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POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA Si es chileno, es bueno

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Mi amigo Gastón, lector de estas páginas, me manda una fotografía en colores de dos automóviles. Nada nuevo, aparentemente, se trata de modelos sedán como tantos que recorren nuestras calles y caminos. Pero la novedad es que se trata de dos vehículos hechos en Chile, construidos en un 85 por ciento con elementos nacionales y el resto con accesorios franceses importados.

Un emprendimiento, para usar una recurrida palabra, de 1960. Era el coche nacional marca ¨Puma" fabricado ese año en la Industria Metalúrgica de L. Montanari, de la calle San Joaquín, Santiago, iniciativa del empresario José Lhorente. Tenía capacidad para 5 pasajeros y un motor Panhard de 2 cilindros, refrigerado por aire con turbina, tal como las clásicas citronetas. La potencia del motor era de 50 HP, con tracción delantera. Desarrollaba una velocidad máxima de 155 KPH y rendía 16 kilómetros por litro. El valor era de 5 millones de pesos de la época, bastante dinero.

Al parecer, el vehículo no tuvo gran éxito y es posible que por ahí exista algún modelo. Anda tanta auto viejo dando vueltas y contaminando.

En todo caso, hay que destacar el esfuerzo de la industria nacional que en este rubro no era una novedad. En Viña del Mar, la Sociedad de Maestranzas y Galvanización, en su gigantesca planta de Caleta Abarca, fabricaba automóviles en los años 20 del siglo pasado. Viejas fotografías de un folleto promocional muestran los flamantes modelos marca Westcott-Six.

La misma maestranza, industria de peso pesado, construyó durante años locomotoras, carros para ferrocarriles, naves para la Armada y maquinaria industrial, especialmente para la minería.

La empresa desapareció y dio lugar al actual balneario y a los sucesivos hoteles levantados en el lugar. En ocasiones de grandes temporales, en la playa aparecen los restos del viejo muelle de la planta por el cual se desembarcaba carbón para la operación de su compleja maquinaria.

Autos porteños

Otro dato para la historia automovilística nacional. En Valparaíso, 1919, en la Carrocería y Garaje Francia, de Luis Chiffelle, calle Almirante Barrroso 450, también se fabricaban automóviles. Un aviso en el álbum "Las industrias y el hogar" de ese año gráfica el esfuerzo local.

Y había que ser bastante audaz para entrar en aquellos años en la competencia automotriz, cuando ya llegaban al país los Ford, Essex, Marmon y Republic, entre muchas marcas. Únicamente Henry Ford, con su modelo T, había invadido todo el mundo con más de 15 millones de unidades y luego con el A con 4 millones 300 mil. Y por todos lados la producción Ford en línea era imitada.

¿Quedarán en alguna parte restos de esos precursores vehículos parte de nuestro patrimonio industrial? Posiblemente con la llegada de modelos importados más perfeccionados y a menor costo quedaron en un segundo plano y pasaron a la condición de chatarra.

En los años 60 del siglo pasado, comenzó a desarrollarse la industria automovilística en el país, pero ya únicamente en la condición de armadurías de modelos de marcas internacionales como la italiana Fiat, con una planta en Rancagua, y Citroen, fabricando en Arica la noble Citroneta y Peugeot en Los Andes. Fugaz en los años 70 fue la presencia de la Ford en Casablanca.

Fui feliz propietario de un Fiat 600 armado en Rancagua, nuevo "de paquete" como decían en Sábado Gigante. Eficiente y todo venía con una deformación congénita que nunca lograron corregir. La puerta del pasajero no encajaba bien y daba la impresión de un peligro latente. En Rancagua, al parecer apurados ante la demanda de esos años, el control de calidad era más o menos.

Pero la industria nacional, en muchos frentes daba la pelea ante elevados aranceles y problemas internacionales que impedían la importación y se lograban éxitos.

Fakir y antú

Recuerdo electrodomésticos, no muy versátiles, pero bastante eficientes, desde jugeras hasta lavadoras y refrigeradores. Todo a precios aceptables y pagadero en cómodas cuotas mensuales. Aparecieron también aspiradoras muy eficientes. Estaba una fabricada en Viña del Mar que tenía vocación de eternidad, la Fakir, verdadera locomotora que dejaba impecables los pisos de la casa pero que tenía el defecto de ser demasiado ruidosa y pesada con su potente motor eléctrico.

También se fabricaron receptores de radio y televisores - ¿se acuerda usted del Antú, año 1971? -, claro que mayoritariamente con elementos importados.

Los trenes eléctricos antes que las pistas y las pantallas eran favoritos de los niños. Marcas como Marklin y Lionel eran codiciados regalos de Pascua, pero caros, carísimos, al ser importados y con altos aranceles.

Una empresa porteña, Doggenweiler, entró en la competencia y fabricó en los años 40 del siglo pasado lindos trencitos de juguete, reproducción perfecta a escala de los que circulaban entre Valparaíso y Santiago.

La locomotora era copia exacta de aquellas enormes Westinghouse que comenzaron a correr entre Puerto y Mapocho en 1923. Alguien debe conservar todavía, con cuidado y nostalgia, algunos de esos trencitos. Habría que preguntarle a mi amigo Jayme.

A propósito, y sin ánimo de molestar, ¿qué se habrá hecho el hermoso coche dormitorio a escala que se exhibía en la Estación Puerto?

En materia de zapatos la producción nacional era abundante y de calidad. En Valparaíso, calle victoria, aún se mantiene el edificio de la fábrica Fagalde, solo el edificio. La famosa marca nacional Guante, subsiste, pero sus modelos son hechos en algún país asiático.

En cuanto a ropa la producción nacional daba dignamente la pelea. ¿Se acuerda usted de "Llodrá, la camisa deportiva que domina la ciudá"? También unos industriales españoles fabricaban estupendas y elegantes camisas en la calle Yungay o Chacabuco de Valparaíso.

Fuimos campeones en textiles, con Gratry y Textil Viña, en Viña del Mar y los internacionalmente famosos casimires de Tomé. Y, por cierto, estaba en la pelea Yarur.

Terremotos

No quiero ser autorreferente, pero tengo un hermoso juego de copas de cristal cortado, regalo de matrimonio, acercándose ya al centenario. Valioso y estimado. Cristal Yungay hecho en Chile, mano a mano dan la pelea con los cristales checos. Los conocí de cerca en Praga y nada que envidiar. El problema es que Yungay desapareció y no encuentro repuestos para nuestro juego de copas que ha mermado al ritmo sucesivos terremotos.

Siempre se apreció en casa la loza inglesa, muy cuidada y bien conservada. Por eso, para el uso diario estaba el juego de loza de Lota. Resistente y con perfecta aislación térmica. Buen precio, además. También a esa económica loza nacional se la llevó el viento y esos juegos "de diario" hoy son de colección.

Logramos también grandes aciertos en vinos y licores, aciertos que se mantienen hasta el día de hoy en las grandes ligas. Claro que hay que olvidar los detestables intentos de CRAV, Viña del Mar, de producir whisky, Big Ben, creo, que resultó ser una perfecto desmanchador.

Lo anterior son algunos brochazos sobre la industria nacional, de los tiempos del eslogan "si es chileno es bueno". Chovinista, si se quiere, pero pegajoso, de los tiempos de ese país mejor que evoca don Ricardo.

Para bien o para mal en los 70 del siglo pasado nos abrimos al mundo, a la globalización, a la competencia y a esa obsolescencia planificada de la cual hemos hablado mucho.

Nuestra tecnología no podía seguir compitiendo por precio, calidad y mano de obra baratísima. Llegamos al frenesí del consumo, pero, a la vez, también llegaron a los grupos de menos recursos productos que antes serían inalcanzables, desde ropas -no abundan hoy en nuestras calles los harapientos o patipelados- hasta automóviles.

En la competencia con las importaciones muchos se cayeron en el camino arrastrando edificios, empresas, empresarios y trabajadores. Algunos se quedan pegados en la nostalgia mientras otros miran nuevos horizontes, que nunca faltan. Pero como escribió con acierto Albert Camus en 1945 "lo último que hay que hacer con la historia es pasarla por alto".