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LA PELOTA NO SE MANCHA El suplente

POR WINSTON POR WINSTON
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Esta columna va dedicada a los suplentes. No me refiero a aquellos que saltaron desde la banca para hacer historia. Mario Götze, por ejemplo, entró en el minuto 88 por Alemania e hizo un gol en la final del Mundial de 2014. Tampoco a aquellos que se "sacaron la cresta" para torcer la mano al destino, hasta convertirse en titulares. Es el caso de nuestro Iván Zamorano que terminó siendo pieza clave en el cuadro merengue de Jorge Valdano.

Tampoco me referiré a los arqueros suplentes, aquellos que llevan años calentando la banca, resignados en sus equipos a que el arquero titular sea expulsado o se lesione. Sueñan con ser como Sergio Goycochea en el mundial del `90 o su compatriota Dibu Martínez en el Arsenal. Pueden soñar, pero no desearlo, pues sus pensamientos podrían transformarse en karma.

Esta columna la quiero dedicar, en cambio, a esos reservas de los equipos menores, no segunda o tercera división, sino al reserva del tercero B del Liceo Eduardo de la Barra, a quien hace banca en el equipo técnico de Chilquinta, en la selección de periodismo de la Universidad Viña del Mar o es reserva entre los apoderados del segundo medio C del Colegio Saint Dominic.

Aquellos que, en equipos malos y mediocres, están dispuestos a sentarse en una banca o una silla esperando la oportunidad de entrar, aunque sea algunos minutos en un equipo que tiene de todo, menos estrellas.

Dificulto que exista más pasión que en aquellos reservas. Ellos comenzaron el día sabiendo que no iban a jugar y aun así armaron su bolso con la misma dedicación que el que va a disputar la final de la Copa Libertadores. Su ilusión, no obstante, es bastante más simple: jugar lo suficiente como para mojar la camiseta.

La ducha de esa mañana resulta un poco más larga. Imagina entrando en el momento clave, cuando todos están extenuados y no hay forma de destrabar el partido. Ahí tendrá la oportunidad de marcar el gol y ser la estrella. Hasta tiene pensada la celebración o un par de ellas: una es con el dedo índice cruzando los labios para callar a todos (incluso a sus compañeros). La segunda, dando la espalda y mostrando la dorsal para que todos lo conozcan, el problema es que, como es suplente, su camiseta no lleva apellido.

Luego al medio día, comenta con sus compañeros sobre el partido de la tarde en el almuerzo previo. Sabe más que cualquiera sobre esquemas, lugar en la tabla, posibilidades de clasificación, tácticas y apodos de los rivales. Mientras el resto entrena, él estudia a los rivales más obsesionado que Bielsa con la selección de Uruguay.

Entre medio de esas cavilaciones, la llamada de la pareja que lo descompone porque le resta importancia al partido y le recuerda que quizás, lo más probable es que ni siquiera entre a la cancha. Qué para qué va a ir, que no vale la pena, que la otra vez ni siquiera se acordaron de él, etc. Mejor cortar que escuchar una verdad incómoda: "No hay señal o me están llamando", es su respuesta.

Finalmente, el partido. Es el primero en llegar a la cancha, pese a que no va a jugar. Ya en el partido se encuentra con la dura realidad. Su equipo es una vergüenza. Los pasan por arriba. Si los titulares son malos, qué queda para él que es su reserva. Aquí no hay director técnico, es el capitán o los mismos compañeros que deciden quién sale y quién entra, aunque en la práctica, ninguno de los que está adentro quiere salir. Hacia el final del cotejo, el capitán del equipo lo hace entrar, más por lealtad que por fe y porque ya ninguno quiere estar cuando el silbato confirme la derrota. Su participación se reduce a un par de faltas, un remate a cualquier parte y una torpeza que provoca el último gol y la humillación final.

En el camarín nadie quiere hablar. Salvo él que se lleva a un lado al capitán e intenta aserruchar el piso contra un compañero al que sindica como el culpable. Hay que sacarlo, le dice, o entre líneas: tienes que meterme. La realidad es que, a esa altura, solo a él pareciera importar lo que sucedió. El resto ya está pensando en la cerveza o en no llegar muy tarde a la casa.

En fin, si algún día se agotara el profesionalismo en el mundo o el interés por jugar, habría que buscar a estos personajes y obtener de sus plaquetas esa motivación que escasea. Sea este un humilde homenaje para todos aquellos que nacimos para ser postergados en una fría banca de madera.