Secciones

POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA Vida, pasión y muerte del diario La Unión

E-mail Compartir

La nostalgia es convocante. Los nostálgicos se reúnen cada año recordando tiempos escolares o laborales. Se aplica aquello, verdad a medias, de que todo tiempo pasado fue mejor. Se evocan problemas que en su momento parecían insolubles y que, finalmente, se resolvieron solos. Y se evoca también a los que ya no están o aquello que ha desaparecido.

Se reunían en enero, recuerdo, quienes habían trabajado en la fenecida Refinería de Azúcar de Viña del Mar, ahogada tras maniobras financieras que terminaron hasta con un ministro en visita. Y justamente también en estos días finales de enero se reunían, creo en el Club Valparaíso, también desaparecido, quienes habían trabajado en el también sepultado diario La Unión. Quedan el edificio, sin la torre, el nombre y los recuerdos.

La Unión fue fundado el 23 de enero de 1885 por un grupo de caballeros católicos en momentos de luchas doctrinarias que hacían crisis por temas como las leyes del matrimonio civil y Registro Civil y la de cementerios laicos.

Hasta la ley de 1883, casi todos los cementerios eran católicos, con excepción de los instalados por agrupaciones disidentes, caso del existente hasta hoy en el cerro Panteón de Valparaíso.

Esos cementerios católicos eran administrados por fundaciones de beneficencia que dependían del Gobierno de turno. Por la ley señalada esos recintos pasaron a ser públicos y, por tanto, fallecidos de cualquiera religión o de ninguna podían ser sepultados allí. Abdón Cifuentes, en sus entretenidas memorias relata que "la autoridad eclesiástica se vio obligada a quitar la bendición a los cementerios que se declaraban comunes, es decir, a execrarlos… Esto, que era lo natural, lo lógico… sublevó las iras del Gobierno".

Funerales macabros

Subsistían aún cementerios parroquiales o de sociedades católicas particulares, pero por decreto se prohibieron las sepultaciones en esos recintos.

Para los católicos era fundamental emprender el viaje final en territorio consagrado y para lograr ese propósito "comenzaron a llevar los cadáveres de sus deudos en busca de una tierra bendita a escondidas a altas horas de la noche", relata.

La batalla recién comienza y "el Gobierno hizo cercar de tropas los cementerios católicos", recuerda Cifuentes.

El cerco incluso llegaba a las afueras de las casas de los moribundos, para evitar el traslado clandestino de los cuerpos. Manuel Balbontín simuló una mudanza en carretela para llevar a terreno sagrado el cuerpo de su madre fallecida. Debió quebrar las piernas del cadáver para introducirlo en un bulto. Un sobrino de Cifuentes, víctima de la viruela, fue conducido en medio de la carga de una mueblería hasta un cementerio católico. El cuerpo de la abuela del sacerdote Agustín de la Cruz "viajó" como pasajero en un coche del servicio público hasta el cementerio católico de Santiago y fue sepultado en la noche, a escondidas. Pero alguien vio la inhumación, el cadáver fue desenterrado y dejado en la morgue, donde pudo finalmente ser encontrado.

Gobernaba Domingo Santa María, liberal, se decía era masón. Los conflictos del oficialismo tocaban también la educación y la designación del arzobispo de Santiago. La Moneda tenía su candidato, Francisco de Paula Taforó, rechazado por la jerarquía que postulaba a Mariano Casanova, finalmente nombrado por el Vaticano en el gobierno de Balmaceda. Para complicar la situación Santa María dispuso la expulsión del delegado papal Celestino Del Frate.

Los católicos en medio del conflicto se agruparon en la Unión Católica, con presencia en todo el país e impulsaron el proyecto de crear un gran diario en Valparaíso, centro económico nacional. Se llamaría La Unión y saldría en la mañana, para adelantarse a El Mercurio que aparecía a mediodía. Carlos Lyon, integrante del grupo y corredor de comercio, cuenta Cifuentes, "decía que lo que da vida a los diarios eran los avisos; que él, como comerciante, podía conseguir los avisos de la mayor parte de las casas de comercio y así asegurar la subsistencia del diario". Diario de la mañana suponía el gasto de pagar a trabajadores nocturnos y, en cuanto contenido, agrega "numerosos redactores católicos de nota, que en esa época eran escasísimos". Así, en medio de dudas y problemas, el 23 de enero de 1885 aparece La Unión, compitiendo con El Mercurio y otros diarios "liberales", según el memorialista.

Pesaba el tema económico, pues pese a las simpatías ideológicas, aquellos comerciantes conocidos de Lyon con dificultad se metían la mano al bolsillo a la hora del financiar el nuevo diario.

Decisión del arzobispo

Pero la idea avanzó y se crearon también ediciones de La Unión en Santiago, 1906, y en Concepción, que desaparecieron por falta de recursos. La Unión de Valparaíso, en poder de la Iglesia, aparecía igualmente condenada a muerte por problemas económicos hasta que en 1919, el arzobispo de Santiago Crescente Errázuriz, de quien dependía la Iglesia de Valparaíso, acepta la proposición del abogado Fernando Silva Maquieira. Profesor de derecho, católico practicante, ofrece al prelado arrendar el diario y seguir financiando su publicación.

Gran aventura, pesada carga y la Iglesia asume la mitad de las pérdidas. Silva modernizó el diario y desarrollos importantes campañas de alcance regional y nacional y, a la vez, incorporó a la redacción a precursores del pensamiento social de la Iglesia, manteniendo cercanía con el Partido Conservador. Falleció en 1934 y continuó en esa ruta como director su hijo Alfredo Silva Carvallo, también en la línea de defensa regional y, especialmente, en cuestiones de soberanía en medio de los permanentes litigios limítrofes. Figura destacada en ese campo fue el abogado, luego sacerdote, Enrique Pascal.

Algunas campañas significaron querellas y hasta la prisión del director. También el diario afrontó una huelga de su personal.

Entre importantes firmas de La Unión estuvieron Salvador Reyes, Roberto Hernández, Horacio Hernández, Jaime Vives, Jorge Fernández Pradel, sacerdote jesuita, y Tomás Eastman. En sus páginas se iniciaron Renzo Pecchenino, Lukas, y Rubén Bastías, y también Emilio Filippi, Carlos Ansaldo, Germán Gamonal y Ramón Cortés Ponce, fundador de la Escuela de Periodismo de la U. de Chile. Justamente La Unión fue un diario formador de periodistas.

Muchos nombres, largas jornadas periodísticas que mostraron a La Unión como un duro y leal competidor de El Mercurio de Valparaíso.

La marejada dc

Esta etapa del diario termina el verano de 1967. Escribe Alfredo Silva Carvallo:

"Hoy, 17 de enero de 1967, termina medio siglo de una misión espiritual y periodística que La Unión se enorgullece de haber cumplido en la historia del periodismo chileno. Nuestra empresa termina sus funciones por voluntad del arzobispo-obispo de Valparaíso, Excmo. señor Emilio Tagle Covarrubias. Ignoramos hasta ahora los motivos de esa determinación que puso un fin inesperado a relaciones contractuales mantenidas durante 47 años".

¿Qué había pasado?

La marejada del triunfo de la Democracia Cristiana con Eduardo Frei Montalva a la cabeza, llevó a un grupo de esa tendencia vinculado a la Universidad Católica de Valparaíso, a presionar al prelado para que les entregara la operación de La Unión, de propiedad de la Iglesia.

El manejo de la empresa, desencuentros políticos internos y hasta el fracaso de una candidatura parlamentaria fueron alterando la marcha del diario.

En los 70 se intentó formar una cooperativa que, finalmente, colapso en 1973. Un remate judicial de los bienes muebles de La Unión cerró una tradición periodística iniciada en tiempos tan tumultuosos como aquellos en que terminó el Gobierno de Allende y también el diario de Plaza de la Victoria.

Años después, en entrevista con el diario La Estrella, monseñor Tagle afirmaría que el cambio de contrato de administración de La Unión había sido el más grave error de su administración episcopal.