27F e incendios: ¿lección aprendida?
Los incendios forestales, en efecto, están lejos
de ser un fenómeno reciente, pero hoy las condiciones que facilitan su propagación son muy distintas. Según datos de la ONU, en siete años estos siniestros serán un 14% más frecuentes e intensos, un 30% para el año
2050, y así cada vez peor".
Probablemente no hay un chileno adulto de la zona centro-sur de Chile que alguna vez no haya hecho o le hayan formulado la siguiente pregunta: ¿Y a ti, ¿dónde te encontró el terremoto?
Con esa sola interrogante, desprovista de fechas o mayor contexto, casi todos entendemos que se hace referencia a lo ocurrido esa madrugada del 27 de febrero de 2010, cuando un sismo de magnitud 8.8 y posterior tsunami causaron la muerte de al menos 525 personas, destruyeron o dañaron severamente cerca de 220 mil viviendas, y generaron una crisis general del sistema de respuesta, obligando a correcciones estructurales en nuestra institucionalidad.
Este lunes 27 será otro aniversario de una tragedia que significó un antes y un después para los organismos a cargo de la prevención y reacción ante desastres. Hoy probablemente un viñamarino, un porteño o cualquier residente de zonas costeras sabrá reaccionar mejor ante cualquier sismo que no le permita mantenerse en pie. Asimismo, la promesa de la nueva institucionalidad surgida años después, que crea el Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred), anuncia más atribuciones y mejores herramientas para actuar sobre el territorio afectado.
Pero estas mejoras, que le permitirían por ejemplo a Senapred contar con una estructura orgánica reforzada, mayor presupuesto e instrumentos de gestión más modernos ¿están adaptadas a los escenarios que plantea el calentamiento global? ¿Estamos haciendo todo lo necesario para prevenir y contener las nuevas emergencias asociadas al cambio climático?
Al 27F se suman decenas de terremotos y tsunamis de diversas magnitudes a lo largo de nuestra historia, erupciones volcánicas (tenemos un centenar de volcanes activos), aluviones, lluvias estivales en el altiplano, "terremotos blancos" y, cómo no, incendios forestales en cada temporada de verano.
Varias de estas calamidades están relacionadas con el clima. Los incendios forestales, en efecto, están lejos de ser un fenómeno reciente, pero hoy las condiciones que facilitan su propagación son muy distintas. Según datos de la ONU, en siete años estos siniestros serán un 14% más frecuentes e intensos, un 30% para el año 2050, y así cada vez peor.
Para los mega incendios de 2017, tuve la posibilidad de presenciar desde un helicóptero a gran altura el arduo trabajo y despliegue de brigadistas y aeronaves contra decenas de focos simultáneos. Es en esas ocasiones en donde se puede apreciar la magnitud del desafío y lo exiguo de las capacidades humanas para hacerle frente. El aprendizaje es que la clave está en la planificación y la prevención, pues ni el más coordinado de los esfuerzos ni todas las capacidades de un país pueden detener la gigantesca voracidad de un incendio forestal desatado bajo condiciones que facilitan su propagación.
La experiencia nos indicaba que después de un invierno algo más lluvioso, este verano sería más complejo dado el mayor crecimiento de arbustos y pastizales que luego se secarían. ¿Se pudo hacer algo más? ¿O era imposible ante la combinación de ola de calor, más la negligencia o actuaciones dolosas de algunas personas? Ya vendrá el momento de las evaluaciones.
Al igual como el 27F -que a punta de trágicas lecciones generó un profundo cambio normativo e institucional- estos incendios que aún no terminan de controlarse nos demuestran que aún nos falta mucho camino por recorrer para prevenirlos de manera más adecuada.
La actual emergencia encontró en pleno proceso de rodaje al Senapred, el organismo que vino a reemplazar a la ONEMI. Esta institución se había anticipado solicitando más recursos para este verano, pero habrá que ver cuánto influyó este proceso de instalación en la vinculación y coordinación con otros estamentos en los distintos territorios.
El rol preventivo, fortalecido, oportuno y con recursos de un Senapred robusto y con atribuciones claras, será crucial para este Chile afectado por el calentamiento global, donde viven personas que aún sueldan metales al lado de pastizales secos, arrojan cigarrillos semi encendidos desde autos en movimiento, dejan fogatas o asados mal apagados en un bosque, o peor aún, simplemente queman bosques con una intencionalidad criminal.
Pero más allá de este proceso puntual de inevitable instalación, Chile debe avanzar hacia la construcción de territorios mas resilientes a los efectos del cambio climático, donde gobierno, comunidades, sector privado y academia trabajen en conjunto para organizar mejor la manera en que convivimos entre nosotros, en equilibrio con la naturaleza y el desarrollo de las actividades productivas. Es la forma en que este país de desastres puede incorporar en su hoja de ruta preventiva este (ya no tan) nuevo factor climático. 2
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