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RECUERDOS DE UN FUNCIONARIO Actor principal (II)

POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
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Salvador Allende tenía una serie de características cuya identificación ayuda en algo a entender su personalidad y de alguna manera a explicar cómo consiguió llegar al nivel político al que arribó. Asimismo, dan ciertas luces sobre algunos aspectos de su vida personal.

Poseía una oratoria fuera de lo normal, la que era capaz de adecuar al lugar en que debía hablar y al público al que tenía que dirigirse. Cómo se expresaba en la Sala del Senado no tenía nada que ver a cómo lo hacía en una concentración política popular o en una reunión con sindicatos de trabajadores. Esta diferencia abarcaba desde el tono de voz a ser empleado a la manera de seducir al auditorio, yendo del enojo a la broma si era necesario. En general, sus intervenciones eran improvisadas. No era común que leyera un discurso. Le bastaba un papel con algunos conceptos para ir poco a poco explayándose hasta llegar donde deseaba. Cuando había que expresarse por escrito sobre algo lato y sustantivo era su amigo íntimo y colaborador directo de siempre, Miguel Labarca L., el que se encargaba de la confección del documento. Escritos tan importantes como su carta del 21 de junio de 1965, por medio de la cual renuncia a la Masonería, o la famosa Conferencia de Montevideo, que fue dada en esa ciudad y que sus seguidores hasta el día de hoy señalan como un aporte fundamental a la realidad latinoamericana, fueron obra de Miguel Labarca padre. Respecto de esta última tengo constancia personal, pues cuando el futuro Jefe de Estado era Presidente del Senado, la oficina de "don Miguel" quedaba al lado de la mía, época en que me desempeñaba como Oficial de Oficios de la Corporación. Soy testigo presencial de cómo el texto de esa conferencia de la A a la Z fue dictado por Labarca a una secretaria del Senado. En lo que respecta a sus improvisaciones, recuerdo una en el Senado cuando éste trataba el tema de las pruebas nucleares que Francia realizaba en el Atolón de Muroroa. Allende entró a la Sala sin saber la materia de la sesión. Preguntó a un secretario acerca de ello. Se sentó en el sillón de toda la vida en la Sala, "el primero de la izquierda" como enfatizaba, pues en realidad era el primero por la izquierda de la fila de abajo, tomó un tarjetón del Senado y escribió tres puntos. Luego, cuando le correspondió hablar lo hizo casi por una hora, desarrollando inteligentemente los elementos más relevantes de la materia.

Una improvisación especial fue la fundamentación de su voto en el proyecto de ley que chilenizaba las minas de cobre, el que era impulsado por el Presidente Frei Montalva. Allende y los suyos se oponían a aquél. Todo acaeció en una sesión nocturna que terminó pasada la medianoche. Cuando le correspondió el turno al Chicho hizo una intervención brillante desde su punto de vista (personalmente pienso que equivocado), poniendo énfasis claro en los ítems que le interesaban. Hiló una improvisación donde no estuvieron ausentes la burla, la emoción personal y el patriotismo. Sólo me resta agregar como anécdota de esa noche que en la justificación de su voto el destacado senador Raúl Ampuero, contrincante histórico de Allende dentro del PS, acotó como idea para rechazar el proyecto que este "constituía un engaño casi bíblico, pues no ha faltado ni la serpiente, ya que ha estado en todo esto la Anaconda".

Pero la improvisación más importante de su vida fue la que hizo por radio Magallanes el 11 de septiembre de 1973 en la mañana, cuando el golpe militar era ya un hecho. Lo que estaba acaeciendo era finalmente de su responsabilidad, pues era el Presidente. Se estaba perdiendo la democracia, el proyecto de la UP había fracasado rotundamente, ese fracaso junto al actuar de las fuerzas "fascistas" eran para él los culpables de lo que sucedía, se sentía abandonado por muchos de los suyos y por último sabía -por la determinación interior ya adoptada- que era el último discurso de su vida. Es allí donde, con el objeto de terminar con un mensaje positivo, habla de la apertura de las "grandes Alamedas que más temprano que tarde darán paso a los trabajadores".

No es posible dejar a un lado para definir las características de Allende su famosa "muñeca" para negociar, la que era usada en forma simpática o casi insolente, dependiendo del caso, del tema y del interlocutor. Al respecto recuerdo un diálogo con el expresidente Patricio Aylwin conversando en su oficina una vez que había dejado La Moneda acerca de cómo fueron las conversaciones a que convocó el cardenal Silva Henríquez para intentar evitar la crisis. Me decía don Patricio que él siempre tuvo en cuenta esa famosa "muñeca" y la verdad, de acuerdo a su versión, es que el entonces Presidente la usó en forma constante e inteligente. "No caí en la trampa" me acotó.

Allende era poseedor de un ego sin límites. Se creía mucho antes de ser Presidente de la República un personaje de otra categoría dentro de la historia de Chile. Cuando visitó el país el Jefe del Gobierno de Yugoslavia, Mariscal Tito, hombre que tenía un prestigio y reconocimiento universal, pues no sólo había sido capaz de formar un país después de la Segunda Guerra Mundial, sino que había tenido la habilidad de no caer en las garras de la Unión Soviética y había además sido uno de los fundadores del Movimiento mundial de los No Alineados junto con el indio Nehru y el egipcio Nasser, hubo un almuerzo en el Senado en su honor. Pero antes del ágape mismo hubo en la Presidencia del Senado una cita informal donde los senadores fueron presentados uno a uno al visitante. Allende no era presidente de la Corporación en ese momento. Cuando Tito entró a la Sala, los senadores hicieron una especie de fila para uno a uno saludarlo de mano, a excepción de don Salvador, quien permaneció solo cerca de un rincón. Cuando el saludo había terminado, Tito vio a Allende y fue aquél quien se acercó a darle la mano. Se notaba que se conocían bien, pero el senador chileno no iba a "rebajarse" a hacer una fila para saludarlo, por más líder mundial que fuera.

Pero la expresión más patente de su inmenso ego quedó al descubierto en una sesión del Senado en que se trataba la contingencia política del momento. En la sesión 52, del 6 de mayo de 1964, dijo: "Desde el punto de vista personal, no cedo a ningún político la trayectoria de lucha y al servicio de la patria de los míos, desde la Independencia, al lado de O'Higgins y Manuel Rodríguez, pasando por mi abuelo paterno, don Ramón Allende Padín, médico del Ejército, Gran Maestro de la Masonería y senador Radical por Atacama, en la época en que ser masón radical implicaba una actitud de lucha firme y decidida, y un coraje extraordinario". O sea, en 1964, cuando aún no había sido Presidente del Senado y menos Jefe de Estado, ya era capaz de declararse parte de un grupo especial que estaba a la altura de O'Higgins. Por decir lo menos, algo exagerada la pretensión, digo yo.

A Allende le nacía la necesidad de presentarse ante el resto como una persona resolutiva y de determinaciones drásticas cuando ello era necesario. El mayor de los actos en tal sentido fue su suicidio, el que tuvo en vista durante toda su vida política como una posibilidad. De allí, reitero, que quienes sostienen la idea que fue asesinado por los militares traicionan su pensamiento y su resolución final. Para él, la persona del Presidente Balmaceda era recurrente y en innumerables discursos suyos aparece aquél, no existiendo en realidad una vinculación ideológica entre ambos. Adicionalmente, él había sostenido a sus cercanos que de La Moneda lo sacaban "sólo con los pies por delante". Por otra parte, hay testimonios de personas que fueron testigos del momento mismo en que acaecieron los hechos y que dan fe que él por sí y ante sí se disparó en la barbilla con una subametralladora, destruyendo su cabeza. Por ello, reitero, quienes señalan que fue muerto por los militares cometen una traición en su contra.

Pero junto a Balmaceda y por diversa razón, el otro expresidente que estaba habitualmente mencionado en sus discursos era Pedro Aguirre Cerda, quien cuando Allende era un joven diputado lo nombró ministro de Salud Pública, lo que lo puso en la categoría más alta de la política nacional. Esa preferencia estuvo presente hasta en el momento más álgido de su vida, pues cuando se había iniciado el bombardeo a La Moneda dio instrucciones a los suyos en el sentido de destruir todos los bustos existentes en la famosa galería de los Presidentes, a excepción de los de Balmaceda y Aguirre Cerda.

Esa verdadera urgencia de sentirse resolutivo fue lo que lo llevó a desarrollar una conducta política que le permitió perseverar, pese a haber sido candidato derrotado a la Presidencia de la República en tres ocasiones antes del triunfo de 1970. Quizás el acto más desconocido de esa capacidad resolutiva se demuestra cuando sostuvo un duelo a pistola con el entonces senador radical Raúl Rettig, el mismo que presidió años después la Comisión que lleva su nombre y que tuvo como tarea investigar las violaciones a los derechos humanos. El origen habría sido un intercambio de expresiones descalificadoras entre los dos senadores en una sesión de comisión. Pero la verdad, según personeros de la época, fue que ambos pretendían a la misma dama. Cabe recordar que el duelo era un delito expresamente tipificado en Código Penal, por lo cual todos los arreglos se hicieron bajo el más estricto secreto, estando presentes el árbitro, los respectivos padrinos, el dueño del predio donde se llevó a cabo el hecho y un médico. Acaeció en una madrugada en la parcela que Raúl Jaras Barros tenía en Quilín, en una época en que todo ese sector era un descampado. Uno de los padrinos de Rettig fue el senador radical de la época Hernán Figueroa Anguita. No se filtraron detalles de lo sucedido, pero al parecer los disparos se hicieron con el arreglo previo que no serían destinados al contrincante. El tiempo me dio la posibilidad de intentar conocer algo sobre este hecho único en la política chilena del siglo XX, ya que mi hermano Pelagio se casó con la única hija de Raúl Jaras Barros, mi cuñada Martita, y Hernán Figueroa Anguita fue mi tío abuelo y personaje muy cercano hasta el momento de su muerte. Sin embargo, pese a mi insistencia, no pude obtener ningún detalle del famoso duelo. "De esas cosas no se habla", era la respuesta que ambos me daban cuando consultaba sobre el tema.