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POR SEGISMUNDO

RELOJ DE ARENA

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Estacionamientos, una feria, circos, juegos infantiles, viviendas marginales… en fin, son los destinos, las ocupaciones que ofrece el Marga Marga, simplemente el estero, para los viñamarinos.

Hay por ahí, como siempre, proyectos pendientes. Por ejemplo, el puerto deportivo, iniciativa abandonada, pero que puede volver. Está además la posibilidad de una larga ciclovía, pues el lecho, en buena parte seco, cruza la comuna de poniente a oriente. Las ciclovías, están de moda, son de buen tono, pero no siempre se usan. Vea usted esas que habilitaron en Uno Oriente o en Uno Poniente, vacías mientras los arrogantes pedaleros siguen cruzando a toda velocidad las aceras de la avenida Libertad.

Volviendo al estero, convertido en una especie de mochila urbana de Viña del Mar, averiguamos que tiene su buena dosis de historia.

Marga Marga, nombre originario quizás desde cuándo, pero en tiempos de la conquista y colonia se le conocía como el Río de la Minas.

Minas nada menos que de oro. Lavaderos de oro en las corrientes de agua y también el metal precioso en sus profundidades. Desde los tiempos de Pedro de Valdivia allí se explotaba el oro, explotación que no era fácil y que contaba con la mano de obra barata, baratísima de los pueblos originarios.

Claro está que la explotación viene desde antes de la llegada de los españoles, cuando la presencia de los incas era dominante en esta parte de lo que es hoy nuestro territorio, hasta con una fortaleza en el cerro Mauco, con perfecta visión sobre el valle de Aconcagua, cerca de los saqueados terrenos de Colmo.

Don Pedro, que era un gran comunicador, en sus cartas a Carlos V elogiaba las cualidades del Chile de entonces, destacando sus riquezas, entre ellas el oro del Marga Marga, "dato" revelado al conquistador por el cacique Michimalongo, que además proporcionó 1.200 indios para las faenas. ¿Cómo habrán sido esas negociaciones? Don Pedro murió masacrado por los mapuches justamente en diciembre de 1553.

Estamos en el Siglo XVI y lo que hoy se conoce como Viña del Mar se denominaba Peuco y era habitado especialmente por los indios changos, que más que mineros eran pescadores.

Pasan los años y Vicuña Mackenna da cuenta en 1872 de los esfuerzos de un empresario, Antonio Covarrubias, por sacar oro del Marga Marga mediante tecnología "de punta" de esos tiempos. Una bomba a vapor que extrae agua de un pozo, en cuyas profundidades yacía el tentador metal:

"El tenaz empresario llevó al sitio un enorme caldero arrastrado por once yuntas de bueyes que andaban un kilómetro por día. Y como fuera todavía insuficiente, practica ahora otra explotación a vapor algo más arriba del estero, a pocos pasos de una faena abandonada por los españoles, al pie de una palma, cuyos escombros acusan un esfuerzo colosal y cuya tradición habla, como siempre, solo de capachos de oro…".

Bueno, ahí están los datos para ir a buscar oro aprovechando las facilidades que da el Troncal Sur. No sabemos los resultados de la colosal faena de don Antonio, pero la tentadora búsqueda ha sido incesante.

Durante el primer gobierno de Carlos Ibáñez, 1927-31, dictador entonces, para afrontar la crisis de turno y con enorme cesantía se aplicó una política oficial de búsqueda de oro en todo el país. En camiones los cesantes eran llevados hasta posibles yacimientos donde, con suerte, recogían brillantes pepitas que les aseguraban sustento.

Concurrido era el estero más allá del puente Las Cucharas y actualmente, tras las lluvias, aparecen insistentes buscadores de oro y hasta algunos inscriben legalmente yacimientos. Una lotería con bases jurídicas.

El poeta

"En los buenos días de otoño y en algunos de invierno, no es más que un hilo de plata. Una hebra cristalina que se encoge y se alarga en la voluptuosidad de opulenta curva a lo largo de las crespas sinuosidades del lecho".

Así describe nuestro estero el poeta Carlos Pezoa Véliz en 1904. Interesante imagen de los tiempos en que no había sequía y el Marga Marga se convertía en una amenaza:

- "En septiembre ya es distinto. Los deshielos hacen fecunda preñez de las barrancas cordilleranas, y entonces el agua se viene cantando serenamente su robusta canción, hasta prorrumpir en estrepitosa desembocadura".

Recuerda el poeta una leyenda de riqueza oculta vigente en muchas partes:

- "Entre la puntilla de Miraflores y el Salto, junto a una decrépita palma de dos ganchos, hay unas excavaciones que alguien hubiera podido suponer un proyecto de palacio subterráneo o un túnel al centro de la tierra. Son uno cuantos hoyos abiertos por la piqueta de otros cuantos hambrientos. Algún malintencionado, alguna vieja de imaginación histérica hizo correr la noticia perversa de que allí se ocultaban seis cargas de plata, dejadas por un español inmensamente rico, que las huestes de San Martín empujaron hacia España. ¡Segurísimo tesoro!".

Se gastaron allí verdaderas fortunas en trabajadores y se consumieron ahorros con la esperanza del tesoro seguro. Por cierto, nada, tal ocurre con los tesoros de Guayacán, Juan Fernández y hasta en unas quebradas de Valparaíso. En fin, por lo menos demanda de mano de obra.

Y otra observación histórica de nuestro poeta:

- "Buenos miles de pesos han tirado los decretos oficiales sobre la defensa del estero, buenos miles que el agua absorbe rabiosa cuando el mal humorado caudal de arriba se viene de golpe y escape".

Aquí Pezoa Véliz escribe más que como poeta como funcionario municipal. La siempre generosa Municipalidad de Viña del Mar le había dado un puesto con sueldo digno, así que el hombre se ocupa de los problemas comunales: las inundaciones incontrolables de hasta hace pocos años. Ahora solo aguas estancadas cerca de la desembocadura y, rondando en las noches, aquellos zancudos que inmortalizó una "tira" del genial Rubén Bastías, "Sam Kudo".

Pero, ¡ojo!, cambia el ánimo del Niño o la Niña y tenemos invierno de verdad con los torrentes sobre los cuales nos alerta el eficiente funcionario de hace más de un siglo. Así fue de torrentoso nuestro estero por allá por los años 80. En muchos jardines de la Población Vergara, cuando bajaron las aguas, aparecieron pescados de regular tamaño arrastrados por la corriente. En algunos estacionamientos subterráneos los automóviles flotaban y el agua hizo lo suyo, para bien o para mal en los archivos municipales del edificio de calle Arlegui.

Puerto deportivo

Hablamos del fenecido o dormido proyecto de un puerto deportivo. Escarbando en nuestras neuronas escolares evocamos a entusiastas bogadores del estero. Junto al antiguo puente Casino hasta los años 50 del siglo pasado había un pequeño muelle donde se arrendaban botes. Se podía remar un buen trecho hasta la barra, o bien hasta cerca del puente Quinta, entonces un desvencijado paso de madera media podrida.

Algunos de nuestros compañeros asumían el reto de bogar por las grises aguas estancadas por largo tiempo. Poco profundas y solo peligrosas quizás por qué enfermedad. Hablamos de los años del tifus.

Buen deporte ese de remar, pero a veces terminaba en un pantano de ramas, lodo y maloliente lama. Con sentido del humor, el señor Moraga, gran profesor y certero observador, calificó al grupo de fracasados bogadores como "Los amigos de la lama". Después de una jornada de remo, la recomendación era una buena ducha con agua corriente y purificadora.

Bueno, un antecedente para el ambicioso puerto deportivo. La ambición ha sido una constante de nuestro Marga Marga. El oro de hace siglos y hoy, más reales y sin leyendas de "entierros" o lavaderos, los jugosos y disputados ingresos que da el cobro de estacionamientos. Goteras por minutos que se transforman de sustanciosas corrientes de dinero.


El estero, riquezas de ayer y de hoy