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LA TRIBUNA DEL LECTOR 50 sombras de Gabriel

POR FERNÁN RIOSECO ABOGADO
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Emulando a Roberto Bolaño y sus 69 razones para no bailar con Neruda, presentamos cinco motivos para no danzar con el candidato de Apruebo Dignidad (la lista no es exhaustiva).

1. Su matrimonio por conveniencia con el Partido Comunista. Un fantasma recorre América Latina: es el fantasma del comunismo. Es curioso, porque el comunismo tiene actas de defunción certificadas ante notario: 1989, con la caída del Muro de Berlín, y 1991, con la desintegración de la ex URSS. Sin embargo, debido al populismo en América Latina, el comunismo se ha resistido a su extinción, mutando cada cierto tiempo en nuevas variantes que han dinamitado a distintos países de la región. El ejemplo es la dictadura venezolana de Chávez y Maduro, las dictaduras de Nicaragua y Cuba, y con distintos énfasis, los gobiernos de Argentina, México y Perú.

Dato mata relato: allí donde ha gobernado el comunismo ha engendrado hambre, miseria, pobreza, carestía, inflación y desempleo. La inflación acumulada en Venezuela asciende a 1.945% y en Argentina, 39%. La diáspora de 6 millones de venezolanos lo atestigua.

2. El futuro no es solo Venezuela, sino Perú y Argentina. Más que Venezuela, existe el riesgo de caer en los desgobiernos de Pedro Castillo en Perú y de Aníbal Fernández en Argentina. En solo tres meses, Castillo ha debido enfrentar la renuncia y remoción de varios de sus ministros y un pedido de juicio político en su contra. En el caso de Fernández, el manejo de la economía y de la pandemia ha sido tan malo que perdió por paliza las elecciones intermedias denominadas "PASO", en un giro hacia la derecha similar al del Partido Popular en España en mayo de 2021, que obligó al exilio político a uno de los más célebres apologistas del comunismo internacional: Pablo Iglesias.

3. No tiene carisma ni liderazgo político. El candidato carece de la mayoría de las virtudes de un estadista: experiencia, prudencia, inteligencia, templanza, independencia y determinación, entre muchas otras.

4. Existe un alto riesgo de desabastecimiento y fuga de capitales. Si Boric gana las elecciones, el riesgo de desabastecimiento durante las semanas y meses siguientes es real, lo mismo que la fuga de capitales e inversionistas. Es probable un desplome de la Bolsa de Valores. Y si cumple su programa (coincidente en un 95% con el del Partido Comunista), la inflación y desempleo de dos dígitos, el aumento del déficit fiscal y de la deuda externa podrían alcanzar niveles históricos.

5. Un probable gobierno de Boric y el Partido Comunista es la actual Convención Constitucional. Basta con echar una ojeada al desempeño de la Convención Constituyente para avizorar como sería un futuro gobierno del maridaje Boric-PC: un giro hacia la extrema izquierda, el aplastamiento de las minorías, el silenciamiento de opositores y, por supuesto, un guiño a las dictaduras venezolana, nicaragüense y cubana.

La elección es simple: libertad o comunismo. La conducta ética, dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco, es evitar lo peor o, en términos coloquiales, optar por el mal menor.

De usted depende la última palabra.

30 pesos, 30 años

POR RODRIGO REYES SANGERMANI PERIODISTA PERIODISTA
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El gran error de nuestros políticos (y ese error la gente lo castiga) ha sido querer atribuirse como propios cada triunfo electoral. Como que el electorado finalmente abraza su causa como única y verdadera, por cierto en desmedro de la opuesta que, para los efectos del sistema imperante, simboliza todo lo malo y perverso de nuestro quehacer político. Desde que, según Zygmunt Bauman, el mundo se ha puesto líquido, las elecciones han tenido resultados pendulares, ni Chile se convirtió en un país socialista al apoyar la candidatura de Michelle Bachelet ni derechista al elegir a Piñera cuatro años después en medio de una altísima evaluación de la primera. La gente en realidad no vota, veta.

Pero los partidos políticos, sus élites, están tan alejados de la realidad que terminan construyendo relatos maximalistas, haciéndonos creer que el electorado, repentina y mágicamente, ha asumido el paquete completo de su ideología.

Parte de los fenómenos que hoy advertimos, y de los que somos parte, es propio de esa modernidad líquida que ha cambiado el eje de la vida cotidiana. Los inconformismos son múltiples y variados, obedecen a lógicas tanto políticas, económicas y sociales como tecnológicas, valóricas y culturales. No solo queremos, por ejemplo, mejores pensiones o trabajos más dignos, mejor educación y una sociedad más solidaria, sino también mejores sueldos, más libertades civiles y seguridad ciudadana; queremos a los pueblos originarios integrados, pero deploramos la violencia en la Araucanía, no la justificamos; validamos el derecho a manifestarse libremente en la calle, pero también pensamos que el orden social es fundamental; creemos necesario hacer profundas reformas a nuestra institucionalidad, sin embargo, no queremos desconocer todo lo que el país ha avanzado, al menos en comparación con el vecindario, en casi todos los aspectos medibles sociales y económicos.

El estallido social no era solo patrimonio de algunos que pretendieron borrar los 30 años de gobiernos de la transición, como se nos hizo creer; no fueron los 30 pesos, pero tampoco fueron esos 30 años para una inmensa mayoría. Fueron muchos más los motivos profundos del porqué los chilenos salieron a protestar, tampoco el contundente triunfo del Apruebo significó que el carácter del cambio constitucional tuviera una sola dirección, de nuevo se equivocaron, como cuando Piñera dijo que en 20 días se había hecho lo que no en 20 años, al inicio de su primer gobierno.

¿Dónde está, entonces, la clave para entender la elección del 19 de diciembre, supuestamente construida desde los opuestos, cuando lo que hacen los candidatos del balotaje es intentar morigerar sus discursos y acercarse a las ideas de los programas más moderados de la primera vuelta?

Sin duda, nuestro proceso de modernización ha dejado mucha postergación en el camino, son muchos los temas pendientes en nuestro derrotero político y social. El crecimiento no vino aparejado de mayor justicia social relativa, las desigualdades aumentaron, y pese a los discursos grandilocuentes de uno y otro lado, el país desarrollado que se anunciaba en cada campaña en realidad pareció ser un espejismo útil para las pancartas y las evaluaciones propagandísticas. Ese supuesto estado de desarrollo se alejaba cada día más dada la estructura social de nuestro país que ni siquiera alcanzaba a corregir una amplia cobertura en la educación escolar y superior. Muchos de nuestros males, sin duda, provienen de una educación pública destruida por una pésima gestión y de una incapacidad de generar oportunidades a los jóvenes. La delincuencia y el narcotráfico en las poblaciones provienen de ese problema y la solución, por cierto, en el largo plazo, no puede ser policial.

Pero como nunca la clase política, ensimismada en sus propios intereses, dejó de ver lo esencial, más importante era proteger a su gente instalada en cargos públicos sin importar sus deplorables gestiones, o buscar entre los rostros de la televisión candidatos que pudieran asegurar votos en desmedro de una cierta ética partidaria y distante de las ideas fundacionales de la respectiva tienda política.

En democracia somos nosotros quienes elegimos a nuestros políticos, es cierto, por eso tenemos lo que nos merecemos, y por eso también somos finalmente responsables. Sin embargo, la responsabilidad principal la tienen los representantes de la ciudadanía electos y mandatados para ejercer liderazgos e interpretar mejor los avatares de nuestra vida y convivencia. En eso fallamos y en eso han fallado.

El derrotero de este 19 de diciembre nos obliga a actuar con responsabilidad, y a los candidatos pedirles escuchar genuinamente, no solo a sus huestes maximalistas, sino a la ciudadanía que mayoritariamente quiere paz y democracia al mismo tiempo que reformas profundas de un país tensionado por sus propios errores, su propia soberbia y su propia desidia.