APUNTES DESDE LA CABAÑA
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
¡Salvador Allende lo iba a cambiar todo! Había ganado la presidencial con 36% de los votos, el pueblo lo apoyaba, construiríamos el socialismo, Cuba era el ejemplo latinoamericano y la Unión Soviética y sus aliados nos apoyarían. Seríamos un país justo e igualitario, sin ricos y pobres, sin explotadores y explotados, y libres del imperialismo estadounidense. El futuro nos pertenecía por entero.
Así pensaba yo hace más de medio siglo. Tenía diecisiete años el 4 de setiembre de 1970, despreciaba nuestra "democracia burguesa", quería un mundo mejor, me sentía revolucionario. Veinte años tenía el 11 de setiembre de 1973, militaba en la juventud comunista para horror de mis padres y lucía con orgullo la camisa amaranto. Y como tal citaba frases de Luis Corvalán, leía las revistas Literatura Soviética, de Moscú, y Vida Nueva, de Berlín Oriental, y las novelas Así se templó el acero, de Ostrovsky, y La joven guardia, de Fadeiev, y a la Unión Soviética la llamábamos la "madre patria".
El espíritu de la época, la masiva pobreza que existía en Chile y la influencia de adultos que admiraba me hicieron abrazar en el Colegio Alemán el comunismo, ignorando que así me volvía cómplice de una causa totalitaria como el nazismo y el fascismo, un sistema al cual le faltaban sólo dieciséis años para ser barrido por sus pueblos de la faz de la tierra. ¡Increíble que hayamos polarizado y envenenado hasta hoy a Chile por una alternativa entonces sin perspectivas y desaparecida en 1989! No culpo a nadie de mis errores, los asumí en Cuba, cuando vi con dolor que eso era un desastre que no quería para mi patria y renuncié al comunismo. Tenía veintitrés. Aun me emociona el coraje de renunciar en La Habana a ser comunista.
Yo no viví el régimen militar porque salí de Chile en diciembre de 1973 rumbo a Berlín Oriental (y no Occidental, por elección propia, por ideología). Tampoco niego las violaciones a los derechos humanos ocurridos entonces en Chile. Pero fue en el socialismo real donde, por la ausencia de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, empecé a valorar lo que había sido vivir en un modesto país democrático, que yo irresponsablemente había despreciado. En el comunismo entendí el magno error en que incurrí con diecisiete: querer imponer a mi patria ese modelo en contra de la voluntad de la mayoría, justificando tomas y expropiaciones de fábricas y tierras, la violencia civil y armada, los resquicios legales, exigiendo el rompimiento con el Occidente al que pertenecemos. No, aquella osadía minoritaria no podía terminar bien.
Algunas cosas concluí también viviendo en el socialismo. Una: no trates de construir el paraíso en la tierra, ni las religiones lo intentan. Dos: a los veinte tienes respuestas para todo, en la madurez más preguntas que respuestas. Tres: no rompas con amigos ni familiares por política, pues la amistad cívica debe prevalecer. Cuatro: cuida la democracia, siempre perfectible. Cinco: prefiere los cambios graduales a las revoluciones, que nada bueno traen, sólo mucha sangre. Seis: la patria no pertenece sólo a quienes viven en ella, sino también a quienes nos la legaron y a quienes te sucederán. Siete: no trates de crear "el hombre nuevo", sino las condiciones para que cada uno pueda desarrollar su vida en libertad. Ocho: trata de irte por unos años de Chile y regresa a aportar con lo mejor que coseches. Nueve: cuando votes, averigua quién es tu candidato, qué ha hecho de su vida y qué ha aportado a la comunidad, y desconfía si ve la política como su medio de existencia.
Mañana se cumple medio siglo desde que los militares enterraron la democracia que ya había muerto entre los brazos de políticos que no lograron dar una solución a la grave crisis nacional que casi nos arrastró a una guerra fratricida en la que yo, convencido por dogmas y caudillos, hubiese cumplido las órdenes que mi partido me hubiese entregado. Sí, a esa edad, como millones de chilenos, estuve dispuesto a todo con tal de aplastar al enemigo, porque a los compatriotas que pensaban distinto los consideraba mis enemigos. Así era el tamaño de mi odio y ceguera política. En un Chile completamente polarizado y dividido los chilenos podemos volvernos irreconocibles.
Me arrepiento de mi arrogancia y de haber relativizado entonces los derechos humanos y respaldado la violencia y "la lucha de masas" para imponer un modelo de sociedad. Me arrepiento de haberme preparado con otros para "el enfrentamiento final", marchado por las calles gritando "Avanzar sin transar" y "Momios al paredón, momias al colchón" y de haber justificado las dictaduras comunistas. Pero no me arrepiento de haber vivido en el comunismo porque allí aprendí a ver a mi patria de otro modo. Es bella, digna y luminosa, está sumida hoy en una crisis profunda y sin rumbo, con muchas sombras y retos pendientes, que sólo podrá empezar a resolver cuando los protagonistas del ayer asuman su responsabilidad sin escudarse en pretextos y el Presidente actual o siguiente contribuya a la unidad que necesitamos, priorizando el futuro que debemos construir en consenso.
Chile no puede seguir viendo su futuro por el espejo retrovisor. Aquí ningún pasajero sobra. No llevamos una patria de repuesto en el maletero.