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La casa de "todos"

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Cometer errores como no invitar a los expresidentes, que son parte del patrimonio histórico del país, es una violación de esa unidad. Mandatarios que además han sido apoyados por la mayor parte de los votantes en distintos momentos".

La forma de actuar de la Convención Constituyente, la soberbia en la que a veces han caído algunos y los errores no forzados que han cambiado el foco del debate en reiteradas ocasiones, son elementos que siguen repitiéndose sin tregua, aunque estemos solo a dos semanas de la entrega del borrador final.

Así, en estos días se sumó un nuevo "evento" -concepto que en alguna época las autoridades locales acuñaron para referirse a los hoyos en las calles- a partir de la negativa inicial de la mesa de la convención, que lidera María Elisa Quinteros, a invitar a los expresidentes a la ceremonia en que harán entrega del texto oficial a Gabriel Boric. Supuestamente, la decisión tenía que ver con que no les parecía que Sebastián Piñera asistiera y, por lo tanto, decidieron no convidar a ninguno.

La definición era, a todas luces, un "horror" desde el punto de vista del protocolo, pero además generaba otras aristas difíciles de entender. Entre ellas, un elemento no menor: desde el regreso a la democracia, todas las ceremonias con relevancia de Estado han contado con la presencia de los exmandatarios. Por recordar algunas, pienso en los cambios de mando presidenciales o cuando hay temas país que ameritan la consulta a los hombres y mujeres "sabios".

Así sucedió, por ejemplo, cuando se avecinaban los alegatos ante La Haya por la demanda marítima de Bolivia, donde Piñera citó a los exmandatarios a analizar la situación. O cuando Michelle Bachelet, en su segundo gobierno hizo lo mismo a propósito precisamente de la iniciativa para crear una nueva Constitución que presentaría en esos días, en 2015.

Porque pese a que algunos de quienes asumieron la importantísima tarea de redactar nuestra Carta Magna crean que el país comenzó el 4 de julio de 2021 -cuando la convención asumió sus labores-, lo cierto es que somos una nación con más de 200 años de historia. Los constituyentes no fundaron Chile el año pasado. Y los expresidentes, para bien y para mal, encarnan una parte de esa historia y representan a una porción importante de chilenos.

Pero la convención nuevamente vuelve a lo refundacional. A construir como si el terreno hubiera sido absolutamente baldío previamente; haciendo como que los últimos 30 años -con luces y sombras- nunca existieron. Nunca se recuperó la democracia, nunca hubo ningún avance social, nunca hubo nada. Por lo tanto, hay que edificar todo desde cero.

Aquello atenta, una vez más, contra uno de los requisitos fundamentales de este proceso, cual es unir de vuelta a un Chile que estaba indignado, cansado de la clase política tradicional y de las prácticas del último tiempo. Y una enorme mayoría (un no menor 80%) estaba de acuerdo con generar este trabajo desde las bases, desde los territorios, desde quienes no habían estado en el sistema político tradicional. Pero en el espíritu de reunir a un país al que le dolía la desigualdad.

En esa línea, cometer errores como no invitar a los expresidentes, que son parte del patrimonio histórico del país, es una violación de esa unidad. Mandatarios que tienen una enorme importancia en lo que Chile ha logrado -insisto, con luces y sombras- y que además han sido apoyados por la mayor parte de los votantes en distintos momentos. Algunos de ellos, como Ricardo Lagos y Michelle Bachelet -en su primer periodo-, terminaron sus mandatos con una aprobación sobre el 70% en las encuestas. Y eso no se puede obviar.

Además, ambos han tenido un rol en extremo relevante en cuanto al proceso que nos llevó a escribir esta nueva Carta Fundamental. Lagos con las reformas de 2005 y luego con el proyecto "Tu Constitución", que realizó en 2015. Y Bachelet, ese mismo año, cuando presentó una primera iniciativa para cambiar el documento generado en dictadura.

Ahora, la convención pareciera dar un paso adelante y dos atrás. Por un lado, están a punto de terminar un proceso que devolvió a muchos la esperanza en un Chile mejor, y -en paralelo- reciben la noticia de que Bachelet llega al país justo antes del plebiscito, lo que significa que vuelve la "madre" y que será un importante apoyo para el Apruebo. Pero, por otra parte, jubilan al "padre", haciendo que Lagos -educadamente, como es su estilo- decline de asistir a un encuentro al que fue convidado a última hora.

Finalmente, esta ceremonia que debiera haber sido una fiesta de todos los chilenos y chilenas, y que tenía que ser un hito de Estado, termina convirtiéndose en un evento de nicho, en el que no todos caben y donde no queda claro un concepto que será esencial para el plebiscito: esta Constitución debe ser la casa de todos y todas. 2

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Ser padre en el siglo XXI

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No me atrevería a decir si el tipo de paternidad que ejercemos es mejor o peor que el de antes. Pero en el mundo del siglo XXI y aunque todavía restringido a un estrato socio económico, hemos alivianado esa enorme carga que pesaba sobre la madre".

Amuchos, con justa razón, puede incomodarles la celebración del día del padre. El principal argumento es que se trata de una fiesta recientemente creada con el único fin de lucrar con los sentimientos de las personas.

En cierta forma, esta observación resulta razonable. De hecho, mientras escribo estas líneas me llegan varios emails de ofertas de productos por el día del padre, ocupando memoria y generando un cargo de conciencia.

A estos se suma que, en este último tiempo, pareciéramos estar viviendo una fiebre por asignar uno o más temas a los 365 días del calendario. Todos los días se celebra o conmemora algo: desde el día de la madre, el más conocido, hasta día internacional de los animales sin hogar (16 de agosto).

No obstante, somos parte de una democracia occidental en la que tenemos la libertad de decidir si nos dejamos llevar por esta corriente del consumo, ignorarla o quedarnos con lo que consideramos se puede sacar como positivo. Coherente con esto, estos días siempre son una buena oportunidad para reconocer a ciertas personas y agradecerles. Algo cada vez más necesario en una sociedad arrastrada por el individualismo.

Pienso en esto a propósito del día del padre. Ya he escuchado dos veces este año sobre personas que no quieren traer hijos a un mundo que se vuelve, según una particular perspectiva, peor. Desconocen que, como nunca antes en la historia de la humanidad, poseemos más posibilidades de sobrevivir al momento de nacer, mantenernos vivos los primeros años de vida y tener una expectativa de vida sin precedentes.

Nunca antes la información había estado disponible como lo está ahora, tanto como el acceso a la educación, la salud y a ascender social y económicamente. Es cierto que la contaminación y, por consecuencia, el calentamiento global, presentan un futuro cada vez más sombrío. Pero para evaluar sus costos y beneficios, debemos trasladarnos a las ciudades del siglo XIX y XVIII. Imaginar, por ejemplo, un Valparaíso sin sistemas de alcantarillado o métodos de recolección de basura. Era un mundo sin fábricas aunque, en realidad, tenía poco de idílico.

En esta misma línea, ser padre en el siglo XXI implica involucrarse de manera inédita con las labores de crianza de los hijos, desde su nacimiento en adelante. Es cierto que, en ese nuevo rol, los padres hemos confundido esa labor transformándonos en amigos de nuestros hijos, mezclando la crianza con complicidad, llevándonos a una horizontalidad que puede resultar confusa y peligrosa, hasta llevarnos al extremo absurdo y a ratos vergonzoso de ser los padres quienes tememos la reacción de nuestros hijos.

De igual forma, vivimos bajo la constante presión de actuar según las recomendaciones de orientadores y psicólogos que insisten en hacer recaer sobre nosotros deberes y responsabilidades que, a mi juicio, deben seguir siendo responsabilidad de los niños. Según entiendo, una buena educación consiste en desarrollar hábitos, inculcar valores, criar en deberes y derechos y, también, prepararlos para el mundo real al que se enfrentarán cuando sean adultos, un mundo con altas exigencias, competencia, reproches y malos ratos.

No me atrevería a decir si el tipo de paternidad que ejercemos es mejor o peor que el de antes. No obstante, hay un hecho objetivo: en el mundo del siglo XXI y aunque todavía restringido a un estrato socio económico, los padres hemos alivianado esa enorme carga que pesaba sobre la madre. Ellas ahora pueden estudiar y trabajar, sin ese estigma que caía sobre las mujeres que intentaban compatibilizar su carrera profesional con la maternidad.

Gracias a este proceso, hemos podido comprender ese vínculo indisoluble entre un hijo y una madre y ser parte, un poco más de cerca, de esa mágica relación que queda marcada a fuego en nuestro corazón por el resto de nuestros días. 2

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