Efectos colaterales del caso Convenios
Organizaciones que reciben fondos del Estado y hasta los cores, por la Ley de Rentas, temen repercusiones negativas en sus ámbitos.
Como suele ocurrir con las investigaciones de irregularidades que involucran recursos del Fisco, las repercusiones del caso Convenios crecen cada día, en un torbellino político difícil de controlar para el Gobierno y sus partidos. El recuento de caídos en el desastre oficialista ya suma una subsecretaria, una diputada, un senador-presidente de partido, dos seremis y gran parte de la reputación que sostenía a Revolución Democrática, quizás el golpe más duro para la generación de jóvenes frenteamplistas que prometió renovar la política con el eslogan de las manos limpias. En la oposición confían en los efectos devastadores que este tipo de controversias provocan en el futuro electoral de sus protagonistas, en parte porque lo vivieron en carne propia con situaciones parecidas, pero el esfuerzo de sus parlamentarios se ha quedado en la denuncia, sin llegar a una propuesta concreta en torno a los controles de gasto y eficiencia que deben tener las platas fiscales. En la periferia de este escenario, aún confuso, diversas entidades comenzaron a levantar voces de preocupación, porque observan con cierto temor que la desconfianza ciudadana queda instalada en todos los organismos que reciben recursos del Estado, sin mirar en sus logros, trayectorias o necesidades urgentes. El riesgo de que ese daño colateral alcance a los servicios que dichas organizaciones prestan al Estado será cada día más alto, en la medida que el mundo político siga inmerso en su guerrilla interna, sin prestar atención a los problemas de fondo que quedaron al desnudo en el sistema de transferencia de recursos a terceros. Personas como el sacerdote Enrique Opaso, capellán del Refugio de Cristo, no pueden darse el lujo de esperar a que los dineros comprometidos para cuidar a los niños más vulnerables de la sociedad lleguen "el día del níspero", como ocurre actualmente. Tampoco es justo que los gobiernos regionales vean afectada la tramitación de la nueva ley de rentas debido a las desconfianzas surgidas en el Congreso con todo aquello que "huela" a una reasignación de recursos desde el nivel central. El desafío que hasta ahora nadie ha querido asumir es mayúsculo, porque significa conjugar dos necesidades que suelen ser antagónicas: la entrega ágil de recursos y el férreo control de su adjudicación y uso.