Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Servicios
  • Espectáculos

La cola del diablo

E-mail Compartir

Terminamos como siempre funcionando en la urgencia, con reglamentaciones reactivas que no previenen, sino que terminan estigmatizando y generando peligros asociados. La Ley Naín-Retamal es un ejemplo de aquello".

Si algo ha funcionado como reloj para Gabriel Boric a la cabeza del país, es la Ley de Murphy, sobre todo en materia de seguridad ciudadana. Como reza aquella conocida "normativa", si algo puede salir mal, saldrá mal. Y bien lo sabe el Presidente, porque mientras intenta salir del entuerto de la delincuencia, Carabineros suma tres mártires en apenas 25 días.

Como no hay una fórmula mágica para enfrentar esto, se ha generado una bola de nieve que sigue creciendo. Primero, porque la inseguridad y el narcotráfico siguen funcionando con un alto nivel de organización, mientras el gobierno y las policías están todavía descubriendo qué es esto. Segundo, porque cuando hay miedo y desconocimiento, las encuestas, las redes sociales y las ideologías acérrimas se toman como verdades absolutas y no hay análisis serios.

En tercer lugar, hace ya casi dos décadas la clase política comenzó a darse "gustitos" que hoy están mostrando sus consecuencias más nefastas, como el denostar a las instituciones hasta destruirlas, creando realidades a partir de un lenguaje que se torna en dogma, como forma de posicionarse políticamente.

Esto no es nuevo y no nació con Boric, aun cuando haya sido en extremo vociferante cuando era parlamentario. Esta práctica partió mucho antes y se convirtió en una forma de hacer campaña, que no era inocua. Inolvidable cuando la derecha y Sebastián Piñera criticaban la "puerta giratoria", acusando a tribunales de no hacer su trabajo. O en el primer gobierno de Michelle Bachelet, cuando se denigraba a los partidos políticos, desconociendo que sin ellos, una democracia no funciona.

Siguió incluso con la misma institución de la Presidencia, riéndose de la corbata inexistente, de que el Presidente se subió el cierre en público o de que al anterior le quedaban las mangas largas. Ni hablar de los apelativos ofensivos que recibía Bachelet y que muchas veces rayaron en la discriminación y sexismo puro.

Si todas las instituciones terminan banalizándose y enlodándose, es difícil dar vuelta una tortilla que ya se quemó. ¿Cómo puede Boric ahora hacer creíble su respaldo a Carabineros cuando su pasado lo condena? ¿Cómo levantar una institución que ha sido pisoteada hasta decir basta y que carga además con sus propios pecados, especialmente en DD.HH.?

Por otro lado, el aumento de la delincuencia no es ficción. Y si antes Carabineros sabía qué lugares eran en extremo peligrosos y se preparaba adecuadamente para ello, hoy nadie tiene claro dónde aparecerá la próxima víctima.

Entonces, terminamos como siempre funcionando en la urgencia, con reglamentaciones reactivas que no previenen, sino que terminan estigmatizando y generando peligros asociados. La Ley Naín-Retamal es un ejemplo de aquello, pues si bien empodera a los policías en el uso del armamento, puede terminar rebotándoles en contra. ¿Qué va a pasar cuando un carabinero se equivoque y dispare a quien no debe disparar?

O la propuesta del Fiscal Nacional de mantener en prisión preventiva a los extranjeros que no porten identificación. ¿Los chilenos acaso no están cometiendo delitos de alta envergadura?

Estamos en una especie de espiral en el que nadie sabe qué hacer. La discusión se ha movido a partir de ideologías firmemente defendidas por Apruebo Dignidad y la oposición -cada uno desde su trinchera- y de un gobierno que intenta tapar hoyos, pero en esa urgencia no se da cuenta que se le está abriendo un cráter. Las doctrinas extremas por sobre la razón nunca han sido buenas consejeras, como tampoco los caudillos y las medidas populistas.

Boric intenta actuar bien. En un gesto de humildad que nunca se había visto en un Presidente de la República, se arrodilló frente a la madre del fallecido carabinero y le habló al oído. Una actitud que habla de la sencillez del mandatario, pero también de que las alternativas para gestionar la crisis se están acabando, para un problema que es de difícil -por no decir imposible- solución.

En este escenario llegó Semana Santa, una celebración religiosa que será muy triste para las familias de los carabineros asesinados. Por respeto a ellos, la clase política debiera calmarse, reflexionar antes de actuar y evitar que el diablo siga metiendo la cola del populismo y las soluciones parche. 2

"

San Martín y O'Higgins, historia de un abrazo

E-mail Compartir

San Martín descartó a Carrera y optó por O'Higgins como el hombre que lo podía ayudar a ejecutar su plan continental para sacar de forma definitiva a la corona española del Cono Sur. No se equivocó en la apuesta".

Hace 205 años, los generales Bernardo O'Higgins y José de San Martín se dieron el abrazo que sellaba la independencia de Chile y Argentina. Así por lo menos figuró en las efemérides sobre esta fecha y en la mayoría de los libros de historia. Sin embargo, detrás de ese gesto hay una historia menos conocida y bastante más compleja de lo que se presenta en los libros.

El problema es que la historia nacionalista ha penetrado en nuestro ser, a tal punto, que nos resulta difícil imaginar que, antes de 1818, no existiera Chile o Argentina, por lo menos, tal como lo conocemos ahora.

Quizás el ejemplo más ilustrativo sea el de nuestros mismos vecinos. Muy campeones del mundo serán, pero, hasta 1826, es decir, ocho años después del famoso abrazo, el nombre con el que aún se los identificaba era el de Provincias Unidas del Río de la Plata.

Menciono esto a propósito de un polémico tweet que publicó la Cancillería argentina celebrando el 18 de septiembre chileno como una gesta conseguida por José de San Martín. En cierta forma, lo que se señalaba ahí era cierto. No habría habido independencia, en 1818, de no haber sido por San Martín y, de seguro, tendrían que haber pasado otros años antes de que esta ocurriera.

No obstante, el libertador no era, por decirlo de alguna forma, un argentino hecho y derecho. San Martín nació en Yapeyú, que está en el límite entre Paraguay y Uruguay. Para explicarlo en fácil, si el 24 de febrero de 1778, un día antes de su nacimiento, doña Gregoria Matorras cruzaba el río Uruguay, San Martín habría sido charrúa. Si doña Gregoria tomaba un caballo rumbo al norte, podría haber sido paraguayo, pero la verdad es que, para la época, daba lo mismo.

Es más, José de San Martín, a los seis años, partió con su familia a España producto de las obligaciones de su padre, que era funcionario real. En el antiguo continente, San Martín estuvo hasta los 34 años. Estudió y se formó como militar en Europa. Incluso defendió al rey de la invasión napoleónica y recién en 1812, regresó a Buenos Aires.

De acuerdo con estos antecedentes, si queremos definir de alguna manera su nacionalidad, tendríamos que decir que San Martín era, antes que todo, americano. Dentro de esa cosmovisión, su proyecto de independencia sólo resultaba factible en la mirada general que incluía a las Provincias Unidas, Chile, Perú y el Alto Perú (que después se llamaría Bolivia).

Fue esta convicción la que lo llevó a formar un ejército en Mendoza, alejado de la élite bonaerense que lo miraba con recelo por sus orígenes y que enfrentaba los problemas entre las provincias y la capital. Al lado de la cordillera de Los Andes, José de San Martín tuvo la oportunidad de conocer a José Miguel Carrera y a Bernardo O'Higgins, que habían escapado de Chile después del desastre de Rancagua. Mientras el primero lo veía como un par, el chillanejo, en cambio, estuvo dispuesto a aceptar la superioridad militar de San Martín y subordinar el proyecto particular de Chile a una mirada estratégica más amplia.

A partir de estos antecedentes, San Martín descartó a Carrera y optó por O'Higgins como el hombre que lo podía ayudar a ejecutar su plan continental para sacar de forma definitiva a la corona española del Cono Sur. No se equivocó en la apuesta, la unión de ambos generales permitió formar una fuerza que se selló en el abrazo el éxito de su campaña.

No obstante, tendrían que pasar varios años para la independencia definitiva de Chile. No está demás recordar que Valdivia lo hizo recién en 1820 y Chiloé, en 1826.

La historia de ambos héroes, en tanto, correría por caminos distintos, pero similares. Ambos fallecerían alejados de las tierras por las que estuvieron dispuestos a dar la vida. O'Higgins en Perú en 1842, y San Martín lo hizo ocho años más tarde en Francia. ¿Por qué? Eso ya es parte de otra historia. 2

"