Es hora de compartir con los que sufren
Para muchos, el pavoroso incendio de Viña del Mar ha convertido estos días de jolgorio en horas de incertidumbre y dolor. La tragedia no se detiene únicamente en el daño material y humano, se proyecta también con una sombra culposa sobre la sociedad en su conjunto, sobre las autoridades, pues estos siniestros y sus efectos no son hechos nuevos.
La Navidad Blanca, esa de la vieja canción, se convirtió en Viña del Mar en una Navidad roja, dolorosa, destructiva. El incendio que se inició en la tarde del jueves en las cercanías de una población en toma de la parte alta del flanco sur de la comuna, se extendió rápidamente y prácticamente "bajó" por las laderas hasta llegar muy cerca del centro mismo de la ciudad.
El fuego, que se mantiene peligrosamente vivo, arrasó cientos de viviendas, algunas precarias de asentamientos irregulares y otras de regular y buena construcción formalmente emplazadas en terrenos urbanos. Un balance inicial da cuenta de dos fallecidos. La destrucción cubre tanto viviendas y medios de trabajo de cientos de familias, muchas de las cuales pierden así el resultado del esfuerzo de años de trabajo.
Pero la tragedia no se detiene únicamente en el daño material y humano, se proyecta también con una sombra culposa sobre la sociedad en su conjunto, sobre las autoridades, pues estos siniestros y sus efectos no son hechos nuevos. Han sido recurrentes en los cerros de Valparaíso y Viña del Mar, desde aquel pavoroso incendio que afectó numerosas viviendas formales del sector Gómez Carreño en los años 60 del siglo pasado. Y luego vienen los reiterados en los cerros de Valparaíso.
Tantos años, tanto daño y tanta indiferencia, hay que decirlo, pues tras visitas oficiales, investigaciones, estados de excepción, recriminaciones y lenta recuperación, los casos vuelven a repetirse. Es ya una rutina que golpea con fuerza, especialmente a los más pobres. En todos estos casos hay factores controlables, como la limpieza y vigilancia de quebradas y lugares donde hay vegetación seca y desperdicios; los problemas de acceso a los sectores altos potencialmente peligrosos y la precariedad de la red de grifos que entregan agua para combatir las llamas. Está, además, el factor humano, que va desde el descuido hasta la intencionalidad. Y están esos factores incontrolables, como son el calor y los fuertes vientos que avivan la trágica hoguera.
Ante esa realidad hay una sola solución, la prevención como política permanente. Se puede insistir en la endémica crisis habitacional y crucificar fácilmente responsables, pero ahora hay una tarea urgente: mitigar el dolor y las carencias en que están los damnificados, partiendo desde lo básico, la alimentación, hasta aquello que deja cicatrices, la salud mental. Y todo esto sin olvidar la tarea de reconstrucción. ¿Será posible una buena y digna reconstrucción?
La tragedia golpea en horas previas a la Navidad y a las celebraciones de Año Nuevo. Cuando tantos sufren tanto, ¿es moralmente aceptable insistir en el jolgorio ostentoso, costoso, público y privado? ¿No sería el momento de transformar esas celebraciones tratando de compartir la alegría con quienes están viviendo días de incertidumbre y dolor?