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LA PELOTA NO SE MANCHA Chimbarongo F.C.

POR WINSTON POR WINSTON
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Todo comenzó cuando se supo que iba a ser Chimbarongo. Hasta ese entonces, nadie sabía que la localidad, que se ha hecho famosa por sus mimbres, tenía además un equipo de fútbol.

Luego vinieron las primeras burlas, que el estadio, que los zapatos y las camisetas, que todo era de mimbre. Sin embargo, para sus hinchas y jugadores la fe estaba intacta contra Universidad de Chile, que fue el rival que les tocó en el sorteo.

El partido dijo otra cosa. El equipo de Chimbarongo Fútbol Club sucumbió frente al equipo universitario y, a medida que comenzaban a marcarse los goles, empezó a aparecer una serie de comentarios y de memes riéndose de la derrota.

La gota que rebasó el vaso fue una nota de un canal de televisión en la que se decía que se habían llevado los goles en una canasta. Chimbarongo F.C. no soportó el ninguneo, reaccionó a través de su cuenta oficial en redes sociales y manifestó que les parecía una falta de respeto. Su arquero se transformó en el símbolo de que de ellos no nos podíamos reír, a pesar de la decena de goles que se comió.

¿Es así? ¿Tienen razón los chimbaronguinos? ¿O están tejiendo demasiado fino? Yo crecí en un mundo pesado. En el curso, siempre había un amanerado al que tratábamos todos de "fleto", uno con obesidad al que le decíamos gordo y uno que le iba bien y al que todos lo molestábamos por ser mateo. Era una ley de la selva donde sobrevivían los más fuertes.

Lo mismo pasaba en el fútbol. Al rival había que despreciarlo, a los jugadores del otro equipo había que odiarlos, para qué decir del clásico rival, ellos debían ser merecedores de todos los males y sus jugadores de múltiples desgracias.

Eran tiempos donde alguien se daba la molestia de construir un muñeco con los colores del rival para llevarlo al estadio y lanzarlo entre el público para que fuese despedazado. Alguna vez también metieron chanchos, burros y gallinas a la cancha. Aunque a siglos de distancia, no estábamos tan lejos de un circo romano.

Muchos años después, supimos que eso que nosotros hacíamos en el colegio tenía un nombre: bullying. Pero ya era muy tarde, el daño ya estaba hecho, solo de adulto y con mucha vergüenza comprendí lo crueles que fuimos.

La pregunta es si esta misma sensibilidad la podemos llevar al fútbol. Yo creo que no. Si este deporte le ganó la pulseada al resto es por esa capacidad de convocatoria, por esa facilidad con la que nos involucramos y queremos ser parte, porque despierta nuestras más oscuras pasiones. Basta con ir al estadio para darse cuenta de que ahí está el mangoneado, el gorreado, el que odia su trabajo y a la vida desahogándose a grito pelado. Algunos se pasan de la raya, es inevitable, pero los comprendo.

Hoy esto se ha llevado a las redes sociales y es lógico. El error, a mi juicio, es cuando los jugadores, dirigentes e hinchas rivales se lo toman como que los equipos fueran personas. Nos reímos del arquero de Chimarongo, no de Tomás López, que fue quien se puso los guantes ese día.

Sé que mi opinión no es políticamente correcta ni popular, así mismo tengo claro que cuando esta extrema sensibilidad termine imponiéndose en el fútbol, me cambiaré de deporte, a uno donde pueda gritar y burlarme de quien me da la gana. El fútbol lo entiendo como un espectáculo hecho para entretener a las personas. Los equipos viven y subsisten de este show, los festejos y las burlas forma parte de él. Esto es, como se decía en el barrio, sin llorar.