LA TRIBUNA DEL LECTOR
RAFAEL TORRES ARREDONDO, GESTOR CULTURAL RAFAEL TORRES ARREDONDO, GESTOR CULTURAL
No estamos libres de nada
Siempre recuerdo con especial afecto y reconocimiento a mis profesores del colegio, quienes tuvieron la tarea nada fácil de tratar de educarme en diversas materias y conocimientos.
Especialmente me refiero a aquellos de asignaturas que, a la edad infantil y sobre todo la juvenil, uno no les encuentra mucha importancia para la vida futura, cuando apenas si se tiene noción del tiempo y de las responsabilidades que vendrán en adelante. Pienso, por ejemplo, en los profesores de filosofía, de la desaparecida y tan necesaria asignatura de educación cívica, y lo mismo a los docentes de historia y geografía, que nos intentaban enseñar la vida y el territorio de nuestra sociedad en momentos en que uno se cree el centro del mundo y está convencido que vive en él.
Nunca olvidaré esas largas mañanas en que debíamos conocer la historia de las guerras púnicas, o las batallas emancipadoras, con lujo de detalles de los involucrados y las motivaciones que provocaron esos conflictos. Tanta información de hechos que no ocurrieron ni cerca de nuestro tiempo ni en la vida cotidiana, no hacía más que confirmarnos lo "innecesario" de aquellos aprendizajes. La bendita e insolente juventud, que hace pensar que uno tiene la razón en todo.
En el aprendizaje de las batallas y las guerras, siempre el énfasis está dado en quién fue el vencedor, en el que logró imponerse, el que conquistó, capturó, el que ganó. A propósito del conflicto bélico (a estas alturas, un eufemismo) entre Rusia y Ucrania, me tocó hace poco ver un video en el que aparece el gran comunicador Julio Martínez, desaparecido ya, lamentablemente, en el cual es interrogado acerca de quién ganaría una guerra. "La guerra no la gana nadie, la pierde la humanidad", respondió. Imposible decirlo mejor, me parece que no se puede estar más de acuerdo con el ya mítico JM.
Desde hace más o menos tres semanas, aproximadamente, el mundo pende de un hilo, muy delgado y frágil. Rusia ha comenzado una invasión a territorio ucraniano. Un conflicto que tiene intereses en juego, muchos y de varias naturalezas. Que tiene un tufillo a reconquista de territorios escindidos; que busca también mostrar supremacía mundial, decir urbi et orbi, quién es más fuerte dentro de las potencias. Asegurarse recursos naturales, demostrar fuerzas y, en suma, mantener a la guerra como la solución a problemas, frente a los cuales no hemos sido capaces ni dispuestos para dialogar, para buscar soluciones, para no llegar a este duro momento de la guerra.
Las imágenes de bombardeos y de edificios destruidos son impactantes, pero las imágenes de niños, mujeres y ancianos huyendo para buscar refugio, sufriendo el destierro, la escasez y la desesperación, parten el alma. No se puede estar indiferente, aunque vivamos a miles de kilómetros, menos hoy, que un misil nuclear puede viajar casi a la velocidad de la luz. No estamos libres de nada y estamos en riesgo de todo.
A estas alturas del mundo, cuando la sociedad occidental al menos tiene dos milenios de referencias históricas, cuesta mucho entender el porqué se puede todavía entender a la guerra como una "solución". Cómo no ser capaces de buscar la paz, en vez de la guerra. ¿De verdad a nadie le importa el saldo en víctimas?, ¿de verdad la muerte de miles de seres inocentes nos puede dejar indiferentes? No quisiera ni por un segundo pensar que la respuesta es afirmativa. Me niego terminantemente a pensar que el mundo ha olvidado el valor de la paz y que siga viendo a la guerra como una alternativa. Se deben agotar todos los esfuerzos y los caminos para llegar al entendimiento. Se deben buscar las alternativas, las mediaciones, las negociaciones, las conversaciones, se debe luchar hasta el último aliento, en busca de la paz y la concordia. Es un imperativo humano, al cual no se puede ni se debe renunciar.
Hace poco tiempo leía un libro testimonio de un marino chileno, que le tocó estar en la zona sur de nuestro país, a propósito del denominado conflicto del Beagle, entre Argentina y Chile, a fines de la década del 70 del siglo pasado. En el relato daba cuenta de las humanas preocupaciones por lo que iba a ocurrir ahí, el clima hostil, enrarecido, el inminente enfrentamiento y su incierto devenir. Afortunadamente, en diciembre de 1978, el Papa Juan Pablo II, ofreció a estas dos naciones hermanas una mediación. Qué bendito momento. No puedo ni siquiera imaginar qué habría ocurrido de no llegar ésta. Hoy confío y ruego en mi creencia, que la paz y la concordia lleguen pronto a Europa del Este, que no muera nadie más, que no sigamos viviendo el horror, ni de cerca ni de lejos, que seamos capaces de vivir a salvo. Y parecía que la pandemia era lo peor que nos podía suceder. Error. Craso error.