LA PELOTA NO SE MANCHA Qatar y el modo delfín
POR WINSTON POR WINSTON
Este domingo arrancó, por fin, una nueva edición de la Copa Mundial de Fútbol. Poco ha importado las dos polémicas que marcaron la previa de este evento durante las últimas semanas.
La primera, la ausencia de Chile y todo lo que esto implica. El partido amistoso con Polonia nos hizo recordar que estamos fuera y que solo participamos de esta cita como sparring de un equipo clasificado. El foco vuelve a estar en si se puede reemplazar a la generación dorada, si debe seguir Vidal, Alexis o Aránguiz, si es Eduardo Berizzo el indicado para llevarnos a la próxima cita mundialera o si Manuel Pellegrini ha perdido de adrede con el Real Betis en su gira por Sudamérica para inhibir cualquier nuevo intento por llevarlo a la selección. Pero nada de eso es ahora relevante.
La segunda polémica de estos días, más a nivel global, tiene que ver con las críticas a la sede de Qatar: estadios construidos gracias al sacrificio de inmigrantes; coimas para conseguir la localía a los dirigentes de la FIFA; ambiente y regulaciones homofóbicas; público poco futbolizado y, lo más grave de todo, hinchas que no podrán tomar cerveza en el estadio: sólo queda agradecer a Dios, a mi señora y a mis deudas- no haber ido a esta cita más seca que el mismo desierto. Pero esta discusión tampoco ha detenido la pelotita…
De hecho, ahora que comenzó el mundial sinceremos las cosas. Ninguna de los comentarios que han girado en torno a Qatar nos ha importado alguna vez a los futboleros, incluso, desde tiempos inmemoriales. A vuelo de pájaro y sin ser muy exhaustivo, podemos descubrir que los mundiales, desde sus inicios, han estado marcados por la polémica. Algunos europeos vetaron el primero por hacerse en Uruguay y no en Europa; el de Italia sirvió de caja de resonancia para el fascismo; en Inglaterra metieron en el saco a los alemanes; Argentina, en su país, fue campeona en medio del soborno y las violaciones a los derechos humanos; México mantuvo la localía para recuperarse de un fuerte terremoto y el de Rusia lavaría la imagen de Putin. Así suma y sigue.
No quiero ser insensible, pero la verdad es que si el fútbol tiene el éxito que tiene, es porque a los fanáticos ninguna de estas cosas extra, en realidad, nos importan. Puede ser porque nos hemos criado bajo el rigor del estadio: ahí hay que expulsar al defensa, fracturar al centrodelantero, insultar al árbitro, escupir al arquero y odiar al hincha rival con los peores epítetos. El fútbol saca lo peor de nosotros.
Quienes arman revuelo sobre este tipo de cosas son aquellos que no soportan ni entienden la emoción que provocan los mundiales en muchos de nosotros y que no logran comprender que, desde el domingo, entramos en lo que llamo el modo "Delfín".
El término proviene de esa extraordinaria habilidad que tienen estos mamíferos acuáticos para poder dormir sin ser víctimas de un depredador o sin el miedo de ser atrapado por un productor de televisión que quiera hacer una adaptación de Flipper. ¿En qué consiste esta gracia? En mantener una parte del cerebro descansando, mientras la otra se encuentra en alerta. Esta capacidad se define como sueño "unihemisférico" y se asemeja al efecto hipnótico que tiene la pelota sobre cada uno de los futboleros, cada vez que comienza un partido.
Esa será nuestra condición a partir de este lunes. Mientras una parte del cerebro estará concentrada en lo que suceda entre Senegal y Países Bajos, la otra estará semidormida, en alerta frente al peligro, respondiendo un email del trabajo con un "Atento a tus comentarios"; programando una reunión para el martes y asegurando a la señora que nosotros vamos a ir por los niños al colegio.
Finalmente, hay que aprovechar al máximo este estado de vigilia y semi sueño que nos permite vivir sin contratiempos en una fiesta que se nos pasará volando. No van a haber transcurrido ni dos columnas más de Winston y ya estaremos pensando quién pasara a cuartos de final, se lo aseguro. La única excepción serán los incautos que se fueron a gastar lo que no tienen a Qatar, a ellos, sin alcohol de por medio, este mundial no durará un mes, sino un año.