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El hundimiento de Valparaíso

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De un momento a otro, el centro se vio sumido en la destrucción, el fuego y el caos. Mientras algunos descargaban su ira contra el sistema, otros aprovechaban de saquear y no pocos, desde la comodidad de sus hogares, celebraban que Chile y el Puerto hayan "despertado".

El año 1998, llegó la película Titanic a Chile. Aunque estrenada en 1997, eran tiempos donde había que esperar a que llegara al país en términos concretos, es decir, a través de un rollo. La expectación no solo estaba puesta en ver a un joven Leonardo Di Caprio en un romance imposible junto a Kate Winslet, sino además en los efectos especiales y rigor histórico de su director James Cameron. El desafío era enorme, todos saben que el barco se va a hundir y por eso la gracia está en cómo iba a contarlo.

La película estaba hecha con todos los efectos especiales de los nuevos computadores y en una calidad de alta definición en imagen y sonido que exigía un estándar distinto al que estábamos acostumbrados. De esta forma, quedaba obsoleta la mayoría de las salas de cine que existían en la zona y a las cuales me referí hace unas semanas (aunque mi amigo Julio me aclaró que me faltaron varias).

El mismo año del estreno de la película, se inauguraron dos cines que estaban en condiciones de presentar Titanic de la manera como lo había soñado James Cameron. Estos eran el cine de Reñaca y el Hoyts de Valparaíso.

Lo de Reñaca era una particularidad. Ubicado en el pequeño mall del centro, era una atracción para los vecinos de Reñaca, Concón y para los viñamarinos, antes de que fuera devorado por las grandes cadenas de cine y los nuevos malls.

Lo de Valparaíso, en cambio, era distinto. Un hito en términos de modernidad, pero en las bases de lo que había sido el antiguo cine Metro. Gracias al Hoyts, el Puerto se ponía a la vanguardia, incorporando a su parrilla de cines, este nuevo concepto de las modernas cadenas que incluía un hall con dulces, cabritas y bebidas, butacas modernas, sonido digital (aunque nunca he entendido qué significa), imágenes en alta definición, etc. Entre las curiosidades del nuevo servicio, se incluía un acomodador que podía llevar comida a la sala. La idea era buena, mas no agradable, al olor de las bebidas y las cabritas, se sumaba el aroma a completo que algunos devoraban sin pudor, mientras, en la pantalla, a un desafortunado extra le sacaban las tripas.

Con sus múltiples salas y pantallas gigantes, durante casi 25 años, el cine Hoyts fue un panorama de entretención cómoda y segura para los porteños y viñamarinos. Tal como lo ha reporteado este diario, su presencia fue un motor que dinamizó la economía de la avenida Puerto Montt. En los kioscos y pequeños locales del entorno, se podían encontrar dulces y bebidas a precios razonables que había que esconder antes de entrar al cine. También se veían favorecidos algunos locales, como el tradicional Marco Polo, donde uno podía pasar a comentar la película acompañado de un shop y completo. Sin embargo, hace unos días la empresa informó que todo esto se acabó como resultado de las nuevas plataformas, la inseguridad del barrio, la pandemia y el estallido social.

El impacto del 18 de octubre de 2019 para el Puerto es comparable al del iceberg con que chocó el gigantesco Titanic. De un momento a otro, el centro de la ciudad se vio sumido en la destrucción, el fuego y el caos. Mientras algunos descargaban su ira contra el sistema, otros aprovechaban de saquear y no pocos, desde la comodidad de sus hogares, celebraban y alentaban en redes sociales que Chile y el Puerto hayan "despertado".

Lo que vino después fue una dinámica de protestas y manifestaciones en las calles. Algunas pacíficas y otras violentas, aunque siempre con un denominador común: la puesta en escena obligaba al comercio a cerrar sus puertas a las dos de la tarde. A ninguno de esos esforzados locatarios les preguntaban siquiera si querían que marcharan o no por su dignidad.

Así, el comercio se fue apagando. Si el panorama ya era difícil con la falta de control de los vendedores ambulantes y la delincuencia, se complicó de forma grave con las protestas y colapsó con la pandemia que vino después.

Valparaíso, como le sucedió al Titanic después de chocar con iceberg, se hunde poco a poco. Han logrado escapar del naufragio las instituciones financieras, las empresas, los colegios, el comercio y ahora uno de sus más importantes cines. Algunos, como la mítica orquesta del majestuoso barco, insistimos en seguir tocando, pese a los adverso de las circunstancias. El alcalde, en tanto, corre el riesgo de pasar a la historia como el capitán Edward John Smith. Las autoridades de Gobierno son simples espectadores de este drama, saben que se va a hundir, pero pareciera que solo les interesa saber cómo. 2

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¡Exijo respeto!

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La exigencia de respeto a la audiencia habla de un mandatario que exige que se le trate como tal. El problema está en que la Presidencia hace mucho tiempo que ha ido perdiendo esa consideración casi aséptica que tenía antaño, por ejemplo, en la época de Ricardo Lagos y hacia atrás. Pero eso ha ido cambiando".

Las palabras del Presidente Gabriel Boric, en el encuentro de la Conapyme, cuando fue increpado por un asistente respecto del proceso constitucional, resonaron en todo el país. "¡Exijo respeto!", dijo el mandatario, levantando la voz y denotando claramente su molestia.

En la práctica, la reunión con pequeños y medianos empresarios se había convertido en un "toreo" al jefe de Estado. Desde la entonación del himno de Carabineros hasta el enfático llamado del líder del gremio, Rafael Cumsille, a que se pararan quienes creían que era más importante terminar con la delincuencia que escribir una nueva Constitución. Como era esperable, todos los presentes, salvo Boric, se pusieron de pie. Porque la respuesta era tan obvia como si la pregunta hubiera sido ¿qué prefiere? ¿Salvarse del cáncer o vivir económicamente tranquilo?

La situación fue más una arenga -como las que ha realizado Cumsille en reiteradas ocasiones y distintos gobiernos- que otra cosa. Y Boric no se sintió cómodo, respondiendo fuertemente cuando uno de los presentes lo cuestionó respecto del proceso constituyente, como si no se pudiera caminar y mascar chicle al mismo tiempo. ¿Existe alguna contraposición entre trabajar una nueva Constitución y echar a andar una política pública potente que ayude a controlar la delincuencia? Obviamente no. Sería como decir que, si nos concentramos en mejorar la salud, no podemos preocuparnos de la educación. Irrisorio.

La exigencia de respeto a la audiencia habla de un mandatario que exige que se le trate como tal. El problema está en que la Presidencia hace mucho tiempo que ha ido perdiendo esa consideración casi aséptica que tenía antaño, por ejemplo, en la época de Ricardo Lagos y hacia atrás. Pero eso ha ido cambiando. Ya en el mandato de Sebastián Piñera en muchas ocasiones -en buen chileno- "se chacreó" la institución. En parte, por la tendencia al caudillismo que se ha ido instalando no solo en La Moneda, sino también en el Congreso (cómo olvidar a Pamela Jiles con capa como si volara por el hemiciclo), pero también por acción de los propios jefes de Estado.

Situaciones como las famosas "piñericosas" -para las cuales no bastaría esta página-, Bachelet enterándose "por la prensa" de la principal crisis de su gobierno y las salidas de libreto de Boric, subiéndose el cierre delante de las cámaras, marchando hacia el lado contrario o usando un zapato con la suela despegada en su visita a Estados Unidos, no ayudan precisamente a prestigiar una institucionalidad debilitada y con una aprobación que cada vez baja más. De hecho, en la Cadem de esta semana, el actual mandatario apareció con un 27% de valoración positiva. Y todavía le quedan tres años y medio en el cargo.

Entonces, cuando el Presidente exige respeto, aquello tiene que partir por casa y sumarse a las tareas propias de su mandato. Así como debe evitar que lo urgente se coma lo importante, ser capaz de controlar la delincuencia y revivir la economía, también tiene que -al mismo tiempo- mantener su apoyo al proceso constitucional, de manera de cumplir con una tarea que, contrario a lo que manifestaron los pequeños y medianos empresarios en la "encerrona" que le hicieron, sí ha sido una petición ciudadana desde el regreso a la democracia y en un plebiscito de entrada en el que el 80% lo manifestó así. Y, en paralelo, debe honrar nuevamente el sillón presidencial.

Aquello pasa también por asentar un relato nuevo, distinto al que tenía cuando era dirigente estudiantil o diputado, y que ha tendido a una moderación que le ha generado reacciones diversas, desde quienes no le creen, hasta los que lo tildan de amarillo. Ser oposición claramente es más fácil que ser gobierno.

Ese relato nuevo también le ha generado lo que diversos autores han denominado la soledad del poder. Su red de confianza ha ido decreciendo hasta quedar prácticamente reducida a la exconcertación. Sí, la misma de los 30 años que Boric tanto criticó como diputado. A ellos se agrega Camila Vallejos, que ha sido su principal escudera y la única representante del PC que no lo ha torpedeado constantemente, como sí lo ha hecho Daniel Jadue, convertido ya casi en caricatura más que en aporte.

El posicionamiento de este nuevo relato, la capacidad de hacerse cargo de lo urgente y, a la vez, de lo importante, y el "pulirse" como mandatario, prestigiando la institución, serán los elementos que finalmente determinarán ese respeto que exige Boric. En la medida que logre instalarse como el jefe de Estado que es, el resto de los poderes -incluyendo los fácticos- lo tratarán como debe ser y no como a un adolescente jugando en La Moneda. 2

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