La aventura de madurar
Joaquín García-Huidobro
¿Te imaginas que alguien plantara un durazno y quisiera que sus frutas estuvieran siempre verdes? Sería rarísimo. La madurez indica la plenitud de todo ser viviente, ¿por qué los hombres tendríamos que ser distintos? Cuando uno busca en el diccionario, se encuentra que maduro es quien ha alcanzado la capacidad mental propia de una persona adulta, es alguien sensato, prudente. La madurez, por tanto, no significa ser un viejo (está lleno de viejos inmaduros) y resulta perfectamente compatible con la juventud.
Hoy, sin embargo, muchos tienen un auténtico terror a madurar. Piensan que eso los privará de una serie de libertades, que les impedirá ser como siempre han sido. Desde hace muchas décadas los psicólogos nos han hablado del "síndrome de Peter Pan", ese personaje que no quería crecer. Es simpático como cuento, pero triste para la vida real.
La madurez se observa en diversas facetas de la vida. La primera de ella implica conocerse, saber cuáles son las propias capacidades y qué limitaciones tenemos. Esto es fundamental: por no saber cuáles son sus carencias, hay personas que llegan a desempeñar funciones para las que no están capacitadas y esa incompetencia puede causar mucho daño. La política está llena de estos ejemplos, pero también se hallan en el mundo de la empresa.
Uno puede hacer una carrera profesional muy buena si acierta en el reconocimiento de las propias capacidades y límites. No hay una única manera de ser útil al país y tú tienes que encontrar la tuya, que no necesariamente será la misma de la que eligen tus amigos o está de moda.
Por otra parte, la madurez se expresa en nuestra relación con esa maravillosa capacidad que llamamos imaginación. Se trata de algo magnífico, siempre que la entendamos como imaginación creadora, esa que tiene el artista, el empresario o el alumno de ingeniería que debe encontrar cómo resolver una ecuación difícil.
Sin embargo, al lado de ella, existe otra forma de ejercitar la imaginación que es dañina. Me refiero a las meras ensoñaciones, donde la persona deja suelta su fantasía y se imagina que es el protagonista de toda clase de hazañas que nunca sucederán. Esa imaginación puede ser muy típica de la adolescencia, pero hay que abandonarla en la universidad, porque es estéril, te aleja de la realidad y muchas veces constituye una forma de evasión frente a esas cosas concretas que quizá no son tan brillantes como las divagaciones, pero que tienen la ventaja de que existen.
Un campo donde cabe madurar está dado por la propia relación con el estudio. Uno puede asistir a clases y preparar las pruebas simplemente para evitar una mala nota. Alguna vez puede suceder, pero adoptar esa actitud durante toda la carrera universitaria es muy poco atractivo. La madurez de un estudiante se mide por la capacidad de descubrir la belleza que esconden los distintos ramos; por el empeño por estudiar para formar la cabeza, para aprender. Es verdad que a veces los profesores no ayudan mucho, porque exponen la materia con un tono monótono o enseñan ciertas cosas sin explicar los porqués. Te lo concedo, pero eso también puede ser parte de la formación de una persona: ser capaz de superar el aburrimiento y no dejar que los estados de ánimo controlen nuestras vidas.
La madurez lleva a planificar el estudio, a ser realista en el manejo de los tiempos y no ponerse metas imposibles de cumplir.
Una cosa muy importante: no se trata en ningún caso de ser un tipo grave, o un tremendista de esos que siempre piensan que el mundo está a punto de derrumbarse y carecen de todo sentido del humor. La madurez, por el contrario, debería llevar a saber reírse de sí mismo, a no tomarse demasiado en serio.
Por último quiero detenerme en la madurez ciudadana. Ella nos lleva a preocuparnos por el bien común, a plantearnos qué vamos a hacer por Chile. Las responsabilidades no son una mera carga, ellas nos ayudan a dar lo mejor de nosotros mismos. ¿O vamos a pasar por la vida sin dejar ninguna huella, sin hacer nada que mejore un poco la existencia de otras personas? ¿Vamos a ser unas personas grises?