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El regreso de la ¿mala?cocina

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Esa 'cocina' tan denostada por la nueva generación es precisamente parte de la democracia, cuya esencia está en la deliberación y negociación para buscar el mejor final en pos de la ciudadanía. Eso fue lo que vivimos. Se logró llegar a buen puerto, aunque el proceso haya sido algo traumático".

Veinte horas duró la primera ronda de votaciones para elegir esta semana a la nueva mesa de la Convención Constitucional. Un proceso que fue lento, algo tortuoso, pero que culminó con la nominación de la académica María Elisa Quinteros a la cabeza de la entidad.

La jornada fue larga, extenuante y recibió una serie de críticas por la dificultad de los convencionales para llegar a acuerdos. Y cuando lo lograron, más importante que los hechos fueron las explicaciones y la capacidad de crear realidades.

Entonces, tras dos días infartantes, las lecturas fueron distintas. Una de ellas fue la del convencional Agustín Squella, que en plena discusión advirtió que "no dimos una buena imagen con esa sucesión de votaciones infecundas, varias de ellas erráticas, y que solo ponían de manifiesto el egoísmo, la ineptitud y la falta de experiencia política de los colectivos más numerosos que hay al interior de la Convención".

Aquello fue retrucado por el exvicepresidente Jaime Bassa, que -como si hubiera estado en otra convención distinta- aseguró que "el país no está acostumbrado a ver estas nuevas formas de deliberación pasiva, abierta, al aire libre, sin techos sobre nuestras cabezas, sin paredes rodeándonos. (…) Una deliberación democrática y pública que se da a ojos de la prensa".

Por añadidura, el abogado explicó que lo vivido en las nueve rondas de votación era "una forma de democracia real que el Chile del siglo XX no conoce" y dijo que no le extrañaba que personas como Squella no la entiendan porque es algo "empujado por las nuevas generaciones".

Esas palabras parecieron incendiar la pradera. Ahí, Squella contratacó recordando que aquella expresión fue usada por Hitler y exclamó "¡Vaya presuntuosidad y abuso creer que desde esa noche hay una nueva democracia! Lo que hubo esa noche fue mala política, improvisada, egoísta, plagada de zancadillas".

¿Cuál de esas dos versiones es la real? ¿Hubo dos convenciones paralelas y no nos enteramos?

Más allá de las lecturas respecto de cómo se reordenaron las fuerzas políticas -que en la constituyente es pan de cada día-, ambas visiones contrapuestas tienen algo de cierto, dando muestras de un fenómeno más complejo: la lucha generacional en la política, donde la pretensión de eliminar a los "viejos vinagres" del regreso a la democracia se asemeja a la soberbia del adolescente que cree sabérselas todas y puja por independizarse emocionalmente del padre. El hecho que tras la dictadura los cuadros dirigenciales prácticamente no cambiaran con la llegada de la democracia, hizo que la entrada de la siguiente generación se pospusiera hasta ahora. Eso está cambiando y una muestra clara es la llegada de Gabriel Boric a la Presidencia. Pero lo que la nueva generación no está valorando es la experiencia de los viejos, algo muy propio de nuestra cultura, en una muestra de edadismo que denosta la sapiencia de los mayores. Lo refundacional de la adolescencia está hoy presente. Para bien y para mal.

Hay otro tema en estas lecturas también, que tiene que ver con la demonización de conceptos que se han convertido casi en satán hecho carne y que se asocian a la vieja gestión de lo público. Así, por ejemplo, el debate, la negociación propia de una institución política, la famosa "cocina", se han transformado en los últimos años en lava caliente, en circunstancias que la deliberación y el ser capaces de llegar a acuerdos forma parte fundamental de la convivencia humana y, por cierto, de la administración del Estado.

¿Qué queda de esto para la ciudadanía? Un mix en el que se mezclan tres posturas: dos más apasionadas, los que creen que fue efectivamente una muestra de democracia y lo felicitan, y los que piensan que fue una cocina a imagen y semejanza del Congreso (otra institución caída en desdicha). Y un tercer grupo que o no se enteró o le dio exactamente lo mismo.

Lo cierto es que efectivamente lo que ocurrió esta semana fue una muestra de democracia, concepto que hay que recordar que también cayó en desgracia durante algo más de dos mil años (Aristóteles la llamó una mala forma de gobierno).

Hoy la respetamos y la validamos. Y esa "cocina" tan denostada por la nueva generación es precisamente parte de la democracia, cuya esencia está en la deliberación y negociación para buscar el mejor final en pos de la ciudadanía. Eso fue lo que vivimos esta semana, se logró llegar a buen puerto, aunque el proceso haya sido algo traumático. El Frente Amplio y la convención no han inventado la pólvora, están trabajando como debe ser en política: llegando a acuerdos. 2

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Misión periodística en Valparaíso

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Roberto Hernández arraigó cariño en la ciudad puerto. De Valparaíso y su gente hizo familia y ciudadanía. Desveló historias e ilustró con rigor y llaneza a través de libros y artículos, sobre la vida cultural que alumbró en el siglo XIX y comienzos del XX".

Llegó a pocos días del terremoto de 1906 que asoló a Valparaíso. Fue testigo del dolor y la ruina, de escombros y muertes. La ciudad debía rápidamente levantarse, enfrentar la severidad con que la naturaleza la había castigado. En medio de estas circunstancias extremas y preguntas angustiantes, la población exigía respuestas certeras y expeditas. Pues bien, el joven Roberto Hernández Cornejo, con 28 años, asume la conducción al frente de la edición provinciana del desaparecido diario "El Chileno". De la edición central del periódico en Santiago, había sido secretario de redacción desde 1902, bajo la lúcida dirección de don Enrique Delpiano. El mismo Delpiano, lo envió al Puerto después del sismo.

Desde los primeros días de "El Chileno" Valparaíso estaba en las pautas editoriales, en crónicas y noticias, por el carácter de principal puerto en la costa sur del Pacífico. Un bello edificio en la calle Condell 1234, todavía en pie, era el lugar de trabajo. Había sido adquirido por la empresa periodística en 1901. Don Roberto no desconocía la ciudad, pues desde Melipilla, su tierra, viajó con frecuencia de muchacho, especialmente con su padre. Ahora, asumía la dirección de la edición porteña que se publicaba con cierta autonomía de Santiago.

¿Qué hace este periodista al asumir la dirección de "El Chileno" porteño? Con claridad y aplomo propone un pensamiento directriz para actuar en coherencia, según dice en "Vistazo periodístico a los ochenta años". Allí confiesa: "Las dificultades eran muchas y muy graves, pero mi propósito no fue otro que afrontarlas sin desmayo. Desde luego, la norma del diario, para sobreponerse a la crisis y defenderse con eficacia, debía ser la de una firme y constante fiscalización de todos los servicios, animado del bien público por sobre toda otra consideración".

Este es el programa periodístico de Roberto Hernández al llegar a Valparaíso. De este modo, por las páginas de "El Chileno", salen a luz los hechos y situaciones alarmantes, que piden rápida reacción para cautelar el bien común. Ahí está la campaña en defensa de los asegurados del terremoto, a quienes la misma compañía aseguradora, que pagó a los damnificados del terremoto del 18 de abril de 1906, en San Francisco de California, Estados Unidos, no quería hacerlo a los de Valparaíso. El diario argumentó con estudios "a la vista de la jurisprudencia sobre los juicios de incendios provenientes de terremotos". El efecto positivo de la campaña fue que pagaron a los afectados. Por eso, Roberto Hernández recibe un cheque en gratitud, documento que se apresuró a endosarlo para la "Liga de Estudiantes Pobres de Valparaíso", y así permanecer libre en su labor. ¡Honradez y ética periodística!

La fiscalización en el periodo inmediato al terremoto, se hizo con celo. Como la denuncia en vísperas navideñas de 1906, por los polvorines en almacenes de la Armada de Chile, en las inmediaciones del cementerio y con grave peligro de explosión para los habitantes, a causa de la dinamita existente en almacenes sin los debidos resguardos. Roberto Hernández aparece denunciando en la portada del diario. Es que el riesgo para la población era evidente y produjo impacto. Hubo hasta discusión en el Senado y el Director General de la Armada, Jorge Montt, debió atender el asunto en forma veloz.

Agréguese a lo dicho, el combate documentado contra el abandono del magnífico proyecto Kraus sobre el puerto, que estaba listo para realizarse antes del terremoto. Tras el sismo, surgen otros intereses y propuestas. El caso, es que, incomprensiblemente, fue desechado, lo cual constituyó, según Hernández "un gravísimo error" y "desatino". Áspera es también la campaña que sigue sobre irregularidades graves en la policía; como vigorosa la de las alzas de la tarifa en la locomoción urbana de los tranvías eléctricos. Así, pues, el programa es claro: ¡únicamente importaba cautelar y atender al bien general de la población!

Roberto Hernández arraigó cariño en la ciudad puerto. De Valparaíso y su gente hizo familia y ciudadanía. El puerto fue para él objeto de estudio predilecto. Desveló historias e ilustró con rigor y llaneza a través de libros y artículos, sobre la vida cultural que alumbró en el siglo XIX y comienzos XX. Por eso la ciudad lo adoptó como "hijo ilustre" y estas notas históricas lo recuerdan, dado que el próximo 11 de enero, son ya 56 años de su fallecimiento. 2

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