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Las constituciones importan

Joaquín García-Huidobro
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Hace un año casi no había otro tema que la futura constitución. Hoy parece que a nadie le importa demasiado. ¿Qué ha ocurrido? Varias cosas.

La primera es que hoy experimentamos la reacción natural ante la borrachera constitucional que afectó al país. Parecía que ese papel escrito iba a tener propiedades mágicas: mejoraría nuestras pensiones, arreglaría nuestra pésima educación y la crisis hídrica. Todo esto era bastante ridículo. Recuerdo a una convencional que, emocionada, decía: "yo espero que la constitución ponga en un lugar muy importante a los sentimientos, que son un elemento básico en la vida". También nuestras orejas son muy importantes, pero eso no significa que vayamos a dedicarles un par de artículos en la carta fundamental.

Una segunda causa del desinterés es bastante humana. Imagínate que te invitan a la final de un mundial de fútbol, pero justo ese día estás con un feroz dolor de muelas. No podrás gozar de nada. Eso es precisamente lo que le sucede a Chile: entre el narcotráfico, el terrorismo y la delincuencia común nos han puesto en una situación en la que resulta casi imposible pensar en cualquier otra cosa. A eso agrégale la situación económica, la inmigración descontrolada y el drama de la educación ¿Te sorprende que el tema constitucional haya quedado relegado a un lugar muy secundario?

No podemos extrañarnos entonces de que, pasado el éxtasis del momento, hoy no le pidamos mucho al proceso constitucional. Este escepticismo me parece sano, siempre que no nos pasemos al otro extremo y pensemos que las constituciones carecen de toda relevancia.

Las constituciones importan. De partida, una mala constitución puede amargarte la vida, basta pensar en Venezuela, donde ella es un instrumento más para oprimir a las mayorías. Aunque las buenas constituciones siempre son modestas, ellas establecen ciertas reglas del juego que dificultan que alguien haga trampas.

¿Qué debe contener una constitución? Tú mismo llegarás a la respuesta. Imagínate que en unos años más estás en la oposición, cosa muy normal, pero que en el gobierno hay alguien que tiene una honda vocación de tirano y que te odia de todo corazón. En ese momento te importará la constitución. ¿Qué le pedirías? Cosas tan básicas como que garantice la independencia del poder judicial. Cuando un gobierno controla a los jueces estás perdido. Otro tanto hay que decir de las policías y de las Fuerzas Armadas. Ellas deben estar subordinadas al poder civil, pero no pueden transformarse en un instrumento para impedir el legítimo disenso político. En Venezuela, Maduro controla a su gusto a los militares y los policías. Sin ellos no podría haber establecido lo que algunos llaman un "narcoestado".

También la prensa libre es básica. Los regímenes totalitarios siempre buscan amordazarla. Excusas no les faltan. En ese sentido, es muy reveladora la recación de los octubristas ante los resultados del plebiscito del 4 de septiembre. La única explicación posible para esa derrota es que la gente había sido engañada por los medios de comunicación, en especial los diarios. De otra forma no se podría entender, por ejemplo, que precisamente en la Araucanía se haya rechazado un proyecto de constitución indigenista. Por tanto, hay que controlarlos.

Asimismo, debemos pedir que se garantice la autonomía del Banco Central. Cuando yo era chico, los gobiernos determinaban cuánto dinero se emitía. Si hay más dinero y los bienes son los mismos la consecuencia es obvia, y se llama inflación. Es una plaga terrible, que golpea especialmente a los más pobres, que no pueden protegerse comprando propiedades, oro o alguna moneda extranjera. Por eso resulta imprescindible evitar que los políticos tengan el control del dinero que se emite.

Finalmente, es clave asegurar el protagonismo de la sociedad civil y no permitir que sea ahogada por el Estado, como si sólo él -que ni siquiera nos garantiza hoy la seguridad- pudiera encargarse de las iniciativas que promueven el bien común, tanto en el campo de la salud, la educación, el combate a la pobreza o la atención de menores vulnerables.

Podríamos seguir, pero la conclusión es clara: las constituciones importan.