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"El proceso creativo es algo que me sucede y que yo no comando"

Reconocida autora reflexiona sobre el quehacer literario tras la reedición de sus cuentos reunidos en El Querisque, que publica Una casa de cartón, editorial de Limache, donde vive.
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"Quizás necesito cada vez menos contar cosas", declara la escritora, traductora, bióloga y terapeuta Gestalt, Andrea Maturana (Santiago, 1969), tras la reciente reedición de sus cuentos reunidos en El Querisque, publicado por la editorial limachina Una casa de cartón, con ilustración de portada de Alejandra Acosta.

Autora de (Des) encuentros (des) esperados (Los Andes, 1993 - Alfaguara, 2000); de la novela El daño (Alfaguara, 1997) y No decir (Alfaguara, 2006), ha centrado sus últimas obras en el público infantil, con títulos como Las cosas raras (Planeta de Libros, 2018), Axolotl (Loqueleo, 2018) y Secreto (Fondo de Cultura Económica, 2019), más que en la escritura para adultos, de la que ha estado distanciada porque simplemente no le sale.

¿Es una decisión, falta de motivación, de interés, de deseo? "No es ninguna de esas cosas: es sencillamente que es algo que no me ha vuelto a suceder", remarca la autora. "En mi caso, y de ninguna manera sostengo que esto es así para todos los que escriben o crean, el proceso creativo es algo que me sucede y no algo que yo comando. No sé qué cambió, pero de repente es como si hubiera empezado a dialogar con el mundo infantil".

"no comando el rumbo que esto toma"

Dice que la frustra "no estar escribiendo más, no estar escribiendo para adultos, que no me salga. He tenido que contemplar que es algo que quizás 'se me acabó' e intentar hacer las paces con eso. A veces me resulta. A veces no. Siento todavía el anhelo, a veces me vienen ideas que mueren por el camino. No comando en absoluto el rumbo que esto toma".

"Pocas veces me siento más plena que cuando 'me sale' escribir. Buceando, es la otra. Facilitando talleres para el autoconocimiento desde la mirada de Claudio Naranjo, también", señala en alusión al destacado psiquiatra chileno y referente mundial de la terapia Gestalt, quien fue amigo de su padre, el artista plástico Draco Maturana, y de su tío Humberto, el reconocido biólogo, filósofo y escritor.

En su cuento Secreto, la niña Amalia, al percatarse de que algo la perturba, pierde el habla y lo guarda en su memoria. Por otra parte, la escritora relata que el distanciamiento con la escritura es "como si se me hubiera silenciado", pero plantea que el silencio de personaje y autora es pura coincidencia.

"Mi silencio no guarda un secreto", explica. "Es un silencio interior, como si una voz que todo el tiempo necesitaba decir algo hoy no lo sintiera tan necesario, o tuviera otros canales, o estuviera maravillada haciendo otras cosas, también. Escribir es un trabajo solitario. Yo hoy vivo en relación, soy terapeuta, escucho vidas, historias, tengo una familia. No hay algo que necesito contar y que estoy callando, como Amalia, sino quizás necesito cada vez menos contar cosas".

"dejar de sermonear" y re-observar

Andrea Maturana, cuyas obras han sido publicadas en Chile, España, México y traducidas al coreano, chino, francés, holandés, inglés y portugués, ha declarado que el público infantil le parece exigente, interesante y libre, y no encuentra que el de hoy sea demasiado distinto al de hace un par de décadas. "Sí creo que, poco a poco, hemos ido pudiendo respetarlo más, dejar de sermonear, dejar de pensar que escribir para niños tiene que ser como enseñarles algo y en cambio muchos escritores infantiles hoy presentan historias complejas, poéticas, metafóricas, incluso poesía".

Obviamente los niños han cambiado, como todos, por el uso de las tecnologías y el acceso a la información -agrega- "pero siento que pasamos de historias bien tremendas que les permitían a los niños vivirse sus miedos (los hermanos Grimm por ejemplo, o Andersen) a historias paternalistas y sermoneras, a hoy que por lo menos algunos intentamos darles cosas que no estén masticadas, que los involucren, que les permitan mirar la realidad".

En el prólogo de la compilación de El Querisque, la actriz, escritora y guionista Nona Fernández se pregunta "¿qué pasa si en vez ofrecer algo nuevo observamos mejor lo que ya existe? ¿Qué pasa si en vez de inventar profundizamos en lo que ya está?", en lo que constituye una invitación a la relectura. Andrea subraya que el prólogo "pone sobre la mesa la posibilidad de re-observar una obra desde otro lugar, desde otro tiempo, y escuchar de qué nos habla: ¿cuáles eran las miradas de quien escribía entonces? ¿Qué estaba sucediendo a su alrededor? ¿De qué realidad da cuenta? Me parece una invitación válida que aporta riqueza".

Limache y la tristeza de la sequía

Las actividades que desarrolla en conjunto con la escritura, en especial la terapia Gestalt, han modificado su vida de manera muy concreta. "Como decía, mi trabajo hoy es con otros. Por muchos años, décadas, trabajé como traductora, que es otra manera de escribir, y es tan solitario como escribir, salvo cuando hago traducción simultánea, que es algo que me encanta".

Trabajó tanto frente a un computador -refiere- que tuvo tendinitis por años, dolores en las articulaciones, en la espalda. "No quiero más eso; necesito muchos espacios de retiro, pero también de relación. Mi trabajo hoy es más vivo, más contactado, y también muy creativo. La Gestalt es un tipo de terapia que da mucho espacio a la creatividad, necesita mucho de ella. El camino que partí cuando me acerqué de nuevo a Claudio Naranjo ha cambiado mi vida de maneras que ni yo termino de entender aún".

Todo esto ocurre en Limache, donde para ella y su familia "ha sido maravilloso vivir", sobre todo porque "ya no me van las urbes, ni los tiempos eternos, ni el apuro" y la agobia la ciudad. "En este pueblo hemos estado tranquilos, es un lugar que aún funciona a escala humana". Le gusta que sus hijas hayan crecido allí y que los amigos que viven lejos estén a solo 15 minutos. "He encontrado, además, un núcleo de amigos que ha sido sólido, donde además está la primera amiga que tuve en la vida, a quien conozco desde siempre, que se vino acá también".

Sí encuentra que "la sequía ha convertido a este lugar en un lugar triste" y dice que al vivir en el campo es imposible no constatar "las consecuencias de la falta de lluvia y de las aguas usadas para los cerros que de pronto aparecen como con peinado, ordenados, de la cima a la falda plantados de paltos".

"A mí ya me llama el verde, porque acá está cediendo. Este año, afortunadamente, ha sido un respiro de aguas y entonces vuelve a aparecer su paisaje hermoso. No quiero estar acá cuando desaparezca", concluye. 2

Rosa Zamora Cabrera

rosa.zamora@mercuriovalpo.cl