"La vida es duelo constante, y eso yo lo aprendí muy joven"
Tras el inconmensurable dolor por la muerte de dos hijas durante un veraneo, la autora nacida en Viña del Mar publica un libro donde lentamente la desolación deja paso a la paz e incluso a la alegría. Años después siente que se amigó con la muerte.
"Todos, alguna vez, nos hemos preguntado si seríamoscapaces de sobrevivir a un dolor tan brutal. En el libro Si digo muerte, digo vida, de Paula Assler, podemos entender qué es lo que nos protege a la hora de experimentar esta desgarradora experiencia. La autora revive y relata con total transparencia el desgarro de una madre que pierde a dos hijas y su fortaleza para afrontarlo", dice la psiquiatra Valentina Capponi en el prólogo de la obra.
Su padre, el connotado psiquiatra Ricardo Capponi, quien fue el terapeuta de la autora por muchos años, da luces acerca de la génesis de esa capacidad. "Este testimonio demuestra que la fortaleza se gesta no cuando sucede la tragedia, sino mucho antes: en el entrenamiento previo de esta capacidad de sobreponernos a las pérdidas", escribió antes de morir.
Paula Assler Alemparte nació en Viña del Mar y vivió sus primeros años en la calle Vicuña Mackenna, en Reñaca. Y aunque la familia se tuvo que radicar en Santiago, ella nunca cortó su profundo vínculo con la ciudad: venía con sus hermanos a pasar los veranos en una casa que tenía su mamá dentro de la quinta de sus abuelos en ese sector costero, y recorría la playa, el campo, la calle Valparaíso y sus negocios en compañía de su entrañable abuela Raquel, relatos que integran la primera parte del libro, donde cuenta su vida desde la niñez, luego de haber vivido experiencias potentes y marcadoras.
Dos pérdidas desgarradoras
En la segunda parte, narra el mayor duelo que le haya tocado vivir. La pérdida de dos de sus hijas, María José (23) y Antonia (34), en un accidente tan terrible como irreparable: se ahogaron arrastradas por una desconocida corriente en una playa de Perú, mientras varios miembros de la familia, incluida Paula, que estaban en la arena, no pudieron hacer nada para socorrerlas.
"Todos los eneros veraneaba con mis hijos en una casa muy linda que arrendábamos en Maitencillo. Era una tradición. Pero ese año, cuando llamé a la dueña, supe que se la había arrendado a otra persona. Empezamos a buscar otras opciones, y una amiga de la Coté dijo que tenía una casa en Perú, en un lugar muy lindo, y que nos la podía arrendar".
Así comienza el relato de aquellas vacaciones que de un momento a otro se transforman en tragedia, y entre cuyas imágenes conmociona la desolación del grupo que se amanece sentado en la cuneta junto a la morgue de un pueblo costero a la espera del término de las autopsias.
Paula Assler ha escrito que la vida es un duelo constante porque siempre nos estamos despidiendo de algo. ¿Eso lo internalizó después de sus pérdidas? ¿Eso lo entiende alguien que nunca lo ha sufrido?
"Sí, la vida es un duelo constante, y yo lo aprendí muy joven", responde la autora. "Asumí la pérdida de mi abuela, la de mi padre que estuvo ausente diez años, y cuando pequeña la de mi perro que yo quería mucho y lo atropellaron. Evidentemente mi pérdida más grande han sido mis hijas, y claro, es difícil que una persona que no ha perdido hijos se ponga en el lugar mío. Pero creo que no hay nadie en esta tierra que no haya vivido una pérdida. Como digo en mi libro, cada día nos estamos despidiendo de algo, incluso del día que se va".
"es importante normalizar la muerte"
- En ese sentido, ¿su libro tiene el valor de acercar a las personas al destino ineludible de la muerte, cosa que en esta sociedad, en general, ni siquiera se menciona?
- Se menciona poco porque da miedo hablar de ella. Pero sin muerte no hay vida. Pensemos en un árbol que todos los otoños pierde sus hojas, pero luego viene la primavera y las hojas vuelven a brotar con mucha fuerza. Pienso que si no hay sufrimiento no hay felicidad, creo que para mí el encuentro con el sufrimiento me permitió encontrar paz y alegría. En ese momento mis hijas tuvieron su muerte pero en mi familia nacen tres nietos, eso es volver a la vida. La gente tiene temor a la muerte porque es algo desconocido, no sabe con qué se va a encontrar, teme dejar lo conocido. Es importante hablar de la muerte, normalizarla. Desde que somos muy niños vamos viviendo muertes, y es importante que la vayamos incorporando y naturalizando, creo que es una forma de perder el miedo. Para perder el miedo no se necesita haber vivido una gran tragedia como la que yo viví con la muerte de mis hijas.
- Cuando pudo incorporar a sus hijas dentro de su ser y sentir que siempre están allí, ¿de alguna manera fue como derrotar a la muerte?
- No derroté a la muerte, me amigué con ella, la abrazo y al hacerlo me abrazo con mis hijas en mi alma. Cuando pude soltar el nudo en la garganta ya me las pude meter en mi alma y dejé de buscarlas, de culparme y de buscar explicaciones.
- Eso es un poco lo que dice: "Mis niñitas están muertas y a mi lado, entonces la muerte también está a mi lado".
- Sí, la muerte camina a mi lado porque sin ella no me encontraría con mis hijas. Yo me he ido preparando para poder recibir la muerte como una amiga.
-Cuando regresa a Perú, dos años después del accidente, recuerda el mar que le quitó a sus hijas, pero esta vez también piensa en el mar que se las devolvió. ¿Es una alegoría del perdón?
- Yo sentí al volver a ese mar que era precioso, por eso metí las manos al agua y me reconcilié, fue como volver a vivir. En las rocas al lado del mar hay una cruz en homenaje a ellas, que fue puesta en ese año del accidente. Mi gran sorpresa fue encontrarme con una gruta en la que la gente les reza y les piden ayuda, a los pies de la cruz esta lleno de piedras de colores que la gente deja en la gruta para agradecerles. Sí, efectivamente es perdón, es reconciliación con ese mar donde murieron mis hijas. 2
Rosa Zamora Cabrera
rosa.zamora@mercuriovalpo.cl