RELOJ DE ARENA Nuestras historias de carbón
"The Crown" nos presenta aquel episodio de contaminación que mató en Londres a unas 4.000 personas en el helado diciembre de 1952. La serie que se pone de actualidad con la reciente muerte de Isabel y la iniciación de una nueva etapa de su producción, muestra una tragedia originada en el alto consumo de combustibles fósiles, especialmente de carbón, en las más diversas actividades que iban desde la producción industrial hasta el consumo del hogar.
El intenso uso de ese combustible, alto en azufre y la inversión térmica impidieron la ventilación natural y generaron nocivas condiciones atmosféricas que impactaron especialmente en niños y ancianos con afecciones a las vías respiratorias. Los hospitales quedaron saturados, hecho que en la serie es graficada con la visita de Churchill, el primer ministro, a un servicio de urgencia donde ha muerto, debido a un atropello en las calles donde no había visibilidad, una de sus jóvenes secretarias.
La crisis ambiental de Londres, la castigada capital británica en la Segunda Guerra Mundial, llegó a provocar a lo largo de las semanas siguientes de diciembre, un total de 12 mil fallecidos. El señalado capítulo de "The Crown", serie creada por Peter Morgan, presenta en todo su alcance la amenaza de la contaminación con efectos letales directos sobre la población. En fin, nosotros acá tenemos el mismo cuadro fatal, pero a un ritmo lento, lo cual es mucho peor, pues las reacciones también son lentas y no tienen la presión de la urgencia.
Sería bueno que algunos de nuestros responsables del medioambiente vieran ese capítulo como un elemento motivador. Además, que "The Crown" nos muestra en toda su crudeza tironeos y tensiones por el poder en un marco de formalidad con agobiante hipocresía, materia también presente en nuestro mundillo político. Pero de formalidad, no tanto.
Quedémonos en el desmedido uso de carbón, combustible dominante en el siglo antepasado y en buena parte del pasado, como el motor del transporte, la industria, la calefacción y la producción de energía.
"sub terra"
Baldomero Lillo nos ofrece en su obra "Sub terra" el desgarrador cuadro de la extracción del producto en las minas de Lota. Largas y peligrosas jornadas de trabajo en piques situados a cientos de metros bajo la superficie de la tierra o del mar. Luces insuficientes, trabajo infantil y ocasionalmente explosiones del traidor gas grisú que dejaban numerosas víctimas fatales. Lillo nos muestra "Sub terra", pero no nos presenta los efectos letales "Sub sole", es decir, en la superficie, cuando en mil maneras se empleaba o se emplea el carbón.
Ahí tenemos el caso de Londres, donde en la búsqueda de calor finalmente se encuentra la muerte.
Para nosotros también, durante años, el carbón fue parte de nuestra vida diaria en el transporte, la industria y la calefacción hogareña. Y en la industria tenemos presente el uso de esos combustibles fósiles allá en Ventanas, comuna de Puchuncaví, con los efectos conocidos y otros hasta ahora no revelados.
Conocidos y sepultados muchos y otros a la vista como el cambio en las condiciones del suelo y de las aguas.
Pero miremos Valparaíso y su exposición a la contaminación mitigada por los vientos. Ese travieso viento porteño.
El carbón es el combustible básico en el transporte desde el siglo antepasado cuando se acomete la faena entonces posible, hoy pareciera imposible, de una ruta ferroviaria entre el puerto y la capital, 1863.
Veinte años más tarde, a un escritor, Liborio Brieba, "Episodios nacionales", se le ocurre unir el plan con el cerro mediante un ascensor. Diciembre de 1883, gran novedad, el ascensor del cerro Concepción. La curiosidad y la necesidad saturan el elevador que sube y baja mediante un sistema de contrapesos de agua que operaba con una bomba a vapor. En algún momento del día inaugural se paraliza el ascensor por falta del carbón que alimenta el motor de la bomba.
Años antes, Valparaíso se convierte en una de las primeras ciudades del continente con servicio de gas para la industria y también para la cocina y el alumbrado de casas y calles.
El gas se logra a partir de carbón que llega en naves al puerto. El producto es desembarcado en la costa y mecánicamente, mediante un andarivel, llega hasta la planta productora situada en avenida Argentina. Todavía está el edificio convertido en supermercado y multitienda, con un reloj que marca el paso de la historia. El andarivel cruza sobre la sobre avenida España y para evitar accidentes con la caída del carbón se instala una red de seguridad similar a las que en los circos se protegen a los acróbatas.
Pero la seguridad no cubre la humareda que deja la producción del necesario gas para Valparaíso y Viña del Mar.
En pleno centro
En 1904, otra novedad llega Valparaíso, los tranvías eléctricos que reemplazan al ferrocarril urbano que cubría la ciudad en toda su extensión mediante carros de dos pisos arrastrados por caballos. No eran tiempos de buenos animalistas.
Los tranvías necesitaban electricidad que entregaban dos fuentes. Una planta hidroeléctrica, Los Sauces, que se abastecía por el rebalse del entonces abundante lago Peñuelas, y una térmica, a carbón, situada en pleno centro de la ciudad. Calle Aldunate, a pasos de la plaza Victoria y del Club Naval, a espaldas de la entonces elegante calle Condell.
Tres humeantes chimeneas que se ven en una vieja postal eran expresión del progreso de la época. El viento porteño, caprichoso, llevaba el humo contaminante al centro y también a los cerros Bellavista, Concepción y Alegre, los más residenciales de la ciudad. Lejos de la ciudad misma, en 1939 comienza a operar la gran central térmica de Laguna Verde, hoy con sus hornos apagados.
A principios del siglo pasado la electricidad ilumina Viña del Mar con una pequeña planta térmica, a carbón, en la Población Vergara. El suministro lo pasa a atender en 1913 la Refinería de Azúcar con su propia planta, también a carbón.
El fatídico carbón, ese de sufrida extracción, es la base de la navegación a vapor que acelera los viajes y el comercio marítimo y se mantiene vigente durante todo el siglo pasado. Un recuerdo de esos años de la bahía porteña fue el remolcador "Poderoso", a carbón, construido en Gran Bretaña a principios del XX y operativo hasta los años 70 cuando por razones económica fue dado de baja. Quedó flotando dignamente. Un grupo de porteños ilusos, antes que se hablara de patrimonio, intentaron salvarlo como un testimonio histórico del pasado portuario. Fracasaron. El "Poderoso" fue remolcado hasta Talcahuano también con buenas intenciones de conservación. Allí hay experiencia con el "Huáscar". Un temporal dijo otra cosa y naufragó la historia.
La chimenea
Un recuerdo del carbón mineral -carbón de piedra le llamaban para diferenciarlo del vegetal denominado carbón blanco- era su uso doméstico para la calefacción. Más barato que la leña, en esos chalecitos Ley Pereira o en las grandes residencias que se levantaron en Viña del Mar se usaba en las chimeneas. Las brasas ardientes eran un lindo espectáculo y el poder calórico, superior a la madera, cubría toda la casa. La gran empresa carbonífera, Lota creo, que atendía las necesidades industriales de la zona, también surtía carbón a domicilio. Una o media tonelada servía para el invierno. Se podía dejar en el patio sin problemas para la lluvia. Y llovía de verdad. Mojado, decían, ardía mejor.
No se hablaba de contaminación y se ignoraba la crisis de Londres. En verdad, las condiciones climáticas del centro del país no serían tan graves… en lo inmediato. Y el ahora estigmatizado carbón se recomendaba, paradojalmente, para enfermedades bronquiales o pulmonares. Echaba usted una brasa de esas al rojo en un jarro de agua. Humeante espectáculo. Ya frio el líquido resultante era eficaz para curar la tos. ¿Sería cierto?
Nostálgicos intentamos encontrar carbón de piedra para la chimenea casera. Ya no hay consumo industrial local ni entrega a domicilio. En una carbonería, tal vez la única, calle Marina cerca del Mercado, donde encontrábamos carbón de espino para el asado, vendían también el viejo carbón mineral. Ahora era caro. Lo traían en camión desde el sur, pero valía la pena darse el gusto de evocar aquellas chimeneas invernales, quizás contaminantes, pero no maloliente como la parafina que incluso supera los filtros hasta de las costosas Toyotomi.
Hace un tiempo el local cerró. Falleció su dueño y nos quedamos solo con el recuerdo de las brasas ardientes que reviven ahora en esa tragedia ambiental de 1952 que muestra "The Crown", la serie que parte con su nueva temporada de amores, intrigas y tensiones políticas.