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LA TRIBUNA DEL LECTOR Allard, el tren y el teléfono rojo

POR GONZALO COWLEY, DIRECTOR LABORATORIO DE INNOVACIÓN, CROWD.
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A fines del año 1999, en el último tramo de la campaña presidencial de entonces, el expresidente Ricardo Lagos Escobar cerró una visita regional con un acto en la ciudad de Viña del Mar. Recuerdo nítidamente el escenario ubicado en la calle Álvarez, en la antigua estación de trenes, mirando hacia la puerta de ingreso de la Quinta Vergara y con las personas ubicadas en la plaza Grove y hacia el costado de Álvarez. A sus espaldas, el Club de Viña y la playa de estacionamiento de la añosa estación. En diagonal, la parroquia de Viña del Mar, aquella que había sido centro de reuniones juveniles durante la dictadura, donde acudíamos a escuchar la prédica del padre Barilari, siempre llenas de un profundo sentido social y político.

Al costado, el cruce de la línea férrea, ese que estaba a ras de piso donde el tren pasaba, cada ciertos minutos, dividiendo la ciudad en dos. Inolvidable época que ese acto buscaba dejar atrás. En efecto, aprendí en esa reunión masiva la importancia de las promesas electorales, no esa populista que dice cualquier cosa con la finalidad de engatusar las voluntades ciudadanas, sino aquella responsable, decidida, con sentido de Estado, que demuestra voluntad aún, incluso, en la adversidad. En esa tarde, el expresidente Lagos comprometió que en caso de ser electo, impulsaría el soterramiento de la vía férrea en Viña del Mar y la construcción del metro regional. Ese compromiso no era un conejo que salía de un sombrero. Lagos venía de ser ministro de Obras Públicas del gobierno del expresidente Frei Ruiz-Tagle, en el cual las temáticas de infraestructura ocuparon un rol central de su gestión y la visión que predominaba eran de políticas públicas para el desarrollo que operaban gradualmente de un gobierno a otro.

A esa fecha, con 28 años, participaba activamente en política y era militante y presidente de la DC en la zona, cuestión rara para la época, no así para la actual, donde los jóvenes se han vuelto a interesar en las cosas públicas. Lagos ganó, conformó su gobierno y una vez instalado a fines del año 2000, le pidió a Raúl Allard que asumiera la Intendencia Regional. No eran desconocidos. En los tiempos que Lagos fue ministro de Educación en el gobierno del expresidente Aylwin, Allard fue el subsecretario de la cartera, son contemporáneos y ambos con trayectoria académica y fuerte presencia en la cultura de su generación. Allard fue rector de la Universidad Católica de Valparaíso a los 30 años, durante la reforma, y Lagos fue candidato a rector de la Universidad de Chile a una edad similar.

Allard asumió la jefatura del gobierno regional y me pidió que lo acompañara como jefe de gabinete en esa tarea. Durante su administración pude presenciar su gran talento como hombre público y su detallado conocimiento del funcionamiento del Estado. Aprendí mucho y compartíamos el gusto por no encajar en las lógicas de la política chica. La inversión en obras públicas en ese momento era colosal. Cerca de mil millones de dólares se estaban invirtiendo en forma simultánea en carreteras, generando un sistema de altísima complejidad que terminó configurando el Troncal Sur, el Camino La Pólvora, la Ruta 60, entre otras, todas interconectadas entre sí con la Ruta 68, Santiago y el aeropuerto, los complejos portuarios y como parte del corredor bioceánico que atravesaba el continente en una tarea conjunta con Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, para ser el puente que desde el Pacífico conectaba Asia con América Latina a través de Valparaíso.

En una de esas, un parlamentario de la época afirmó que el proyecto de ley de presupuesto no consideraba recursos para iniciar los trabajos que se denominaban como la Cuarta Etapa. Señalada ya la importancia de las promesas electorales, Allard se movió rápidamente y fue tras el director de Presupuesto de la época, el actual ministro de Hacienda Mario Marcel. Ambos eran viejos conocidos. Allard como subsecretario de Educación y luego como jefe de la División de Educación Superior del ministerio, era asiduo visitante al Parlamento, conocía el proceso legislativo y debía trabajar con Hacienda en los intrincados caminos para lograr que una partida presupuestaria viera la luz.

Así las cosas, en un día frenético, Allard me pidió al fin de la jornada organizar con nuestros equipos una conferencia de prensa para las 10 de la mañana del día siguiente, ocasión en la cual se referiría a la materia en controversia. Chile vivía un auge en obras y desarrollo en esos tiempos y la creatividad estaba a la orden del día. Tanto así que cada peso importaba para solventar las ideas que muchos tenían de trazados alternativos, de establecimiento de otros proyectos que incorporaran transporte de carga y rutas alternativas a la esperada obra de la Cuarta Etapa.

La conferencia de prensa fue masiva. Estaban todos los medios de comunicación regionales y nacionales presentes y había mucha expectación. Efectivamente, no estaba la partida presupuestaria señalada expresamente, pero sí se identificaron montos desagregados en otras partidas. Tampoco estaban todos los recursos en ese momento, pues se trataba de proyectos de inversión plurianuales que son altamente complejos y también caros. Identificar, entonces, esos montos parciales fue central para asegurar el inicio de las obras.

La oficina del intendente regional conectaba con la sala de reuniones donde normalmente la primera autoridad regional concede sus reuniones con la prensa. Mientras observaba la presentación de Allard, apoyado en el marco de la puerta, sonó sorpresivamente el "teléfono rojo", aparato de forma antigua, con discado directo y a través del cual se suponía se comunicaba la primera línea política del Poder Ejecutivo (Presidente, ministros, subsecretarios, intendentes). Lo cierto es que no se usaba mucho, pues nadie confiaba en tener comunicaciones seguras. Fui rápidamente a atender y al otro lado del teléfono preguntaban por el intendente Allard. Respondí que no estaba disponible, pues estaba anunciando a la prensa que el proyecto de la Cuarta Etapa estaba incluido en la ley de presupuesto y el proyecto comenzaba a ejecutarse el año entrante. Percibí un momento de silencio al otro lado de la línea y la certeza que lo comunicado no era una buena noticia para la concreción de otros proyectos, muy presumiblemente, proyectos que tenían a la Región Metropolitana como protagonista, que es lo habitual.

Cuento esta historia para puntualizar un solo asunto: si se quiere hacer el tren rápido que una Valparaíso con Santiago, es necesaria la voluntad política, como la tuvo Allard, a toda prueba y a toda marcha. Sabía que era difícil contar con más de 300 millones de dólares para un proyecto de esa envergadura, pero sabía -también- que un forado a metros del hotel Miramar y del Palacio Presidencial de Cerro Castillo era imposible que quedara como un elefante blanco. Identificar esa partida presupuestaria fue el inicio de todo y Allard siempre supo que solo necesitaba una parte de esos recursos para que se realizara la excavación que permitiera habilitar el tren subterráneo, como fue lo que efectivamente inauguró el expresidente Lagos al fin de su gobierno.

¿Es posible el tren rápido?, claro que es posible. Así como abordar de una buena vez la canalización del estero Marga Marga, favorecer el distrito de El Salto, resolver de manera sustentable el proyecto Las Salinas, viabilizar el sitio patrimonial de la Unesco o concretar la ampliación del Puerto con criterios amigables hacia la ciudad patrimonial y turística con la cual convive.