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POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA Nuestros días de cine

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Matinal del domingo en el Teatro Metro. La sala llena de niños, algunos llorones con sus padres y otros solos, ya preadolescentes con gustos todavía infantiles. Allí conocimos a Tom y Jerry, sobrevivientes hasta hoy en la televisión. Da la impresión que las aventuras del gato y el ratón eran mucho mejores en la pantalla grande. Tonteras inspiradas en aquello de que "todo tiempo pasado fue mejor".

El fenecido cine era una concurrida sala de la cadena de la Metro Goldwyn Mayer, la productora del rugiente león, que con una red mundial aseguraba escenarios para sus filmes en las ciudades más importantes del mundo. Claro, en esos tiempos, hablamos de los años 40 del siglo pasado, Valparaíso era todavía una ciudad importante. Ya en 1936 la Metro había inaugurado una gran sala en pleno centro de Santiago. Largos años de éxito.

Su ubicación, Pedro Montt con Freire, además, estaba bien elegida, frente a un hermoso Parque Italia -sin peligros entonces- con cisnes en algún momento y el clásico monumento a la Loba Capitolina. Algunas mansiones marginaban el florido lugar, como la que fuera residencia de Santiago Severín, el señor de la Biblioteca, y otra de estilo moderno de la familia Purcell, largamente vinculada a la ciudad por el comercio y el servicio público.

Y TAMBIÉN LA POLíTICA

Frente al cine Metro se ubicaba también la viajera estatua del Bombero. En la misma cuadra había un Club Radical, famoso por sus parrilladas. A poca distancia, en la esquina de Pedro Montt y Las Heras, había otro. También de buena cocina. Sello doctrinario de esos clubes era la gastronomía, lugares seguros para el buen comer a lo largo del país. Famoso, por ejemplo, era el Radical de La Ligua. ¿Qué les habrá pasado a los radicales que ya no llevan sus debates a una bien servida mesa bastante más provechosa que las tan de moda "mesas de diálogo"?

Y siguiendo con la política, esquina cruzaba con el Metro, estaba Pedro Montt 2080. ¿Se acuerda usted? Ese lugar era casi el Vaticano de la política regional e incluso nacional. Era la sede del Partido Demócrata Cristiano, entonces robusta colectividad, solo en Valparaíso con dos senadores -Benjamín Prado y Eugenio Ballesteros- y numerosos diputados. Historia antigua para algunos nostálgicos.

Pero siguiendo con el Metro desaparecido hace años y reemplazado por un multicine que también apaga sus proyectores, era una sala que llegaba, desde fuera a la reñida competencia por el público.

La oferta cinematográfica porteña y viñamarina era nutrida, con más de 20 cines que iban desde los cerros al plan, algunos muy elegantes, como el Teatro Valparaíso, hoy desaparecido, que formaba un conjunto de estilo racionalista moderno con el edificio de departamentos que subsiste en la esquina con la calle Arturo Edwards.

Un arquitecto conocido de la casa sostenía, medio en broma y medio en serio, que el proyecto del Teatro Metro lo habían hecho mirando una postal de alguna ciudad del Caribe.

Pero más allá de ironías o celos profesionales, el Metro, medio colorinche para el gusto local, era una sala cómoda en todos los aspectos. Baños impecables, cosa nada frecuente, asientos especiales para personas obesas, sonido, el mejor de sus tiempos, y proyección de alta calidad. Por cierto, aire acondicionado y calefacción. Como un servicio asociado a la buena calidad de su sonido ofrecía audífonos a personas con incapacidad auditiva. Unos graciosos porteños de buen oído decidieron probar la oferta. Ningún problema, pero había que firmar una serie de documentos no solo garantizando la devolución de los audífonos, sino que también liberando a la empresa de toda responsabilidad en caso de algún trauma por los decibeles que disparaba el sistema.

Cyd charisse

Desde Estados Unidos la Metro seguía atenta a su negocio global. Un administrador de la sala me contó que diariamente debían mandar un informe de ingresos y público. En caso de estrenos en la misma noche, tras el cierre de las cortinas, se cablegrafiaban los resultados con detalles precisos sobre el público y acogida.

Buscando imponerse, el otrora rugiente león de la Metro presentaba impactantes novedades. Con ocasión del estreno en Valparaíso de "Cantando bajo la lluvia", popular filme de 1952, trajo a la bailarina y actriz Cyd Charisse. Hermosa, diestra en escena su gran capital eran las piernas. Las más hermosas del cine comenta alguien.

Función de gala en Valparaíso. Mi compañero de curso Ian, asistente a la función, imaginativo y con ojos de adolescente avanzado contaba en el colegio al día siguiente que Cyd, bailando en persona, "mostraba hasta el hígado".

La presencia de grandes figuras de la pantalla en nuestro país no era una novedad. Ya habían estado, años antes, Tyrone Power y Clark Gable para regocijo de las damas y también Rosita Moreno, estrella latina que triunfaba en todo el continente.

La incursión de la Metro en Valparaíso, años 40, no era una novedad. La competencia de pantallas era dura y teníamos ya hermosas salas de cine como el Velarde, de 1931 o el mencionado Valparaíso, plaza Victoria, de 1936. Estaban además en competencia el Imperio, Colón y Victoria, en Pedro Montt, Condell, Plaza Victoria, Rivolí, calle Victoria, Avenida, avenida Argentina, Pacífico en el sector Puerto, además de varios cines de cerros, como el sobreviviente Mauri, 1951, de la avenida Alemania. El último cine inaugurado en Valparaíso fue el Brasilia, hoy galería comercial.

En Viña del Mar abrían sus pantallas el Olimpo, plaza Vergara, años 30, con estilo español, que reemplazaba a otro del mismo nombre donde cantó Gardel en 1917, Rex y Rialto, calle Valparaíso, este último con butacas de madera. El Teatro Municipal, actualmente sometido a eternas reparaciones, era una selecta sala de cine de estrenos vinculada a la misma cadena que opera el porteño Valparaíso. En la Población Vergara, calle Quillota, estaba el Oriente, hoy convertido en distribuidora de neumáticos. Años más tarde el Cine Arte comenzó a explorar precisamente esa veta, el cine como una expresión artística. El séptimo arte.

En los cerros viñamarinos estaban el Palermo, Recreo y Prat, de Santa Inés.

Y había que darle cine también a los trabajadores. Así la textil Gratry tenía una sala en la parte posterior de su planta, calle Quince Norte, y la famosa Crav un digno cine en la llamada "ciudadela", la población destinada a su personal. Ambas salas estaban abiertas al público y en la amplia cartelera de películas que aparecía en las páginas de este Diario también ofrecían su programa en pequeños avisos.

Matiné y tecito

La invitación a la matiné podía ser el inicio de un romance que luego continuaba con un tecito en el Riquet porteño o en el Mirabel viñamarino. Todo muy formal, por cierto. En esa onda sentimental, recuerdo, nos interesaba a Alfredo, compañero de curso, y a mí la misma niña, una simpática colorina. Compartiendo al objetivo, modestamente y sin opción a tecito, la invitamos al Crav, el cine de los trabajadores democráticamente abierto a todo público. La galantería infantil nos obligó a pagarle a medias la entrada. Del Gratry sobreviven sus muros que albergan, creo, un taller mecánico.

En fin, "Altri tempí", para usar el título de una entretenida película italiana de 1952 en que conocimos a Gina Lollobrigida -estuvo en Viña, ¿recuerda?- y Vittorio de Sica.

Postales de nuestros días de cine, evocando la muerte lenta del otrora elegante Metro, que en los 80 pasó a ser Metroval y luego, 1998, Cine Hoyts, con el formato de multicine con varias salas menores operando simultáneamente. Pero en un mercado agobiado por la televisión en todas sus formas, muere del brazo con la decadencia de Valparaíso.