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LA PELOTA NO SE MANCHA Los caminos de la vida

POR WINSTON POR WINSTON
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El delantero argentino Lucas Di Yorio (25 años), luego de hacer sus inferiores en Talleres, jugó por Aldovisi, probó suerte en Ecuador, hasta recalar en Everton de Viña de Mar este año. Aquí anotó 6 goles en 11 partidos. En un mundo en el que los goles son tan escasos como la tolerancia, fue un récord suficiente para obtener pasajes rumbo al club León de México, donde los tantos se pagan en oro.

Una situación distinta es la vivida por Ezequiel Rescaldani (30 años). También a inicios del 2022 llegó a la región de Valparaíso con la misma ilusión de su compatriota Di Yorio. Entre su palmarés figuraba haber sido campeón en Vélez Sarsfield, en México; y, sobre todas las cosas, ser campeón de la Libertadores el 2016 con Atlético Nacional. Este preciado trofeo debía ser un trampolín que lo llevaría a España, Italia o Inglaterra. Sin embargo, el futuro no siguió a la historia; y, muy por el contrario, su carrera fue cuesta abajo en la rodada, hasta caer en Wanderers, donde tampoco tuvo mejor suerte. Tanto así que su contrato fue rescindido, en los mismos días en que Di Yorio partía rumbo a las tierras de Chicharito.

Esa es la realidad de los centrodelanteros y de muchos futbolistas y deportistas. Las dos caras de la misma moneda a pocos kilómetros de distancia. Cada vez que llega un "goleador", pienso en sus expectativas, las de su representante, de la polola, familia y los amigos. Me lo imagino en la noche, luego de haber firmado su contrato, intentando conciliar el sueño, pensando en todo lo que pasó antes de llegar a esa instancia, imaginando goles extraordinarios, fantaseando con marcar en un clásico y hasta simulando empinarse en la reja del Estadio para celebrar con la barra… en vigilia a la espera de firmar un nuevo contrato millonario que lo lleva a recalar en algún grande de Europa.

Pero la realidad de los 9 goleadores o peperos - como le dice mi amigo Julio- es dura. Son un producto muy escaso y aunque miles pretenden alcanzar el estrellato, son muchos los llamados, pero pocos los elegidos. Además, junto al talento natural y al esfuerzo de los entrenamientos, se necesita una buena dosis de suerte, no lesionarse, contar con un entorno de apoyo y encontrar al técnico o representante adecuado.

Los disímiles caminos de Di Yorio y Rescaldani me hacen recordar la de un delantero que llegó al puerto a inicios de los 90 y que tuvo un paso fugaz por Valparaíso, tan efímero que, aunque supieran su nombre, no lo recordarían. Estos tres hombres me hacen pensar, además, qué posibilidades hay de doblarle la mano a la fortuna y forjar su propio destino.

El personaje anónimo jugó muy poco y en uno de los partidos que participó en Playa Ancha, el técnico lo sacó antes de que terminara el primer tiempo. Después de finalizado el encuentro, creímos verlo caminando cabizbajo por avenida Errázuriz, pero nos pareció tan extraño que anduviera solo que pensamos haberlo confundido.

Quince años después "googleé" su nombre y no lo encontré en ningún equipo. Pero pude contactarlo para saber de él y hacerle unas preguntas por email, las que respondió amablemente con el compromiso de no revelar su identidad.

Increíblemente me confesó que teníamos razón, que era él quien caminaba por las calles del puerto: "fue la última vez que pise un campo de fútbol, un extraño y maravilloso día para mí".

Ahí me contó de su pasado jugando en Rosario y que el fútbol nunca había significado algo importante para él. Como parte de una tragedia, el drama era que no lo veía así ni su familia ni su representante, que a toda costa querían que se ganara la vida anotando goles.

Ni siquiera él recordaba cómo y por qué llegó al puerto, pero sí que la presión era muy grande. Al llegar acá, el presidente -el mismo de ahora- lo adoraba, no así el director técnico que lo acosaba sacándolo antes de tiempo y diciéndole que venía a robar dinero: "En el fondo, ese hombre me hizo un gran favor, ya que fue lo último que padecí en el deporte". Por otro lado, guarda buenos recuerdos de la ciudad y su gente.

Aunque esa vez que lo vimos caminando por Valparaíso no alcanzamos a contactarlo, recuerda que un hombre se le acercó y le dijo que se quedara: "Me pareció una buena anécdota para el cierre".

Como la canción de Perales, se marchó y a su barco le llamó libertad. De hecho, viajó al viejo continente, pero no en busca de un club, sino para dedicarse al teatro, su verdadera pasión.

Hoy el antiguo jugador es actor, hace clases y compone obras. Traspasó el drama del césped a las tablas y el fútbol no es más que un recuerdo lejano. Wanderers, en tanto, un club que le cambió la vida, pero en un sentido distinto al que esperaban todos.

Mientras Di Yorio sueña seguir reventando redes por el León y el representante de Rescaldani vuelve a sacar brillo a la medalla de la Libertadores para ubicarlo en un nuevo club, yo espero algún día ver a este 9 anónimo actuando en una gira, quién sabe, quizás podría ser interpretando su propia e increíble historia.