Serán 80 años, como para celebrarlos, oportunidad también para darle el nombre del pintor porteño a alguna calle por ahí.
por segismundo