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Fracasos

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Así como en el Vasa, Titanic, Línea Maginot y el puente Cau Cau, en la nueva Constitución se cifraron enormes expectativas. Implicaron enormes recursos, además de mucho tiempo invertido. Sin embargo, ninguna de estas condiciones asegura un resultado positivo".

En medio de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), el rey Gustavo Adolfo de Suecia mandó a construir una flota que le permitiera definir a su favor el conflicto. El buque insignia sería el Vasa, que tomaba el nombre de su dinastía. A inicios de 1626, encargó talar mil robles para que los carpinteros se pusieran a trabajar en un buque que le entregaría el control del mar Báltico, fama y gloria.

La ambición del rey lo llevó a construirlo más grande de lo normal con una doble fila de cañones para aumentar su poder de fuego. Por esta razón, dos años después, cuando la tarea se había completado, la multitud se aglomeró en la bahía de Estocolmo para ver cómo esta embarcación excepcional con 64 cañones de bronce y una dotación de 130 marineros y 300 soldados era lanzada al mar. Sin embargo, antes de alcanzar una milla, el gran Vasa (Con V y una sola S), frente al estupor del rey y de los espectadores, se desestabilizó producto del viento y, por estar mal estibado, se fue con todo el peso hacia un lado provocando su hundimiento. Al rey no le quedó otra que hacerse el sueco.

Varios siglos después, esta vez en los astilleros de Belfast, se dio inicio a la construcción del que sería el trasatlántico más grande la historia. El mito señala que sus constructores habrían dicho que ni Dios podía hundirlo, pero lo cierto es que el famoso Titanic, en su primer viaje por el Atlántico y luego de solo dos días de navegación, por un error del capitán, chocó contra un iceberg que rasgó su casco y provocó su hundimiento. Además del error en su conducción, después se supo que sus materiales no eran de buena calidad y que tenía además fallas en su diseño. 1.496 de los 2.208 pasajeros del buque fallecieron en el naufragio producto de esos errores.

El Titanic fue el presagio del hundimiento de Europa, producto de la Gran Guerra. Poco después de finalizado este conflicto, Francia y Alemania quedaron con cuentas pendientes. Los franceses apostaron por una revancha de parte de sus vecinos y se abocaron a la construcción de una kilométrica trinchera de cemento que los defendería del avance alemán. En 1922, el veterano de guerra y ministro de defensa André Maginot inició este conjunto de "plurifortalezas" sin poder verla terminada. Maginot falleció en 1932 y la línea que llevaría su nombre concluyó en 1936. Se utilizaron un millón y medio de metros cuadrados de hormigón, 150.000 toneladas de acero y tuvo un costo millonario para los galos. El gasto habría valido la pena, a no ser porque los alemanes efectuaron sus ataques durante la segunda guerra a través de Bélgica. La línea de defensa solo fue útil en los sueños de Maginot.

Sin las dimensiones de los casos anteriores, pero sí más cercano, el ejemplo más reciente de una obra fracasada es la del puente Cau Cau en Valdivia que, prometía, iba a solucionar los problemas de congestión en la ciudad del sur y mejorar la vida de sus habitantes. El puente tuvo un costo de millones de dólares que se habrían justificado si se pudiese utilizar, pero quedó al revés, provocando la ira y frustración de los valdivianos que ven cómo la construcción recibe a los visitantes con los brazos abiertos.

Dentro de esta larga lista de bochornos se agrega, ahora último, el proyecto de nueva Constitución, que tuvo un costo de 17 mil millones de pesos. Sus principales creadores soñaron con ser parte de los libros de historia y situarse junto a grandes constitucionalistas como Juan y Mariano Egaña o Andrés Bello.

Si la Constitución de 1980 tuvo como pecado original haberse impuesto en una dictadura por medio de la fuerza en un proceso lleno de irregularidades, el texto de la Convención pecó de ira, envidia, pereza y, sobre todo, soberbia. Pecados que, en mayor o menor medida, vemos presente en cada uno de los ejemplos que hemos analizado. Así como en el Vasa, Titanic, Línea Maginot y el puente Cau Cau, en la nueva Constitución se cifraron enormes expectativas, tanto de sus creadores como de sus potenciales beneficiarios. Todos ellos implicaron enormes recursos, además de mucho tiempo invertido. Sin embargo, ninguna de estas condiciones asegura un resultado positivo. Esperemos estos ejemplos sirvan de lección y el 18 de septiembre de inspiración para que los partidos políticos puedan sacar esto adelante de la mejor forma posible, por el bien de Chile y de todos sus habitantes. 2

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La cueca que no fue

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Aquí no hubo ningún sector político tradicional que ganara nada. Se trató más bien de la ciudadanía, del famoso "pueblo", que -así como viene actuando de manera inorgánica pero muy clara desde el estallido social- no confió en el trabajo hecho

por la Convención".

La imagen del Presidente Gabriel Boric bailando su primer pie de cueca con la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, contento y con energía, contrasta fuertemente con el congelamiento de las conversaciones para lograr un acuerdo en torno al proceso constituyente.

La recién asumida ministra del Interior, Carolina Tohá, ha realizado un impecable trabajo en estos primeros días como jefa de gabinete, incluso calmando los ánimos tras el fallido anuncio de su par de la Segegob, Camila Vallejos, quien fue mucho más allá de las declaraciones que habían emitido poco antes los presidentes del Senado y la Cámara, Álvaro Elizalde y Raúl Soto, respecto de un supuesto pacto para una nueva propuesta de Carta Fundamental. Aquello generó un movimiento telúrico importante tanto con la derecha como con el centro, pues se trató de un piquero en una piscina que no tenía agua y que, en vez de aportar, enturbió cualquier posibilidad de que saliera humo blanco antes de las Fiestas Patrias, esperanza que la propia Tohá había manifestado: "A mí me gustaría bailar cueca con el acuerdo cerrado. Creo que la Patria lo merece".

Pero los tiempos políticos no son iguales en todos los sectores y la posición desde la cual se plantean los distintos grupos, tampoco. Y cualquier paso en falso en este momento hace que la posibilidad de pactar una salida política penda de un hilo. Uno que la ministra vocera estiró demasiado al adelantar que dentro del pacto estaba el que el órgano fuera "paritario, electo, donde pueda participar un comité de expertos acompañando el proceso porque puede ayudar significativamente y con la participación de los mundos que se han puesto sobre la mesa, como mundo independiente, los pueblos originarios, más allá de las fórmulas".

Aquello sepultó la intención de la titular de Interior de bailar cueca con un acuerdo zanjado. Y motivó que, tanto en la derecha como en el centro, surgieran voces manifestando molestia y pidiendo que el gobierno se mantenga al margen de las negociaciones. "Yo creo que la vocera se equivocó, porque no fue parte de las conversaciones y no se ha materializado todavía ningún acuerdo, ese proceso está en desarrollo, está en construcción", dijo duramente la DC Ximena Rincón.

Solo minutos después vino la pataleta en colores de Chile Vamos. "Consideramos lamentables las declaraciones de ministros del Gobierno y personeros del oficialismo que buscan precipitar resultados, poniendo en riesgo las conversaciones y acuerdos en marcha. No aceptamos que pretendan imponer un curso de acción y mucho menos torcer mezquinamente las conversaciones en marcha", afirmaron en un comunicado.

Además, aclararon un punto que no es menor: a diferencia del oficialismo, la oposición no tiene ningún apuro en este tema. Tal como sucede en los partidos de fútbol, cuando un equipo va ganando cómodamente y se dedica solo a hacer tiempo el resto del encuentro, hoy en Chile Vamos creen que no necesitan apresurarse, pues tras la abrumadora mayoría que desechó la propuesta de nueva Constitución el pasado 4 de septiembre, se sienten como el equipo que va ganando el partido.

Pero aquello implica hacer una lectura errada de lo que sucedió en el plebiscito. Aquí no hubo ningún sector político tradicional que ganara nada. Se trató más bien de la ciudadanía, del famoso "pueblo", que -así como viene actuando de manera inorgánica pero muy clara desde el estallido social- no confió en el trabajo hecho por la Convención. Eso no quiere decir que sí tengan fe en los sectores políticos tradicionales y que alguno de ellos -sea la centroizquierda o la derecha- pueda arrogarse la representación de este 60% que rechazó, actuando como triunfadores e incluso dando portazos como la negativa de Chile Vamos a participar de la segunda reunión agendada, el pasado jueves.

Por el contrario, todos los actores políticos están hace varios años en la UCI respecto de la fe ciudadana. De hecho, en la última encuesta CEP, de junio pasado, los partidos aparecen en el último lugar respecto de la confianza de los consultados, con apenas un 4% de las menciones, muy por debajo de cualquier otra institución.

En este escenario, tanto el gobierno como las distintas colectividades -y también los representantes del Congreso- deben actuar con mucho mayor cautela, sin hablar demás ni adelantar resultados inexistentes, pero tampoco dándoselas de novia difícil. Cualquiera de los actores que siga dando pasos en falso puede terminar echando nuevamente el proceso constitucional a la basura y, de paso, bailando la cueca solo. 2

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