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El mal envejecimiento

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El problema está en algo que no hemos sido capaces de solucionar como sociedad: si queremos mantenernos en el 'sálvese quien pueda' que hemos practicado durante los últimos 40 años o si somos capaces de pensar en quien no ha tenido las mismas oportunidades o la misma suerte".

"Nicanor Parra trabajó hasta los 103 años". Con esas palabras, la presidenta de la Asociación de AFP, Alejandra Cox, defendía hace poco más de un año la necesidad de aumentar la edad de jubilación "hasta que la salud lo permita" y aseguraba que la posibilidad de que alguien se retirara a los 65 años debía ser "cero".

Todo aquello sucedía mientras la ciudadanía hacía uso de sus propios ahorros previsionales para paliar la crisis económica producida por la pandemia y solo unos años después de que el movimiento #NoMásAFP convocara una de las marchas más masivas de la última década. De hecho, durante el estallido social, la vejez digna era una de las peticiones que más se repetía.

Los cambios, sin embargo, no han sido fáciles en estos cuarenta años de funcionamiento del sistema, lo que ha provocado que en Chile los montos asociados a la vejez se hayan convertido en derechamente vergonzosos. Personas que deben vivir con pensiones ridículas, algunas de las cuales hemos visto en reportajes, recogiendo sobras de la feria para poder subsistir o -cuando tienen suerte- viviendo de la buena voluntad de familiares o vecinos. Y los pronósticos para quienes se retirarán en los próximos tiempos son aún peores.

Por lo mismo, el gobierno de Gabriel Boric no es el primero que intenta hacer transformaciones. Porque pese a las diferencias ideológicas, hace ya tiempo todos están de acuerdo en que algo debe se debe modificar. El problema es cómo se define ese "algo".

En resumen, para Michelle Bachelet, el centro fue crear un pilar solidario para quienes no tenían cotizaciones o estas eran insuficientes. Para Sebastián Piñera, en tanto, la apuesta estuvo en que los empresarios reforzaran los dineros de los trabajadores con un 4% adicional y en generar un incentivo para quienes dilataran su retiro.

Pero ninguno de los dos expresidentes se atrevió a plasmar en la ley lo que pedían los expertos, incluida Alejandra Cox: obligar a los chilenos a aumentar su edad de jubilación. La medida no solo genera pasiones distintas en el mundo político, sino también un rechazo generalizado en la población, entre otras cosas, porque la posibilidad de encontrar trabajo a los 60 años en la ciudadanía de a pie -dejando fuera a los sectores más acomodados- es, en la práctica, una quimera y propio de una élite intelectual y económica que tiene muy poca calle.

Y ahora fue el turno de Gabriel Boric, que esta semana dio a conocer su propia reforma al sistema, con un gran titular: se acaban las AFP -al menos como las conocemos hasta hoy- y la capitalización individual, que nos ha regido desde la década del 80, sufre cambios importantes. Haciendo carne de una de las propuestas relevantes de su programa de gobierno, el Mandatario se atrevió a ir más allá, transformando a las actuales entidades en inversoras de pensiones y separando de ellas la facultad de administrar los dineros.

¿Qué pasará ahora que la propuesta debe pasar por el Congreso? Aquí vendrá lo difícil. Ya la misma Alejandra Cox afirmó que esta "es un retroceso respecto de lo que espera la ciudadanía", nuevamente hablando desde el olimpo de quienes no sufren pensiones por debajo de la línea de la pobreza.

En tanto, las críticas desde la oposición apuntaron al 6% de ahorro extra que provendrá de los empleadores pero que irá a un fondo solidario que permita paliar la situación de los menos afortunados. En estas mismas páginas, el senador Juan Antonio Coloma (UDI) aseguró que "se le mete mano" a esos nuevos dineros, el que irá en la práctica "a un sistema de reparto" y su par de RN, Francisco Chahuán calificó la reforma de "puramente ideológica". Entonces, el paso del proyecto por el Parlamento no se ve fácil, pues el oficialismo no tiene mayoría y es posible que la oposición se haga cargo de la testera de la Cámara en los próximos días.

El problema está en algo que no hemos sido capaces de solucionar como sociedad: si queremos mantenernos en el "sálvese quien pueda" que hemos practicado durante los últimos 40 años o si somos capaces de pensar en quien no ha tenido las mismas oportunidades o la misma suerte. O que simplemente, no tuvo el acervo educacional para tomar decisiones financieras cuando empezó a trabajar a los 14 años.

En esta discusión, que recién comienza, hay elementos que están meridianamente claros, como que las AFP y el sistema de pensiones efectivamente ha envejecido mal y que los "retoques" que se le han hecho no han sido suficientes. Pero, además, hay discusiones que serán definitorias y sobre las cuales tendremos que reflexionar largamente: ¿Seguimos cuidándonos solos o nos metemos la mano al bolsillo, no solo una vez al año para la Teletón, de manera de que todos podamos salvarnos en conjunto o al menos mejorar un sistema que hace tiempo está agónico? 2

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El retrato de Ripamonti

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La edil se ha defendido señalando que se trata de una práctica habitual. En efecto, todos hemos visto la imagen del Presidente adornando las oficinas públicas, tal como determina la ley. En esta línea, por qué no podría suceder lo mismo con la alcaldesa".

Entre las múltiples ideas curiosas que uno recibe a través de las redes sociales, una de las cosas más raras que he escuchado esta semana es que Los Pitufos, esos enanos azules creados por el artista belga Pierre Culliford a fines de los ´50, son, en realidad, una representación de los siete pecados capitales. Sí, tal como lo leyó. De acuerdo con esta rebuscada teoría, pitufo goloso representa a la gula; pitufo gruñón, a la ira; pitufo dormilón, a la pereza; pitufina, única mujer del grupo, a la lujuria, etc. En este esquema, papá pitufo, vestido de rojo, representaría nada menos que al mismísimo Satanás y, en contra de lo que uno pudiese imaginar, Gargamel, el enemigo número uno de los pequeños, un monje medieval encargado de acabar con estos vicios.

De todos estos personajes, el que más me llamaba la atención era pitufo vanidoso porque siempre andaba con un espejo. Debe ser porque es uno de los pecados más peligrosos, tal como enfatizó alguna vez mi profesor de religión, el señor Fernàndez, que además de ser católico, era wanderino (debo confesar que me quedó gustando más ir al estadio que a misa, pero eso es otra historia).

La vanidad florece estos últimos días con la denuncia de un grupo de concejales que acusó un mal uso de recursos públicos por parte de la alcaldesa Macarena Ripamonti. Gastó dos millones y medio de pesos en 150 retratos suyos que fueron enmarcados y distribuidos en diferentes reparticiones de Viña del Mar. La edil se ha defendido señalando que se trata de una práctica habitual. En efecto, todos hemos visto la imagen del Presidente adornando las oficinas públicas, tal como determina la ley. En esta línea, por qué no podría suceder lo mismo con la alcaldesa.

Las razones históricas de este tipo de prácticas se remontan al mundo antiguo, cuando, ante la necesidad de difundir las imágenes de reyes y emperadores, se comenzaron a utilizar monumentos y a acuñar sus rostros en monedas para que fuesen por todos conocidos.

Tiempo después, surgió la pintura dedicada al retrato personajes. La nobleza fue el público objetivo que buscaba a pintores que pudiesen inmortalizar sus figuras. No de una manera realista, sino según cómo querían ser recordados.

Una jugosa oferta podía hacer obviar la falta de dientes, verrugas gigantes, ojeras de elfo, cicatrices de guerra y otras provocadas por una viruela mal tratada, todos problemas comunes en tiempos pasados.

Tener un cuadro, no obstante, no solo era una cuestión de dinero, sino también de tiempo. En general, la nobleza no tenía inconvenientes en que los pintaran, no así los comerciantes. Un ejemplo cercano es el de Diego Portales. Mientras estuvo vivo, nunca fue retratado, de seguro, porque no le interesaba dedicar una gran cantidad de tiempo a que alguien inmortalizara su figura. Por esta razón, cuándo fue brutalmente asesinado a los 43 años, sus cercanos cayeron en cuenta de que no existía ninguna imagen del ministro. Hubo que recurrir entonces a la memoria y a alguno de sus veintidós hermanos, que podían servir de referencia sobre el finado.

Una vez que surgió la fotografía, los feos se vieron amenazados y comenzó la política de los retoques que uno puede identificar fácil y burdamente en la extinta Revista Estadio.

Hoy en día, el arte del retoque lo cumple Photoshop. Gracias a este software, las personas se ven como quieren verse y no como realmente son. Esas son las imágenes que están repartidas del presidente en los ministerios, servicios públicos y comisarías y ahora, gracias a la fantástica inversión de la alcaldesa, en las reparticiones de la municipalidad de la ciudad jardín.

Retomando los relatos de fantasía, la historia de los cuadros me recuerda al pasaje del cuento de Blancanieves en el que la madrastra preguntaba todos los días al espejo quién era la más bonita del reino, esperando la única respuesta que quería escuchar: que ella era la más linda.

Asumo que la pretensión de la alcaldesa va por otro lado, hacer olvidar a su predecesora y dar inicio a una nueva era en la municipalidad. En esta línea, la vanidad, tal como me recordaba mi profesor de religión, el señor Fernández, es la peor de las consejeras. Por esto mismo, hay que dar vuelta la página e informar a Ripamonti que nadie recuerda a los ediles por su imagen, sino por sus obras. Debe concentrarse en eso. 2

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