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Piñera II: Un primer balance

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A nivel regional, la sensación sobre su mandato es de abandono e indiferencia. La sensación es que la región avanza hacia una crisis hídrica, habitacional y económica que, si es que no se toman medidas urgentes, será cada vez más profunda y catastrófica".

Aunque el cuerpo de Sebastián Piñera, en su rol de expresidente, todavía esté tibio y sin la distancia prudente que da el tiempo para hacer un balance ponderado de su Gobierno, hay percepciones inmediatas que resultan lo suficientemente poderosas como para evaluar lo que fueron sus cuatro años de Gobierno y que pueden servir de suministro a los historiadores del futuro.

Seguramente, no ganaré el premio a la originalidad cuando señale que su mandato estuvo marcado por dos hitos: el 18 de octubre de 2019 y la pandemia que nos azotó unos meses después.

Mientras este último acontecimiento fue un hecho externo que hubo que gestionar sobre la marcha, el llamado "estallido social", en cambio, fue el resultado de un cúmulo de malas decisiones. Pese a que los historiadores le hacen el quite a la contrafactualidad, me parece difícil imaginar que a otro presidente, Alejandro Guillier, por ejemplo, le habría tocado algo similar si hubiera sido el ganador de las elecciones presidenciales del 2017.

Con esto último, no quiero decir que el 18/10 haya sido producto de un complot, sino, por el contrario, fue la suma de una serie de malas decisiones tomadas por el presidente Piñera y sus ministros. Partiendo por ese empecinamiento en destacar a Chile como un "oasis" y querer sobreexponer nuestro supuesto éxito asumiendo un rol protagónico en Cúcuta, como anfitrión de la APEC y de la COP25. Los árboles, como dice el refrán, no dejaban ver el bosque.

Asimismo, si retrocedemos a la semana anterior al viernes 18 de octubre, no podemos olvidar que la ola de rabia fue creciendo frente a la falta de empatía de sus ministros y sus imprudentes declaraciones. Sumemos a las citas de la ministra Gloria Hutt y sus pares Juan Andrés Fontaine y Felipe Larraín, la tragicómica frase "Cabros, esto no prendió" del exdirector del metro, Clemente Pérez. Es imposible saberlo, pero un cambio de gabinete, un giro hacia la empatía, pese a que quizás no habría evitado la violencia de este fatídico viernes en que se quemaron veinte estaciones del metro, podría haber aminorado el apoyo iracundo a estos actos de vandalismo.

En esta misma línea, la visita a una pizzería para saludar a su nieto el 18 de octubre, haber hablado sin los antecedentes suficientes de una guerra y haber insistido con su primo Andrés Chadwick en el ministerio del Interior, pese a la resistencia que provocaba, dieron cuenta de una falta de feeling político. Una buena lectura de El Príncipe de Maquiavelo le habría evitado varios dolores de cabeza tanto a Piñera como a miles de chilenos que padecieron lo sucedido esa semana.

Para cerrar el balance del estallido, hay que ser justos y señalar que el mal manejo de la crisis social tuvo como contrapartida la prudencia en su llamado al acuerdo por la paz, la justicia y una nueva constitución, el 12 de noviembre de ese mismo año. Haberse atrincherado en sus ideas y haber escuchado a los "halcones" podría haber derivado en un baño de sangre.

En contrapartida al estallido, el manejo de la pandemia, pese a que todavía falta una mirada más global para poder evaluar con exactitud lo ocurrido, se hizo siguiendo los modelos de los países desarrollados. Más allá de si las cuarentenas fueron muchas o pocas para frenar el avance del coronavirus y la crisis económica, lo objetivo es que, hasta donde sabemos, nadie murió por falta de camas, como vimos con horror que sí sucedía en los países desarrollados de Europa. Y, además, que tuvimos a tiempo una cantidad suficiente de vacunas y vacunados que permiten al día de hoy regresar a la normalidad. Todavía faltan muchos números para tener la ecuación completa: cuánta gente murió de otras enfermedades por "ceder" su cama y atención, cuáles serán los efectos económicos de la solución sanitaria y financiera y, por último, si las cifras fueron tan transparentes como veíamos.

A nivel regional, la sensación sobre su mandato es de abandono e indiferencia. Piñera no hizo mucho más ni menos que sus antecesores. La sensación es que la región avanza hacia una crisis hídrica, habitacional y económica que, si es que no se toman medidas urgentes, será cada vez más profunda y catastrófica.

Al final, hubo algunos gestos: algunos embalses, insistir en la eterna promesa de la extensión del metro y, la semana pasada, la aprobación de un proyecto arquitectónico que albergará a un Archivo Regional en el antiguo Palacio Subercaseaux. Acciones que más que el resultado de una política regionalista, parecen un visto bueno apresurado, en un largo "check list" de promesas que quedaron pendientes.

Puede sonar duro, pero si Piñera tiene la pequeña esperanza de que alguien lo eche de menos en algunos años más en esta región, Gabriel Boric se tendrá que esforzar mucho para hacerlo mal, muy mal. Esperemos que esto no ocurra. 2

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"Boricmanía" o la fe renovada

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Pese a las similitudes entre Bachelet 1 y

Boric, el problema es que el país está en un momento distinto: en un proceso complejo, marcado por la incertidumbre y por la crisis económica internacional. Pero además con una frustración ciudadana a flor de piel".

En la idea de que todo cambio será para mejor están cifradas las expectativas de muchos de los chilenos que, a partir de la figura de Gabriel Boric, han creado un personaje algo épico, una especie de "rockstar", respecto del futuro del país. Quizás esto solo sea comparable con lo que pasó con Michelle Bachelet cuando asumió su primer mandato y los medios hablaban del "fenómeno Bachelet". Ahora plantean la "Boricmanía".

Ella fue la primera mujer en la historia de Chile en asumir la presidencia. Boric es el Mandatario más joven en llegar a La Moneda. Ella generaba una cercanía emocional, en la que muchos se sentían identificados y acogidos; él se convirtió en una especie de símbolo del cambio generacional, pero también del fin de las injusticias, con una conexión que se veía a diario en la procesión de ciudadanos a "La Moneda chica" solo para verlo, tocarlo o sacarse una foto. Llamó la atención también durante la jornada de cambio de mando, con la gran cantidad de gente que lo esperó en Valparaíso y qué decir afuera del Palacio de Gobierno, donde él -acogedor, sonriente- se dejó querer, acercándose a su público cual Chayanne en el Festival de Viña.

Además, sus primeras palabras en el balcón de La Moneda fueron intensas, elocuentes, pero también con un lenguaje que apeló en reiteradas ocasiones a esa "química" con su gente. Así, repitió conceptos como emoción, entrega en cuerpo y alma, "he visto sus caras", "nos hemos mirado a los ojos", junto con llamar a "sonreír, querernos como pueblo" y dejar de desconfiar los unos de los otros. La promesa de felicidad también estuvo presente.

Pero pese a las similitudes entre Bachelet 1 y Boric, el problema es que el país está en un momento distinto: en un proceso complejo que incluso el mismo Presidente recalcó varias veces en su discurso inicial, marcado por la incertidumbre y por la crisis económica internacional. Pero además con una frustración ciudadana a flor de piel. Entonces, la materialización de las expectativas en torno a esta nueva generación que llega a La Moneda no será fácil. No solo porque la lógica del Estado es distinta, lenta y poco amigable, sino también porque la falta de recursos, las "vacas flacas", erosionarán constantemente esta fe.

En este escenario, la esperanza casi religiosa que se ha producido en torno a la figura de Boric y su gobierno puede sufrir un deterioro más rápido de lo pensado. Como cualquier acto de fe, este aguantará algunas decepciones y habrá paciencia -lo que también pidió varias veces Boric en su alocución en el balcón de La Moneda-, pero la famosa "luna de miel" no será eterna.

Cómo llevar las expectativas al terreno de lo posible sin hipotecar la renovada fe en lo público será parte de la tarea de este gobierno. Y aunque comenzaron con el pie derecho -con medidas como la paridad en altos cargos, el histórico nombramiento de la primera ministra de Interior, la primera carabinera como edecán e incluso una mujer que condujo el auto presidencial, además de importantes símbolos como el que la cartera de la Mujer y Equidad de Género tenga oficina en La Moneda o el retiro de las querellas por Ley de Seguridad del Estado, en el marco del estallido social- lo cierto es que el futuro será difícil. El cómo harán "conversar" las dificultades propias del Estado con las expectativas ciudadanas será el arte que deberán manejar.

El arribo de este nuevo equipo a la dirección del país también deberá utilizar una alta dosis de creatividad e innovación para hacerse cargo rápidamente de situaciones urgentes que el mismo Boric enumeró, pues sabe que son casi endémicas: los altos niveles de delincuencia; la situación de La Araucanía -donde ya sus ministros han adelantado un diálogo para el que los sectores radicalizados no están disponibles y así lo han hecho saber tempranamente-; salud digna, educación de calidad, el sueldo mínimo y la inmigración, entre infinitos otros temas.

No será menor tampoco la relación que tendrá la Presidencia con la Convención Constituyente. Hasta ahora, ha habido cercanía y reconocimiento mutuo, pero la incertidumbre que genera la entidad, tanto en lo político como en lo económico, se puede convertir en un boomerang. De hecho, hay quienes han dejado trascender que la estrategia debiera ser que las "decisiones difíciles" las tome la Convención, para evitar que afecten políticamente al Mandatario.

Los desafíos son múltiples y -como dice la teoría económica- los recursos escasos. De la interrelación entre ambos elementos y de la creatividad de esta nueva generación dependerá que la "Boricmanía" se mantenga y efectivamente logre renovar la fe en la política. Pero también, de aquello penderá que el ímpetu con el que Boric y sus jóvenes escuderos llegan a La Moneda se mantenga y no sea la frustración la que gane la batalla. 2

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