Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Servicios
  • Espectáculos

La vía porteña, que le llamaban

Llegó la hora de decirle al alcalde de Valparaíso que el país no está hoy para sus experimentos absurdos. Por suerte, nadie le hace caso alguno. Los consejos vienen de quienes hablaron durante la pandemia de las economías barriales y otras sandeces que nunca funcionaron y cuya desatención propició la delincuencia y el narcotráfico.
E-mail Compartir

Resulta hasta enternecedor escuchar a la gente de la Municipalidad de Valparaíso seguir dando consejos al Gobierno de cómo hacer las cosas cuando han convertido nuestra comuna en uno de los peores sitios para vivir y estar del país. Esta semana el alcalde tuvo hasta el desparpajo de hablar de seguridad y control de la delincuencia, proponiendo una gran charla "con los territorios" (día feriado, de por medio, claro está) para que sea la población la que tome las decisiones por sobre el Ministerio del Interior, la Subsecretaría de Prevención del Delito, Carabineros o el propio Gobierno Regional.

Los consejos vienen de los mismos que se llenaron la boca durante la pandemia hablando de las economías barriales y otras sandeces que nunca funcionaron y cuya desatención municipal propició la penetración de la delincuencia y el narcotráfico en todos los estamentos, incluyendo el propio municipio, que en los últimos dos años se ha dado el lujo de contar con empleados que llaman a quemar edificios patrimoniales, trafican armamento robado del Batallón Miller de Concón o lideran una banda de tráfico de drogas armada hasta los dientes.

Como es costumbre, este editorial se verá difuminado con acusaciones contra la ultraderecha proempresarial por parte del nutrido equipo comunicacional del municipio, que cobra sagradamente (y no poco) por armar cuentas bots y campañas lastimosas por las redes, pero es incapaz de llevar a la prensa los escasos logros de su alcalde Jorge Sharp, como fue la inauguración del centro comunal de autismo en la exescuela Japón de Playa Ancha. En rigor, no era algo menor: debe ser el primer y último corte de cinta que tendrá en sus dos o hasta tres administraciones municipales.

Ya consiguieron destruir Valparaíso y Santiago. Ahora quieren exportar su modelo, aquel de los ambulantes, la suciedad, los indecentes banderazos de la Plaza Victoria, el maltratro a sus empleados, o de la incapacidad para pintar dos o tres edificios en Condell, a todo el país.

Por suerte aún existe gente responsable en La Moneda, en la Gobernación y en alcaldías cercanas como Viña, Quilpué o Concón, que entienden la irresponsabilidad que es estar cerca de Sharp y los suyos.

¿Chile, el trapecista temerario?

Claudio Oliva Ekelund , Profesor de Derecho, Universidad de Valparaíso
E-mail Compartir

Cuando Chile se acerca a tres años y medio en los que se ha percibido en permanente crisis, el pasado jueves 6 de abril, luego del tercer asesinato de un carabinero en menos de un mes, se vivió uno de los momentos álgidos de este período, que destaca por su fuerte contraste con los últimos meses de 2019. Por momentos, nuestro país parece asemejarse a un temerario trapecista, que oscila con fuerza de lado a lado sin comprobar si aún hay debajo suyo una red que pueda salvarle la vida si cae.

Buena parte de la responsabilidad por lo que acontece recae en la izquierda en la que se ubica la coalición del Presidente Gabriel Boric, especialmente por su conducta durante el período de la crisis en que fue oposición. Impulsó la transgresión de la legalidad cuando justificó la evasión del pago del transporte público y legitimó la violencia política en democracia, despreció el orden público y debilitó a los encargados de su resguardo. Y no viene mal recordar que parte importante de la opinión pública la siguió en mucho de ello. Según el Centro de Estudios Públicos, en diciembre de 2019, cuando se acababa de producir la peor explosión delictiva de nuestra historia reciente -con cerca de veinte muertos, miles de lesionados e incontables saqueos, incendios y daños-, la delincuencia ocupaba apenas el quinto lugar entre las preocupaciones de los chilenos, sólo un 17% manifestaba mucha o bastante confianza en Carabineros y un 57% decía que nunca debían usar la fuerza en contra de un manifestante violento.

Hoy los carabineros reciben respaldo y aprecio. Y ello tiene algo de justa reparación, pues, aunque algunos cometieron condenables vulneraciones de derechos fundamentales, la mayoría hizo un enorme esfuerzo que contribuyó a mantener nuestra democracia a flote. Pero también han aparecido nuevas desmesuras. Los miembros de los cuerpos a los que entregamos el monopolio de las armas no deben emitir jamás juicios políticos en público, ni vetar periodistas o intentar fijar estándares sobre lo que puede decirse en los medios de comunicación. El show inútil (o incluso contraproducente) vuelve a mostrarse más rentable que la política seria, como bien sabe el alcalde Rodolfo Carter. El país bailó por una semana en la cuerda floja con un defectuoso proyecto de ley para las policías. Por fortuna, un acuerdo alcanzado en el Senado la madrugada del miércoles logró corregir lo peor y mostrar unidad frente al problema.

Hay señales que sirven en la lucha contra el crimen. Pero mucho depende de medidas de mediano y largo plazo poco llamativas, como dotar a las fuerzas policiales de mejor inteligencia, recursos y formación, a la par que de transparencia y medios para su fiscalización; un sistema más efectivo de medidas alternativas al cumplimiento de las penas privativas de libertad; y un buen programa para evitar y revertir la deserción escolar.

Pero para eso necesitamos huir de los extremos en busca de políticos mesurados, dispuestos a acordar reformas serias. La principal responsabilidad es del Gobierno. Pero la oposición debería recordar que Boric y los suyos mostraron una ley de la política: mientras peor oposición seas, más difícil te resultará ser un buen gobierno después.

Ecce homo

Alejandro González Hidalgo , Cura
E-mail Compartir

"He aquí el hombre (Ecce homo)", declara Pilatos en el pretorio tras las primeras afrentas hacia Jesús. Su afirmación, es seguro, no significa para él más que la declaración fáctica de la situación. Así también lo señalan las expresiones eufóricas de quienes participaban del juicio público, veían al hombre herido y coronado, pero al mero hombre que debe ser crucificado. Las alabanzas y reconocimientos como enviado entrando en Jerusalén se transforman rápidamente en injurias y daño; la inestable orientación del hombre patéticamente presentes y la fascinación colectiva por la fuerza.

Simone Weil se refería a la Ilíada como la expresión del imperio de la fuerza, la atracción por el poder de daño y sometimiento hacia los otros. La tensión constante entre el amor y la fuerza acompaña la vida del hombre, y al parecer se impone la violencia, el mal, la vejación del hombre en cruz y su muerte. La inercia y gravedad de la desgracia se van imponiendo, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? El hombre común expuesto al dolor en la soledad, bebe amargamente la injusticia, experimenta la fuerza del mal.

Frente al mal, la enfermedad, la desgracia y, en fin, ante cualquier momento extremo de la vida aflora una tendencia a la negatividad de la existencia, es cada vez menos posible afirmar que todo lo que existe es bueno y es bueno que exista. Pero he aquí el hombre Jesús, que experimentando hasta sus últimos límites el dolor y la fuerza del mal hasta su muerte, transforma desde la misma carne humana la totalidad del mal por amor, revirtiendo no la experiencia del mal, sino configurando de un modo nuevo por su resurrección la afirmación definitiva del amor en la vida dolorosa. Ante la pendiente gravitacional del mal se intersecta la gracia del amor donativo del verdadero hombre que es Dios, y toda la humanidad puede participar de esta verdadera imagen del hombre Dios.

Por ello es que la resurrección es una fiesta para los creyentes, pues la fiesta es la afirmación alegre de la bondad del ser y la existencia que ha propiciado Jesucristo resucitado; sólo la experiencia del mal abrazada de gracia hace posible la salvación definitiva de la radical contingencia humana. Qué lejos se está de un optimismo superficial y una experiencia enajenada del mal. Todo lo contrario, es la sublimación del mal a fuerza del amor gratuito que se sigue dando en las celebraciones litúrgicas. Y es aquí donde se da la respuesta paradigmática de toda nuestra existencia ante el mal: Amén.

El que fue mencionado por Pilatos es el Dios con nosotros, Jesucristo, hombre juzgado por palabras, pero sostenido por el dedo de Dios; flagelado y humillado, desfigurado sin aspecto humano, y allí en el abandono de la cruz y muerte se obró la gracia y la vida nueva. Por eso es justo hacer un alto en estos días, sopesar el misterio que se celebra porque es reflejo del misterio del hombre, y en la acedia del corazón poner la mirada totalmente reposada al fundamento de la existencia.