LA TRIBUNA DEL LECTOR El otro Valparaíso
POR MICHAEL J. HEAVEY INGENIERO CIVIL INGENIERO CIVIL
Valparaíso, la cuna de muchas iniciativas producto de los influjos de inmigrantes visionarios o simples aventureros que llegaron a ella a forjar sus destinos. Es aquí donde aparece la primera cervecería, se funda el diario que da espacio a estas líneas, es la ciudad de grandes benefactores como doña Juana Ross o don Federico Santa María.
Una ciudad puerto, base del comercio, de la cultura y de la innovación que por más de 100 años fue el faro del océano Pacífico, hasta que por diversas razones comenzó un lento pero inexorable decaimiento, del cual se pueden tener múltiples explicaciones. No fue el Canal de Panamá que selló la suerte del Puerto, sino las restricciones al comercio internacional y el odioso centralismo que marco el destino del país a partir de la constitución de 1833 y que 100 años después se conjugaron para iniciar el declive, acelerado por el éxodo masivo de empresas e industrias durante el gobierno militar.
La ciudad no está muerta y trata de sobrevivir, a pesar de muchos factores adversos, incluyendo una parte de sus habitantes que ha perdido la esperanza en un mejor futuro. Se ha sembrado la destrucción masiva, lo que se aceleró en el mal llamado estallido social. La pandemia, además, ha barrido con muchas esperanzas centradas en pequeños negocios y emprendimientos.
Se han hecho esfuerzos interesantes en el pasado: un Congreso Nacional que, a pesar de todo, sigue manteniendo su sede en el Puerto; una accidentada apuesta patrimonial que hace sufrir a emprendedores y visionarios que tienen el convencimiento que, cuan ave fénix, la ciudad resurgirá de sus cenizas y volverá a brillar con luz propia.
Difícilmente Valparaíso volverá a ser el Puerto Principal, y es lógico, pues el mercado naviero mundial ha cambiado hacia buques más grandes, con procesos mecanizados y extensos espacios de acopio que el puerto no posee, sumado a una logística frágil limitada por accesos con túneles y donde la red ferroviaria actual es inservible para las necesidades futuras. Así visto, insistir en esa vocación de ciudad portuaria es seguir creyendo en el camino equivocado.
Sin embargo, Valparaíso tiene muchas posibilidades de evolucionar hacia una ciudad donde la actividad se vuelque hacia la investigación, el desarrollo y el emprendimiento; es una región que tiene importantes universidades y capacidades de innovación, de las cuales muchas veces ni siquiera sospechamos. Una ciudad patrimonial y cultural donde las posibilidades creativas son múltiples y lo serán mucho más aun cuando dejemos esta absurda bipolaridad destructiva que tiene a la ciudad en un estado calamitoso.
Valparaíso, silenciosamente, está dando pasos importantes hacia un camino de reafirmar la creatividad como motor de la ciudad. Y ejemplo de ello es la recuperación del edificio de la Bolsa de Valores, que albergará una de las mejores incubadoras de empresas del mundo en el centro de la ciudad: el Instituto Internacional para la Innovación Empresarial (3IE). Pero en la ciudad también hay otras iniciativas, como el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso o el Centro Avanzado de Ingeniería Eléctrica y Electrónica (AC3E), realizando investigación de clase mundial. Nuestras universidades locales también realizan investigación aplicada en comunicaciones 5G, en odontología, física de partículas, astronomía, electromedicina, informática, ciberseguridad, medioambiente, oceanografía y muchas otras disciplinas de las cuales poco o nada sabemos.
Y también están empresas privadas de alta tecnología, algunas que calladamente ponen en el mapa a nuestro país, donde, por ejemplo, el talento humano brilla y atrae la atención de instituciones como la OTAN, que ven cómo nuestros empresarios desarrollan aplicaciones de Inteligencia Artificial.
Así, Valparaíso, con su tremendo potencial académico, tiene múltiples desafíos de retener talento y hacer grande a la ciudad, generando nuevos negocios, nuevas alternativas que permitan a la urbe buscar su camino de futuro y salir de la nostalgia de un pasado que no volverá.
La ciudad, además, va proyectando otras potentes alternativas, como el futuro Parque Barón, cuyas 15 hectáreas de paseos abrirán la ciudad al mar y servirán, también, como un campo de pruebas real para potenciar la investigación aplicada en inteligencia artificial y 5G. La Bodega Simón Bolívar, en tanto, con sus 13.000 m2, tiene el potencial de convertirse en un centro de eventos y ferias que hará palidecer a Espacio Riesco o Casa Piedra si fructifican las incipientes negociaciones con un grupo internacional que busca nuevos espacios. De concretarse, negocios como la gastronomía, la hotelería, el transporte y otros servicios serán los grandes beneficiados, creando nuevos empleos.
Miremos nuestra ciudad con un optimismo contagioso, uno que permita dejar atrás la apatía y la destrucción sistemática para volver a crecer, volver a ser una ciudad de esperanzas, de compromiso con el futuro. Así lo han hecho otrora importantes puertos como Barcelona o Liverpool, que vieron y crearon oportunidades de renacer de sus propias cenizas. Ya hay iniciativas potentes, como la Gobernanza del Ecosistema de Emprendimiento e Innovación de la Región de Valparaíso (EIVA), que está articulando caminos y conjugando iniciativas privadas y públicas que permitan potenciar no solamente la ciudad, sino también la región.
Para ello, autoridades, políticos, empresarios, estudiantes, pero sobre todo los malogrados vecinos, debemos creernos el cuento y ponerle el hombro haciendo las cosas bien.
Parafraseando a John Kennedy, no es lo que Valparaíso puede hacer por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por Valparaíso.
Múltiples publicaciones se refieren a Valparaíso en un contexto de desesperanza, de oportunidades perdidas y de franca decadencia de una ciudad que otrora fuese un faro económico de esta parte del mundo, donde surgieron bancos, mineras, empresas navieras y notables fortunas que forjaron la ciudad.