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Dado que los sucesivos gobiernos han fracasado en ese propósito, expone el doctor en Ciencia Política, "entonces los ciudadanos van castigando al incumbente y premiando a la oposición", pero cuando esta llega al poder, "retrocede inmediatamente sus niveles de popularidad, pues los votantes esperan soluciones directas y rápidas".

Mauricio Morales dice que, además, "la elite poco ha contribuido a generar un ambiente menos hostil, pues abundan los casos de corrupción pública y privada. Entonces, la desilusión se transforma en malestar, y el malestar en jornadas de protesta. Luego, esas jornadas de protesta son capitalizadas por la oposición y volvemos a repetir el ciclo".

Esto conduce a interpretaciones exageradas de los hechos, plantea. "Piñera, por ejemplo, prometió 'tiempos mejores' luego del gobierno de Bachelet, y Boric prometió un gobierno transformador en medio de una tremenda crisis política, económica, constitucional y de orden público. Mientras la elite no morigere las expectativas ciudadanas, este ciclo se va a repetir eternamente. La única forma de detenerlo es mediante una oferta política moderada y razonable".

Demandas y expectativas

Raúl Burgos, director ejecutivo del Observatorio de Historia y Política, del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, observa diferentes procesos que reflejan una crisis aguda de la política como mecanismo de acción y cambio social, y como fórmula para resolver conflictos sociales, lo que ha generado en la última década "manifestaciones de distinto tipo que, en ocasiones, tienden a ser confusas y contradictorias a la luz de experiencias inmediatas".

En esta crisis influyen, en su opinión, factores como "el descrédito de algunas instituciones del Estado y de las principales autoridades que tienen la tarea de conducir al país", lo que se acrecienta con "la política espectáculo que ridiculiza la acción política, con la incompetencia en el desempeño de funciones de algunas autoridades o simplemente con el incumplimiento de su deber". Todo esto incrementa a su vez la desconfianza de la ciudadanía en el sistema político, subraya.

A ello agrega que las personas observan cómo este último no es capaz de procesar las demandas por un mejoramiento del bienestar ni de responder con sentido de urgencia a determinados temas, en lo que "también incide una práctica recurrente de actores de distinto signo que tienden a crear altas expectativas respecto a la profundidad o velocidad posible de ejecutar los cambios, cuestión que no es posible en momentos de crisis".

El doctor en Historia plantea que las manifestaciones de la última década, ya sea la elección de representantes de distinto signo o las movilizaciones sociales sin estructura definida en cuanto a demandas o representantes que medien ante las instituciones, "deben entenderse como formas de reclamar ante las autoridades, o incluso cuestionarlas" y que buscan soluciones a problemas que pueden ser muy cotidianos -como seguridad pública o ingresos para llegar a fin de mes- o de largo alcance, como ajustar el modelo de desarrollo para proteger el medioambiente.

Lo importante, acota, "es que expresan ideas y emociones de las personas sobre el momento que están viviendo o cómo les gustaría vivir" y que quienes están en los espacios de toma de decisiones deben saber interpretarlas.

En los términos señalados, plantea, "la crisis de la política supone un riesgo para la convivencia democrática. Afecta la convivencia diaria para resolver nuestras diferencias, debilita las instituciones que deben cumplir un rol central en nuestra democracia y también pone en entredicho a las autoridades que deben cumplir con las tareas para las que han sido elegidas".

Un malestar instalado

El decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso, Juan Sandoval, plantea que si bien en el plano de la política convencional, como las elecciones, sí puede haber cambios pendulares, no ocurre lo mismo en el nivel más profundo y cotidiano, donde subsisten en su opinión el malestar, la desazón e incluso el hastío con el orden político-institucional.

"La legitimidad del sistema político es un tren que se está descarrilando, y claro, los que se van poniendo a la cabeza de ese tren se descarrilan con él", ilustra recurriendo a una metáfora. "Es lo que les pasa a las fuerzas de la nueva izquierda que impugnaron el sistema en la última década y que ahora lo deben representar e incluso defender".

Para el académico y doctor en Psicología Social "es un error creer que los malestares profundos que estallaron en octubre del 2019 se disiparon porque ahora la gente se distancia de las protestas en las encuestas". Postula que "la sensación de la gente hoy es que después del estallido al final no pasó nada, y si a eso agregamos el esfuerzo de parte de la elite por reducir las protestas del 2019 a pura delincuencia y vandalismo", no son tan incoherentes los resultados de las encuestas.

Pero subraya que "del mismo modo que el estallido no fue un giro a la izquierda de la gente, el triunfo del Rechazo o la baja aprobación del Presidente Boric no es ni de cerca un giro a la derecha. Lo que pasa es que el malestar sigue ahí y va a perseguir a quien tome la posta en la administración del poder".

Quebradero de cabeza

El doctor en Ciencias Políticas y Sociología Félix Aguirre, profesor titular del Instituto de Sociología de la Universidad de Valparaíso, sitúa a partir de las movilizaciones estudiantiles de 2006, incluidas las de 2011 y la crisis de 2008, el inicio de un periodo de cuestionamiento a una institucionalidad "que fijaba los límites de la democratización política al imponer un conjunto de leyes orgánicas que apenas habían sido modificadas por los sucesivos gobiernos democráticos", lo cual se tradujo en una creciente desconfianza hacia instituciones como los partidos políticos y el Congreso.

"El detonador de lo que desde entonces venimos llamando malestar fue el movimiento estudiantil", conjuntamente con manifestaciones ciudadanas contra diferentes proyectos, principalmente energéticos e inmobiliarios, identificados como inherentes al sistema económico, que horadaron "la confianza pública en la acción autorreguladora del mercado" y revelaron "la fragilidad del modelo y la escasa legitimidad de la que gozaban los sistemas institucionales de representación de nuevos intereses y demandas de las y los ciudadanos", dando cuenta de un Estado "incapaz de reaccionar salvo cuando las irregularidades, los escándalos y las faltas a la fe pública se tornaban en delitos flagrantes".

Piensa que tratar de representar los nuevos intereses ciudadanos "ha resultado ser un verdadero quebradero de cabeza para la clase política democrática" y que en ello incide "tanto la dificultad creciente que encierra precisar el concepto de bien común" como el hecho de que las instituciones legislativas se han concentrado en una agenda determinada por sucesivas crisis económicas, lo que suele dificultar la inclusión de problemas emergentes.

Desde su perspectiva, esas limitaciones de la institucionalidad democrática explican bastante bien por qué el ciudadano cada vez vota menos o por qué no parece estar interesado en la política institucional, "pero esa realidad no significa que deje de hacer política o deje de estar interesado en ella".

Félix Aguirre subraya asimismo que los nuevos activismos "han surgido en una arena política diferente de la arena institucional, de modo que la práctica política se está escenificando en otras expresiones e instancias diferentes a la confrontación electoral, y esto es lo peligroso para el modelo democrático; es ese vacío entre lo institucional y lo no institucional lo que parece orientar el rumbo de la democracia".

En ese contexto se pregunta si la democracia está a la altura de las exigencias que las sociedades contemporáneas demandan de ella, y, en particular, "si las críticas y reformulaciones al problema de la representación política pueden tener solución en el debate sobre la importancia de la deliberación en la extensión de los valores democráticos".

Un actor protagónico

Para Rodrigo Arellano, vicedecano de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo, "no existe duda de que estamos viviendo una etapa de cambios en donde la ciudadanía, organizada o no, se ha transformado en un actor principal de la política", lo que ejemplifica con períodos de transición -las llamadas "lunas de miel"- más acotados, y menos arraigo a las coaliciones y partidos políticos, por lo cual "no es extraño ver cambios importantes en apoyos a sectores o gobiernos".

El académico plantea que las causas son variadas, no todas atribuibles a fenómenos propios de la ciudadanía y varias corresponden a errores de la propia política que han acrecentado la desconfianza de los ciudadanos, como lo es a su juicio la fragmentación de las fuerzas con representación en el Congreso producto de la reforma electoral del año 2015.

"Eso trae como consecuencia que los costos de transacción de acuerdos son más altos, y por lo tanto los problemas sujetos a modificaciones legales han tenido que esperar sus soluciones. Un claro ejemplo de esto es la reforma de pensiones. Por lo tanto, el malestar de la ciudadanía ha ido en aumento progresivo. Hoy no quiere esperar más promesas, y quienes las hagan deben cumplirlas rápidamente", recalca.

Otro elemento que incide en este panorama, complementa el doctor (c) en Derecho y especialista en Acción Política y Participación Ciudadana en el Estado de Derecho, es el incremento de los canales de información. "Hoy los medios digitales han cambiado la forma de hacer política, y de alguna forma el control y el conocimiento también han aumentado. Las redes sociales han venido a modificar el comportamiento y conocimiento de las personas en ámbitos políticos", resume el académico. 2

La desilusión se transforma en malestar, y el malestar en jornadas de protesta capitalizadas por la oposición".

Lo que pasa es que el malestar sigue ahí y va a perseguir a quien tome la posta en la administración del poder".

Las manifestaciones de la última década deben entenderse como formas de reclamar o cuestionar a las autoridades".

La práctica política se está escenificando en expresiones e instancias diferentes a la confrontación electoral".

El malestar de la ciudadanía ha ido en aumento. Quienes hagan promesas deben cumplirlas rápidamente".

Rodrigo Arellano Vicedecano Facultad de Gobierno U. del Desarrollo

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Expectativas incumplidas, decepción y un vacío que puede llenar el populismo

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En una entrevista reciente, a propósito de la caída en el respaldo al Presidente Boric, el exsubsecretario del Interior DC Jorge Correa sostuvo que "es fácil echarle la culpa al Presidente y a su coalición de este descenso, pero a mí me parece que en el último tiempo en Chile están ocurriendo giros muy bruscos de opinión pública que explican estos cambios y que están dañando la política en el país".

En este aspecto, Mauricio Morales plantea que los cambios no son dañinos, pero sí lo es "la baja calidad intelectual de la elite que asume tareas de gobierno. Esto es un asunto de capacidades. Si la elite no es suficientemente hábil como para generar propuestas de sentido común y con un horizonte limitado, está condenada al fracaso".

"Los gobiernos de cuatro años no pueden ofertar el fin de la delincuencia o la muerte del modelo económico. Eso es ser irresponsable, cuestión que precisamente la ciudadanía castiga. Una coalición seria ofrece cuestiones mucho más acotadas y simples. Esto es lo que ha faltado en los últimos gobiernos", complementa Morales.

Agrega que aquí se requiere "coaliciones que ofrezcan mejoras y correcciones, no cambios bruscos. A veces parece que da vergüenza la palabra 'gradualidad', pero es precisamente ese término el que nos tuvo a las puertas del desarrollo, y que las coaliciones actuales se resisten a utilizar".

Por otra parte, el director del CAP UTalca sostiene que el centro está extinto en Chile, "y es precisamente cuando gobierna el centro en que Chile avanza más hacia el desarrollo. Si esa oferta de centro no emerge, entonces ese espacio podría ser ocupado por líderes o propuestas de corte populista".

El decano de Ciencias Sociales de la UV, Juan Sandoval, no coincide con Jorge Correa porque, opina, "hasta ahora no ha habido cambios de ese tipo entre un gobierno y otro. Es más, uno podría decir que el malestar que se ha ido acumulando en estos años en la población precisamente es porque no perciben cambios sustantivos".

El experto en Psicologia Social argumenta que otra cosa es que la gente tenga clara la dirección de las transformaciones que desea, lo que no necesariamente ocurre, como en el caso de las pensiones, "donde quiere mejores jubilaciones, pero no le interesa el debate sobre el sistema para ello". Agrega que aun sin saber cómo, las personas aspiran a que su realidad se transforme de verdad y que allí radica parte del problema que se debe resolver en este gobierno, de modo que "es perfectamente posible que a nivel de la política institucional sigan ocurriendo cambios".

De hecho, el académico estima que "si la promesa transformadora del gobierno del presidente Boric no se termina expresando en el cotidiano, si no logra traducir ese afán de cambios que la gente siente, las fuerzas populistas de derecha podrían tener una oportunidad real de administrar el poder y eso en mi opinión sería un grave retroceso para el país". 2