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Flach, la trágica historia

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El final de Flach fue tan trágico como el de Titán. El 3 de mayo de 1866, después de un par de pruebas exitosas, se hundió frente a la bahía de Valparaíso, pero nunca más volvió salir a flote".


del Titán porteño

El jueves pasado, las autoridades de Estados Unidos confirmaron que los cinco tripulantes del submarino Titán, que se dedicaba a explorar los restos del Titanic, habrían fallecido producto de una implosión a 4 mil metros de profundidad. Un millonario británico, un buceador francés, el director de la compañía a cargo del viaje, más un paquistaní y su hijo fueron las víctimas de esta tragedia.

La historia del Titán nos transporta a Valparaíso en 1866, pocos meses después del bombardeo de España. Mientras el puerto intentaba recuperarse de esta acción abusiva, un alemán radicado en Chile, Karl Flach, dueño de una maestranza en El Almendral, diseñó el prototipo de una embarcación que se adelantaba a los sueños de Julio Verne.

El antecedente más cercano a un submarino se había desarrollado en Ecuador. "El Hipopótamo", como fue bautizado, era una embarcación sumergible diseñada por el guayaquileño José Rodríguez Labandera. Un 18 de septiembre de 1838, un grupo de financistas y curiosos fueron testigos de cómo Rodríguez y un ayudante se hundían en esta precaria construcción de madera en el río Guayas. El viaje fue corto y no llegó a destino, pero quedó registrado en la historia como el primer viaje de un submarino en este lado del mundo.

No existen antecedentes para saber si Flach conoció a "El Hipopótamo" ni tampoco por qué se vino a Chile. Algunos dicen que su verdadero nombre era Gottfried Cornelius y que había escapado de Alemania por razones políticas.

Lo relevante es que, en respuesta al bloqueo español, diseñó y fabricó frente a la playa Las Torpederas, una nave de forma tubular que podía sumergirse en el agua. El buque cigarro, dice Piero Castagneto, poseía una torre para el comandante y un cañón en la proa como armamento. Tenía 12,5 metros de eslora y 2,5 de manga, se propulsaba gracias a dos hélices movidas por la fuerza de sus tripulantes a una velocidad de 2 a 3 nudos y tenía una autonomía de 8 horas.

Luego de una prueba exitosa, Karl Flach quiso hacer su estreno en sociedad frente al público porteño que lo miraba con algo de curiosidad, pero también sorna. Junto al alemán, se subieron a la nave 2 chilenos, 2 franceses, 5 alemanes y su hijo de tan solo 14 años. De no haber sido por la negativa de su esposa, habría llevado también a una de sus hijas.

El final de Flach fue tan trágico como el de Titán. El 3 de mayo de 1866, después de un par de pruebas exitosas, se hundió frente a la bahía de Valparaíso, pero nunca más volvió salir a flote.

De acuerdo con el relato de Castagneto, el alemán no pidió ni ayuda ni autorización a las autoridades de la Armada para hacer esta prueba. Es más, el capitán Galvarino Riveros aseguró que se encontró con el alemán días antes y que él negó tener una fecha para el lanzamiento, lo que acaba con el mito de que el presidente José Joaquín Pérez habría rechazado la invitación por miedo a que se "chingara".

Al día siguiente, El Mercurio de Valparaíso confirmaba la mala noticia: "Ya está perdida toda esperanza: aquellos desgraciados han perecido víctima de su arrojo y falta de previsión".

El 5 de mayo, el mismo medio recapitulaba y asumía que detrás de este experimento, más que vanidad o temeridad, estaba en juego la defensa de Chile. Por esto mismo, solicitaba una pensión para las familias de las víctimas: "Si estos desgraciados han sido sepultados en el fondo del mar, la memoria de su grande empresa no debe sepultarse en la defensa de los vivos". El Estado, agregaba El Mercurio de Valparaíso, debía compensar a sus familias como se hace con los caídos en combate.

Al igual que el Titán, quedan las dudas de cómo fueron esas fatídicas horas de los tripulantes del Flach, la angustia del alemán por haber sumado a su hijo y del resto que vio cómo sus sueños de gloria quedaban, para siempre, hundidos en el fondo del mar. 2

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Gestión de crisis

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Estas crisis se profundizan si observamos un ciclo de desafortunadas declaraciones que son las que marcan el encuadre inicial y más explosivo del caso ante la sociedad".

Las crisis de confianza pública pueden ser las de peor naturaleza para un gobierno. Aquello bajo lo cual descansaba un móvil de articulación propia y de percepción diferenciadora ante los ojos de una sociedad, por ejemplo, la renovación en los estilos y la llegada de una nueva probidad, se resiente seriamente y cruje todo el andamiaje. Tanto en lo estructural como en lo simbólico. Tanto en el diseño estratégico de corto plazo de ese gobierno, como en la imagen de todo el sistema político.

De hecho, la construcción del relato identitario de esa fuerza política sufre un golpe en su línea de flotación, sobre todo si dicha narrativa se situó desde la superioridad moral o el cuestionamiento hacia lo que se exhibe ahora como propio de sus filas.

¿Esto significa que cualquier fuerza política emergente, en momentos de su trayectoria, no puede plantear la necesidad de fiscalizar, transparentar y exigir cambios de comportamiento que están en la órbita de la corrupción o la ineficiencia de aquellos que detentaban el poder de turno? Todo actor político, ya sea institucional o ciudadano, puede y debe estar preocupado por los tomadores de decisiones y plantear mejorías, así como mecanismos efectivos de participación en temáticas sensibles y que derivan de las determinaciones de ese poder.

Las tensiones generacionales por la pugna de estilos y proyectos, que incluso abren los espacios de las élites, han formado parte de la democracia y dado vida a partidos, momentos históricos y giros inesperados del presente social, entendiendo que la política es orgánica y requiere oxigenarse. Los discursos se renuevan por contextos y transformaciones sociales y culturales, en el marco de una disputa del poder propia del juego estratégico de la política.

No obstante, la política está hecha por seres humanos y los errores, tentaciones e incoherencias estarán presentes, independiente si llegas al poder antes de lo presupuestado. ¿Lo anterior significa complacencia o relativismo? En absoluto. Significa trabajar en dos dimensiones de gestión política prioritarias y constantes, para evitar perjudicar la gobernabilidad y ahondar la vulnerabilidad democrática.

La primera dimensión a tener en consideración, es el manejo del riesgo. El solo hecho discursivo y estratégico de posicionarse como los impulsores de las nuevas prácticas renovadoras de la política, teniendo todas las buenas intenciones por delante, no asegura que éstas llegarán de una forma natural o fluirán bajo las motivaciones fundacionales de dichas fuerzas o personas que alcanzaron legítimamente al poder. Cuando se forja un proyecto político en base a este eje narrativo, se deben activar todos los sensores internos y prevenir con total ahínco eventos inconsecuentes, con especial cuidado, en la primera parte de los gobiernos. En este plano, el papel de subsecretarios y ministros es fundamental para el control y monitoreo de este tipo de riesgos en el Ejecutivo.

La segunda dimensión, es lo inevitable. Las crisis en política siempre llegan, más aún cuando hay manejo de recursos públicos. Estas crisis se profundizan si observamos un ciclo de desafortunadas declaraciones que son las que marcan el encuadre inicial y más explosivo del caso ante la sociedad. Cualquier gobierno que quiera recuperar las confianzas a futuro, debe evidenciar acciones claras, reparatorias y comprensibles para la ciudadanía.

El problema de estas crisis es que son difíciles de despejar pues, habiendo tomado las medidas políticas del caso con el transcurso de los días, e incluso actuando bajo la más estricta dureza dada la seriedad de los eventos, el espacio crítico se transfiere a una consecuente judicialización. Con ello, se abren tentacularmente espacios de potenciales e inéditos nuevos conflictos, recordados constantemente por el papel de los medios de comunicación. Por consiguiente, el control de la agenda en lo político se hace tormentoso y si las alianzas internas no estaban lo suficientemente sólidas, la capacidad para influir en la búsqueda de los grandes acuerdos que requiere el país y nuestra región, disminuye de manera significativa.

Vistos los sucesos de las últimas horas, da la sensación que tendrá que asumirse un nuevo ciclo en la comunicación política gubernamental, más que en nuevas personas, en el enfoque estratégico para la adecuada gestión de una crisis que llegó para quedarse. 2

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