IDEAS & DEBATES Próximo domingo: una arenga final
GABRIEL ALEMPARTE MERY FRANCISCO ORREGO BAUZÁ ABOGADOS FRANCISCO ORREGO BAUZÁ ABOGADOS
Estamos exactamente a una semana del plebiscito más decisivo desde el retorno a la democracia. Quizás como en ningún otro momento nos jugamos los destinos y el tipo de país que queremos. Por lo mismo, el llamado que hacemos es a una reflexión profunda frente a lo que viene. La elección de la próxima semana definirá el país de nuestros hijos y nietos. Es un momento como ningún otro en las historias de los países, definitorio para determinar el pacto social y la responsabilidad de pensar en la patria que queremos.
La disyuntiva se hace aún más crítica cuando el texto propuesto adolece de importantes y gravitantes fallas estructurales que ponen en riesgo la independencia de poderes del Estado, corre el riesgo de desmembrar a un país con una tradición republicana de unidad y mestizaje por medio de mecanismos que no diferencian entre chilenos por su origen. Las repúblicas latinoamericanas, -y Chile no es la excepción- se construyeron sobre la base de un principio fundamental para la democracia: la igualdad ante la ley de sus ciudadanos, igualdad que fue creciendo e interpretándose a lo largo de las generaciones.
Es cierto, nuestros países develaron desde temprano fenómenos tan complejos como el caudillismo, la corrupción o bien una desigualdad social endémica que se perpetuó con los años. La construcción de la República en el caso chileno avanzó más que otros países por la estabilidad de sus instituciones públicas, lo que permitió su desarrollo político, social, económico y cultural, que nos llevó a ser destacados en el mundo entero. Se trataba de un país pequeño lejano, estable, cumplidor de sus compromisos y normas, con una élite ilustrada y un espacio de progreso, y más tarde, de una sólida clase media. Nada de ello estuvo exento de sufrimiento, dolores y horrores. Nada fue fácil para un país que ha tenido que levantarse una y otra vez a lo largo de su historia, en esta loca geografía que nos asoma como un balcón al mar.
Eso es lo que nos jugamos el próximo domingo. La continuación de una historia para el Chile del futuro. Por ello, nuestra decisión es tan compleja.
Una Constitución debe ser pensada para los años del porvenir. No es en caso alguno el capricho de un grupo con agenda propia, no es jamás el programa de un gobierno de visión partidaria. Una Constitución es y debe ser un espacio de regulación y equilibrio del poder con los contrapesos adecuados para mantener la democracia y el Estado de Derecho; debe asegurar libertades públicas, derechos que puedan ser efectivos para la calidad de vida y que no queden estampados en el papel. Lamentablemente, el texto que se nos ofrece no cumplió con ninguno de estos elementos esenciales.
Concebida como una Constitución de la revancha, cayó indefectiblemente en el triste pasado de nuestra historia constitucional. Una tradición de vencedores sobre vencidos, y no en un acuerdo para todos. Un texto constitucional debe aspirar a honrar lo mejor de la historia, lo más importante de nuestra tradición, que como decía Chesterton, "es la democracia de los muertos", para desde allí proyectar el futuro. En los últimos 35 años, Chile demostró la capacidad de enfrentar sus problemas y resolverlos con una combinación virtuosa de técnica, trabajo y estabilidad política. Nunca en la historia de Chile hubo un tiempo de mayor prosperidad y paz que en esos años.
Aún hay mucho que reparar, que mejorar, que dejar de lado, pero ese camino no se hace retrocediendo. Un texto constitucional que ofrece el reconocimiento de un país con múltiples naciones es contrario a nuestra vocación mestiza; es volver a dividir el país en castas y nacionalismos, algo que ha sido exacerbado e inventado sobre la base de teorías reivindicativas que sólo han traído sufrimiento y dolor.
El texto que tenemos que escoger no nos ofrece una democracia con contrapesos. Un Presidente debilitado, con un sistema político que tiende al enfrentamiento, más que a la colaboración, una despreocupación por el orden público y el combate al terrorismo, un poder judicial politizado y con faltas graves a la independencia judicial, por mencionar algunos aspectos que preocupan. La democracia se asienta sobre principios muy complejos de interrelación y cooperación entre poderes; su sistema electoral (que se fijaría por ley con los consabidos riesgos) puede generar mayorías débiles, circunstanciales que produzcan cambios y copamiento de sectores políticos que hoy o mañana pueden constituir un riesgo para minorías sociales. Este es un texto identitario, pensado más en lo inmediato que en el futuro, que no mide riesgos, ni costos para el futuro, que no propende a la unidad, al orden público y al fortalecimiento de nuestras instituciones.
Por todo lo anterior, aún es tiempo de meditar nuestro voto, de pensar en el futuro y de darnos una nueva oportunidad para hacer las cosas bien y con evidencia para construir la Constitución del futuro. Por eso nuestro llamado, a modo de arenga final, es a rechazar este próximo domingo para levantar un texto que sea el espacio donde las grandes mayorías se vean representadas.