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Pensiones: nuevo acuerdo

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La técnica sin política es estéril, mientras que la política sin técnica es ciega. En los últimos años, el rechazo de los políticos a la técnica ha modificado el escenario base y, como consecuencia, ha generado la necesidad de nuevos diagnósticos".


para un nuevo escenario

La discusión del sistema de pensiones parece haber estado estancada en el Congreso durante varios años. Las discusiones parlamentarias y extraparlamentarias de los segundos gobiernos de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera fueron muy mediáticas, pero no lograron el consenso político para cambiar aspectos que parecían tener acuerdos entre los técnicos, como aumentar la tasa de cotización.

Lo que se dice habitualmente es que la imposibilidad de llegar a acuerdos políticos ha retrasado una reforma urgente y que la ciudadanía resiente de manera importante. Sin embargo, durante estos años de ardua discusión mediática sí se ha llegado a acuerdos políticos.

El problema es que estos acuerdos han desafiado las recomendaciones técnicas que los mismos políticos, a través de comisiones de expertos, habían solicitado. El problema entonces no es la posibilidad de llegar a acuerdos, sino la capacidad de equilibrar la técnica y la política en los consensos.

Mientras las recomendaciones técnicas apuntaban a fortalecer los ahorros previsionales, mediante el aumento de la tasa de cotización y la densidad de cotizaciones, se aprobaron retiros de fondos de pensiones que terminaron reduciendo la riqueza previsional de los chilenos en más de 50 mil millones de dólares, algo así como 10 años de cotizaciones perdidas.

Otro acuerdo político fue la transformación de la pensión básica, pasando de un sistema que incentivaba el ahorro previsional a uno que entrega lo mismo a una persona que no cotizó y a otra que cotizó toda su vida, siempre que ambas se encuentren dentro del 90% de mayor vulnerabilidad.

Los acuerdos políticos que se han transformado en reformas de pensiones han cambiado el escenario. El diagnóstico que tenían los técnicos hace 8 años del sistema, y que ha marcado la discusión previsional, ya quedó obsoleto. Un ejemplo de esto es la recomendación de subir la tasa de cotización en 6 puntos porcentuales con el propósito de aumentar la tasa de reemplazo.

La tasa de reemplazo, que es la proporción del sueldo que cubre mi pensión, se estima que ha aumentado de manera relevante con los cambios al Pilar Solidario. Con la nueva PGU, se espera que la tasa de reemplazo pueda llegar a ser tan alta como la media de la OECD. ¿Tiene sentido subir 6 puntos la tasa de cotización en este nuevo escenario o el alza es solo para capitalizar un sistema estatal? Este tipo de preguntas es necesario hacerlas en el nuevo escenario previsional.

Se habla de la implementación de un sistema de reparto porque es imperativo subir las pensiones de hoy, que son muy bajas. Por eso, se pide a los pensionados del futuro que transfieran parte de su riqueza a los pensionados de hoy. Esta idea intuitiva parece chocar con la realidad. Los pensionados de mañana retiraron 50 mil millones de dólares del sistema de pensiones y lo hicieron en un contexto de proyecciones financieras menos auspiciosas que las que tuvieron los pensionados de hoy (se estima que para los próximos años no se volverá a tener la rentabilidad en los fondos que se tuvo en los 90).

El problema de los últimos 8 años en la discusión de pensiones no se debe a la incapacidad de llegar a acuerdos, sino más bien a que los acuerdos políticos no conversaban con las recomendaciones técnicas. Durante un tiempo pareció que los técnicos estaban en contra de los intereses y el bienestar de la gente, mientras que los políticos se presentaban como los justicieros que se oponían con firmeza a las opiniones de los expertos.

La técnica sin política es estéril, mientras que la política sin técnica es ciega. Por esto, es imperativo abrir espacios en los cuales se vuelva a conciliar ambas. En los últimos años, el rechazo de los políticos a la técnica ha modificado el escenario base y, como consecuencia, ha generado la necesidad de nuevos diagnósticos.

Por esta razón, es entendible que la oposición haya juntado a sus expertos para elaborar una propuesta que se base en un diagnóstico actualizado del sistema de pensiones. Poner la pelota en el piso también le ayudará al gobierno a replantear sus objetivos y así poder implementar un cambio relevante al sistema de pensiones que se fundamente tanto en acuerdos políticos como en acuerdos técnicos. 2

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Volver al colegio

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En la cuenta regresiva de la semana anterior, nada más desagradable que dejar de jugar para probar cómo nos quedaba el uniforme, peor aún, tener que ir a comprarlo. Mientras los papás revisaban los precios, los niños arrastrábamos los pies con cara de haber sido secuestrados".

El Festival de Viña del Mar, decía un chiste, es la cuenta regresiva del inicio de clases y así fue. Se agotaron las gaviotas, se apagaron las luces, se vació la Quinta Vergara, terminó el chiste de la ensalada (gracias a Dios) y no quedó más que prepararse para regresar al colegio.

En mis tiempos, volver a clases era distinto. Rara vez uno tenía contacto con los compañeros durante el verano, no porque uno viajara, como algunos hacen ahora, al Caribe, Brasil o USA, por el contrario, con suerte unos días en el sur o en la casa de un tío en Santiago. Lo que ocurría era que uno se relacionaba con los amigos del barrio. A veces coincidían con los del colegio, pero lo normal era que uno se despedía en diciembre y no sabía nada de ellos hasta marzo.

La semana anterior, la negación. La comprensión de forma traumática de que el tiempo es relativo y el cuestionamiento de por qué febrero tiene que ser tan corto.

Los días antes, la obligación de empezar a madrugar y dejar de levantarse tarde para acostumbrar al cuerpo, cuestión que jamás resultaba. No había forma de no llegar somnoliento el primer día.

En la cuenta regresiva de la semana anterior, nada más desagradable que dejar de jugar para probar cómo nos quedaba el uniforme, peor aún, tener que ir a comprarlo. Eran otros tiempos, mucho antes de que las multitiendas empezaran a promocionar los uniformes en noviembre. Todo se resolvía pocos días antes en la avenida Pedro Montt o en la calle Valparaíso. Mientras los papás revisaban los precios de los uniformes, los niños arrastrábamos los pies con cara de haber sido secuestrados.

Como todo era más simple, las clases comenzaban el lunes. Nada de bienvenida jueves o viernes o de fotógrafos a la entrada del colegio. Todo se acababa el domingo y esa tarde se cernía sobre nosotros como una tempestad. Qué difícil describir esa sensación de pesar que aqueja los domingos por la tarde.

Algo de optimismo surgía al armar la mochila en la noche. Lápices y cuadernos nuevos que se guardaban con la ilusión y promesa de que esta vez sí íbamos a ser ordenados. Pero los títulos en colores, los subrayados y la buena letra, como la tapa del lápiz, duraban poco. Al rato la mano se cansaba y empezábamos a escribir igual de mal que antes, incluso peor. Había que volver a formar el callo que hacía el lápiz Bic en el dedo índice para retomar la letra de antes. Ya en la educación media, todo este esfuerzo tenía poco sentido, siempre iba a ser mejor estudiar del cuaderno de una compañera matea y ordenada. El de uno, en cambio, estaba lleno de garabatos, en mi caso, cientos de insignias de Wanderers, con S, sin S, con estrellas, sin estrellas, etc.

La llegada de ese primer día era la única vez en el año que se hacía con cierto orden. La mayoría arribaba antes o a la hora. Muchos bien peinados y todos bien uniformados. Infaltable el llanto desesperado de un niño pequeño que sentía que lo llevaban al matadero. También estaban los nuevos, muy tímidos, intentando de forma infructuosa pasar desapercibidos, siendo que todas las miradas se concentraban en ellos.

Quizás lo mejor era ese primer recreo, cuando uno podía, por fin, ponerse al día. Ir al quiosco y comer lo que uno quisiera, sin saber que existían las calorías, menos los sellos. Un berlín de manjar, un pan con queso o una coca cola, daba lo mismo que fuera temprano, había que comer rápido y después a jugar fútbol. Esto, hasta que le llegara un pelotazo a un niño, un profesor o se rompiera un vidrio. Jugar con una pelota tenía los días contados, luego la requisaban y la prohibían, no quedaba otra que armar la "pichanga" con una botella de plástico o con cualquier otra cosa que se pudiera patear.

Al terminar el día llegábamos a almorzar a la casa, no había jornada escolar completa. Ahí nos trataban de interrogar y respondíamos con monosílabos qué habíamos hecho. Había que cuidar la reputación, decir que seguíamos odiando el colegio y que ya queríamos que volvieran las vacaciones, aunque, en el fondo, estábamos contentos. 2

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