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LA PELOTA NO SE MANCHA Síndrome de Abstinencia Mundialera

POR WINSTON POR WINSTON
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No han sido días fáciles. Y no estoy hablando del cierre de la fundición de Ventanas ni de la violencia en la Macrozona sur. El asunto va por otra línea. Mi siquiatra lo definió como SAM, o más sencillo, Síndrome de Abstinencia Mundialera. Mi cuerpo y mente ya están programados para vivir cada cuatro años un mundial en estas fechas y este cambio de junio al mes noviembre por unos sucios petrodólares ha resultado francamente insoportable.

En el trabajo, he realizado jornadas de brazos caídos en tandas de 90 minutos, a las 10:00, 13:00 y 16:00, que son las horas en que están programados los encuentros. En esos lapsus, me imagino que estoy viendo a Argentina versus Arabia Saudita, Francia contra Australia o Bélgica - Canadá. No es que no haga nada de nada, es cierto que no produzco para mi empresa, pero sí para mi espíritu: he vuelto a ver las participaciones de Chile en los mundiales, he rescatado de mi memoria encuentros que vi en estado somnoliento en Corea Japón del 2022, por ejemplo, el 2-0 de Rusia contra Túnez y otros que no aprecié por no tener la madurez suficiente que dan los años: ese maravilloso encuentro entre Polonia y Camerún en el Estadio Riazor de La Coruña en 1982 que terminó con un 0 a 0.

Entre medio de los partidos, he disfrutado remembranzas que se hacen en las redes sociales de goles extraordinarios: el gol de Cannigia a los brasileros en Italia, el tiro libre de Ronaldinho a Inglaterra el 2002, palomita de Van Persie contra España el 2014, etc.

No me canso de verlos. Todos los días de este frío mes de junio evocan algo. Hoy, 27 de junio, por citar un caso, se cumplen 24 años de la goleada que nos propinó Brasil en Francia (1-4) y que privó a Bam Bam Zamorano de marcar aunque sea un gol en los mundiales.

No crea que es algo contra mi trabajo. Los fines de semana, en mi casa, he estado igual. He rechazado invitaciones a almorzar, a pasear e, incluso, a ver Top Gun Maverick. Me pongo una camiseta de una selección cualquiera y me encierro en la pieza a ver compilados mundialeros: mejores goles, atajadas, fouls, penales e incluso corners.

Hasta mi amigo el Poroto, que está de cumpleaños por estas fechas, se ha visto perjudicado. La tradición indica que cada cuatro años le regalo el álbum del mundial, pero este 2022 ha tenido que conformarse con uno de Jurassic World.

Ni el regreso de Isla, los posibles destinos del rey Arturo al Flamengo o del niño maravilla al Barcelona han logrado despabilarme. Para ser franco, lo único que ha logrado distraerme y sacado una sonrisa ha sido la noticia de nuestro, ya a estas alturas, viejo y querido Javier Castrilli. Me enteré por la prensa que demandó a la ANFP por $1.140 millones. ¿Cómo llega a esta cifra? Esto solo se le pudo haber ocurrido a un abogado argentino: la demanda es por $18 millones, pero multiplicado por las 15 regiones de Chile y el doble de las 24 provincias argentinas. Según su entender, su nombre fue difamado por todas las regiones de nuestro país y de allende de Los Andes, desde Arica hasta Magallanes, como dice el himno de Colo Colo, y desde San Miguel de Tucumán hasta la Patagonia. Tiene suerte Castrilli, si la demanda hubiese sido el 2007, cuando había 13 regiones, habría perdido 36 millones. Mientras, Milad debe estar maldiciendo el día que lo trajo, Castrilli debe estar soñando con gastarse algunos de esos pesitos en un viaje de lujo para ver el mundial de Qatar en noviembre, un mes que para mí se me hace cada vez más lejano.