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Educación

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El currículo se ha cambiado en innumerables ocasiones. Se ha peleado por la calidad, por el financiamiento, por la infraestructura (...). Pero aun así, los NNA desertan del sistema y, además, entre los que se quedan, la calidad en mediciones internacionales ha estado muy lejos de mejorar".


Descartable

"Mi docencia está marcada por intentar ser la profesora que me gustaría que mis hijas tuvieran", dijo hace unos días una colega cuando despedíamos a una gran generación de estudiantes. Esas palabras no solo me identificaron plenamente como académica, sino que me hicieron mucho más sentido a la luz de las preocupantes cifras de deserción escolar que dio a conocer el Ministerio de Educación esta semana.

En concreto, la secretaría de Estado mostró que más de 50 mil estudiantes dejaron la educación formal entre 2021 y 2022. Un 24% más de lo que sucedía antes de la pandemia. Y yendo más atrás, el estudio informó que entre 2004 y 2021 más de 227 mil niños, niñas y adolescentes (NNA), entre 5 y 24 años, salieron del sistema. Aquello equivale a que un Estadio Nacional completo haya abandonado el aprendizaje este año y a que toda la población de Quillota hubiese dejado de educarse en los últimos veinte años.

La educación en Chile no es una temática nueva. Ya desde la década de los noventa venimos debatiendo sobre ella. De hecho, desde aquella época los cambios han sido vertiginosos, por ejemplo, en infraestructura a partir de la jornada escolar completa. En estos últimos 20 años, el presupuesto para esta área se cuadruplicó, marcando un crecimiento promedio anual de 7,8%, según datos de un estudio realizado por académicos de la Universidad de Talca.

El currículo se ha cambiado en innumerables ocasiones. Se ha peleado por la calidad, por el financiamiento, por la infraestructura. Lo que muchos aprendimos hace treinta o cuarenta años, hoy no existe. Pero, aun así, los NNA desertan del sistema y, además, entre los que se quedan, la calidad en mediciones internacionales ha estado muy lejos de mejorar.

Entremedio, llegó la pandemia a remecer el sistema más todavía. Porque mientras jugaban a conectarse a clases muchas veces acostados y con la pantalla apagada -o simplemente no tenían desde dónde conectarse-, se dieron cuenta de algo clave: pueden vivir sin ir al colegio y sin aprender. Lo hicieron así dos años y no pasó nada. Por ahora.

Aquello, sin lugar a dudas, afectará su futuro. Pero es un futuro líquido, poco concreto, uno que un NNA no tiene capacidad de entender ni sopesar. Y en el presente, lo que está viendo es un sinnúmero de variables que lo hacen preferir no estar en clases.

Una de ellas es la falta de contención emocional, de trato humano, que se está entregando a los estudiantes. Volvieron a las aulas y en muchos establecimientos fueron recibidos como si no hubiera pasado nada entre 2020 y 2021. Habían olvidado cómo convivir, estudiar, concentrarse, tener empatía y los colegios siguieron preocupados de la PAES, el SIMCE, los uniformes y las notas. No es menor que la Defensoría de la Niñez haya presentado en octubre cifras que hablan de que la depresión, ansiedad y autolesiones son hoy una realidad mucho más masiva de lo que se piensa.

Un segundo elemento tiene que ver con la oferta educativa. Los colegios siguen enfocados en cómo enseñar y en los rankings, más que en cómo aprenden los chicos y las chicas. Entonces, tiene mayor relevancia que repitan de memoria el discurso que un profesor lleva reproduciendo durante los últimos 20 años, antes de que sean capaces de tener un aprendizaje realmente profundo, de analizar críticamente, de crear soluciones nuevas, etc. Es mejor que escriban, memoricen, repitan y borren de la cabeza para comenzar el proceso nuevamente. Ojalá callados y sin dar opiniones ni argumentos.

Un tercer punto relevante tiene que ver con la capacidad que tenemos los profesores y académicos de hacernos relevantes para los NNA. Porque si en la realidad están expuestos a una vida que sucede rápidamente, con soluciones inmediatas y una amplia oferta para desertar y dedicarse a otras actividades, lícitas o no, donde pueden ganar dinero -el mismo que le hemos inculcado como lo único que asegura la felicidad-, ¿por qué van a preferir encerrarse ocho horas a escuchar temáticas cuya relevancia práctica no comprenden? Es como hacerlos volver a la Edad Media durante gran parte del día y esperar que, de manera mágica, por sí solos adquieran el gusto por aprender.

Ya no estamos fallando -tanto- en infraestructura ni en cambios al currículo escolar. Pero sí en hacer del estudio algo significativo para los estudiantes, en educarlos no solo como máquinas repetidoras, sino como personas, en hacerlos comprender que ellos son parte central y activa de su propio proceso y que este no es solo para ganar dinero en un futuro etéreo. Mientras no entiendan por qué tienen que educarse, ese aprendizaje va a ser irrelevante y, por lo tanto, descartable. 2

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Liberia, Monrovia y la inspiradora

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Aunque muchos esclavos liberados estuvieron dispuestos a cruzar el Atlántico, otros prefirieron quedarse y el proyecto fue fallido. Sin embargo, tal aventura política le permitió a Liberia zafar del control europeo".


historia de la familia Weah

Esta historia se inicia con el gol de Timothy Tarpeh Weah, delantero de la selección de fútbol de Estados Unidos a la selección de Gales, en el empate 1 a 1 en el Mundial de Qatar 2022. Su tanto, representando a los estadounidenses, es el corolario de una vuelta muy larga, una de varios siglos.

Me explico: Tim Weah, que es el nombre con que es conocido, es hijo del exfutbolista liberiano, George Weah, quien se destacó como delantero en la década de los noventa. Fornido, arrollador, jugó en Europa y fue el primer jugador africano en recibir el reconocimiento del balón de oro en 1995, que se entrega al mejor futbolista del mundo. Gracias a Weah, Liberia apareció en el radar de muchos occidentales que no tenían a este pequeño país africano en el mapa. Si se hace el ejercicio de observar con atención una imagen de África antes de la Gran Guerra en 1914, se dará cuenta de que la gran mayoría de los países eran colonias británicas, francesas, alemanas, etc. Y es que el continente negro fue repartido por las potencias europeas como si se tratara de un botín, pero Liberia fue una de las pocas excepciones. Si uno mira la bandera del país de Weah, llama la atención la similitud que posee con la de Estados Unidos. Lo que podría parecer una coincidencia cobra sentido cuando uno además descubre que la capital de este país se denomina Monrovia.

El nombre hace alusión a James Monroe, presidente de EE.UU. (1817-1825), famoso por la Doctrina Monroe y su proclama, a inicios del siglo XIX, que decía que América era para los americanos en defensa de las pretensiones europeas.

Entre los temas que preocupaban al presidente Monroe, uno relevante era el comercio de esclavos que llegaba desde África. Eran tiempos en los que esta práctica no generaba consenso en Estados Unidos. Mientras el sur de este país dependía de la mano de obra cautiva para la producción de algodón, el norte, mucho más industrializado, despreciaba este abuso. Debido a que, por lo menos hasta 1861, los estados contrarios a la esclavitud no superaban a los que la apoyaban, no había forma de cambiar la balanza a su favor en la constitución a la que se sometían todos los estados que querían ser parte de la unión. Surgieron entonces algunas alternativas para luchar contra este mal que a muchos descomponía, siendo la más llamativa, la compra de un territorio en la costa de África para que los esclavos que habían llegado a Estados Unidos pudieran liberarse y regresar a su continente. Fue esta iniciativa la que dio origen a Liberia y su capital, el nombre de Monrovia, en agradecimiento al presidente de EE.UU.

Aunque muchos esclavos liberados estuvieron dispuestos a cruzar el Atlántico, otros prefirieron quedarse y el proyecto fue fallido. Sin embargo, tal aventura política le permitió a Liberia zafar del control europeo. Con el paso del tiempo, la suerte, no obstante, no se distinguió de la del resto de sus vecinos. En medio de la guerra civil, Weah decidió sacar a su familia de ahí y aprovechó sus vínculos como embajador de Unicef para enviar a sus hijos y esposa a Estados Unidos donde se criaron y obtuvieron la nacionalidad norteamericana.

Con una Liberia sumida en la pobreza y las crisis, George Weah aprovechó la fama que había tenido como futbolista para emprender su carrera política, hasta transformarse en presidente de Liberia desde 2018.

Hoy mientras su padre intenta sacar a su país adelante, como lo hacía con sus equipos cuando jugaba de delantero, su hijo devuelve la mano al sueño que inspiró a Monroe.

Lo que se inició con una captura forzada de africanos que fueron trasladados por el Atlántico en condiciones infrahumanas, explotados en las colonias británicas del norte y posteriormente liberados, termina como un cuento de hadas -de los modernos-. Un cuento que tiene de protagonista a un joven afroamericano que ahora destaca en el mundial de fútbol defendiendo los colores de Estados Unidos que son, por consecuencia, los mismos de Liberia. 2

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