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APUNTES DESDE LA CABAÑA

POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
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Y las "colonias"… ¿cuándo?

¿Cuándo vamos a celebrar y agradecer en el país a las denominadas "colonias"? Con este concepto caído en desuso me refiero a las asociaciones de personas de otros países y continentes que en tiempos pasados llegaron a Chile a vivir, trabajar e integrarse, a aportar a nuestro desarrollo y prosperidad, a las artes y la cultura, las ciencias, el emprendimiento, los deportes, la arquitectura, la política y nuestra identidad. Me refiero a los inmigrantes históricos que durante esa ardua empresa en una tierra remota, enriquecieron nuestro acervo cultural, nuestras costumbres y tradiciones, nuestra forma de ser y, al mismo tiempo, se fueron volviendo chilenos.

Ignoramos -o nos han hecho olvidar- que los inmigrantes históricos han contribuido de forma decisiva a lo que hoy somos, y que como país de pésima memoria, nos hemos resignado a que sean invisibilizados. Son descendientes de alemanes, árabes, croatas, españoles, franceses, ingleses, italianos, irlandeses, judíos, suizos, turcos, en fin, que me perdonen quienes se me queden en el tintero, pero es gente que también llegó de China, Corea y Japón. Pues sí, es hora de reconocer y agradecer su aporte crucial, sobre todo en esta amarga fase de crisis nacional generalizada que temo ha devenido en decadencia nacional, etapa que por desgracia tardaremos años en salvar.

Sí, los descendientes de los inmigrantes históricos tienen especialmente ahora mucho que enseñarnos, pues son hijos o nietos o biznietos del rigor, del esfuerzo, la readaptación y la férrea voluntad de comenzar una nueva vida, y sobre todo son gentes para quienes la esperanza en un mejor futuro resultó inspiradora. Sí, las "colonias" son hijas de la esperanza, pues sus integrantes se vieron obligados a dejar países azotados por guerras, enfrentamientos fratricidas o crisis económicas formidables, y tuvieron que adaptarse a circunstancias nuevas en un mundo diferente, extraño, ajeno, donde lo único que no podían era sucumbir. Una frase de Carlos Dittborn, redactada para otro contexto, el Mundial de 1962, aplica a la situación inicial de las "colonias": "Porque nada tenemos, todo lo haremos".

Estados Unidos, Canadá, Australia y Singapur, pero no sólo ellos, celebran anualmente a las inmigraciones históricas, a las que se suman las recientes. Conmemoran su llegada y sus enriquecedores aportes. Celebrar y reconocer en Chile a las "colonias" históricas no significa ignorar a los primeros que llegaron a habitar esta tierra, a la cual todos hemos llegado de fuera, unos antes, otros después, y a la cual cada uno ha contribuido en alguna medida. Y como todos somos inmigrantes, porque esta tierra existe de antes que algún ser humano pusiese pie en ella, estamos obligados a llegar a manejar (suena fácil) el hoy complejísimo tema migratorio. Tal vez el principio para ordenar la migración anida en un dicho "gringo": Play by the rules (juega de acuerdo al reglamento), lo que presupone, desde luego, que el país receptor tenga un plan nacional y un reglamento claro al respecto, y que sea capaz de hacerlo respetar seleccionando a quien llega. (En otra columna me referiré el drama de Venezuela, cuyo régimen ha generado 7,3 millones de emigrantes, un cuarto de su población, lo que en Chile equivaldría a 4,5 millones de compatriotas).

Volviendo a las inmigraciones históricas, somos un país al que a lo largo de su historia han llegado habitantes de otras latitudes por diferentes circunstancias. En ciertas etapas de crisis también hemos generado emigración, las más recientes ocurrieron durante el gobierno de Allende y el régimen militar. Hoy no generamos prácticamente emigrantes, aunque ningún país tiene el futuro asegurado ni clavada la rueda de la fortuna para siempre. Además, debido a la baja tasa de natalidad nacional, el país dependerá en lo sucesivo de inmigración, es decir, ese arduo tema seguirá abierto.

En todo caso, es clave que las "colonias" recuperen mayor visibilidad y las autoridades y la ciudadanía reconozcan su aporte. ¿Cuántos tendrán al menos unas gotas de sangre de esas inmigraciones? ¿Cómo sería Chile sin ellas? Hace un año un bárbaro ataque terrorista incendió el magnífico molino y el museo Grollmus de Contulmo, patrimonio arquitectónico nacional, construido hace más de un siglo por laboriosos inmigrantes alemanes. Resultado: tres heridos y la obra reducida a cenizas. Parece que perderemos irremediablemente la lucha por rescatar la memoria de la contribución de las "colonias" a nuestra identidad, amnesia que nos empobrecerá y encogerá.

Pareciera. Aunque a veces hay señales esperanzadoras, como una en el tan a maltraer Valparaíso: en el cerro Concepción, en la imponente arquitectura de lo que fue el Colegio Alemán, ahora en proceso de restauración, el empresario libanés Eduardo Dib construye el Museo del Inmigrante. Se trata de una obra en construcción que exhibirá desde los aportes técnicos y artísticos hasta la riqueza culinaria que trajeron los inmigrantes. El museo hará justicia a la historia nacional y conservará vivo el destello de esperanza que encendió los ojos de los inmigrantes al posar por primera vez, decenios o siglos atrás, sus pies en el muelle de Valparaíso. Pero esa historia es ya tema de otra columna.