Dentro del plazo de tres meses que exigió el Comité de Ministros en su resolución, la Inmobiliaria Las Salinas (ILS) presentó a la Superintendencia del Medio Ambiente (SMA) un Plan de Monitoreo Participativo para que las autoridades municipales y la ciudadanía puedan ser parte del proceso de remediación de la contaminación que aún permanece en los terrenos que por más de 70 años ocuparon varias empresas petroleras.

Este proceso de saneamiento fue iniciado por ILS, ligada al holding Copec, hace casi diez años. Y luego de superar una larga tramitación ambiental, llena de objeciones administrativas, y lograr su aprobación por el Comité de Ministros en sesión realizada durante el actual gobierno, enfrenta en su recta final la objeción del propio municipio, que ha buscado todas las fórmulas posibles para evitar cualquier diálogo o acuerdo con la empresa. El último ejemplo de esa reticencia es que la administración de la alcaldesa Ripamonti no cumplió con la conformación de una mesa de trabajo, cuyo objetivo es, precisamente, garantizar que el plan de monitoreo preparado por la empresa tenga una participación directa de las autoridades que han presentado más objeciones.

No resultan del todo claras las razones por las cuales el municipio viñamarino decide ponerse al margen de las exigencias realizadas por el Comité de Ministros y menos comprensible aún es que una administración que hizo campaña con las banderas de la participación ciudadana se reste de instancias que fomentan el diálogo y el conocimiento ciudadano de una iniciativa tan controvertida. La sospecha que deja instalada esta actitud es que la falta de argumentos científicos para oponerse a un plan de saneamiento ambiental ya aprobado por las instancias técnicas formales quedará al descubierto en un comité amplio que no está dominado por las organizaciones que apoyan al municipio en su tesis antisaneamiento.

Aun en estos tiempos turbulentos, el sábado 7 de octubre resultamos horrorizados por la extrema crueldad con que milicianos del grupo yihadista Hamás asesinaron en el sur de Israel a no menos de 1.300 civiles, de toda edad, género y condición, y secuestraron a otros 200. Desde la época del Holocausto no se daba muerte a tantos judíos en un día.

Nada de esa barbarie puede ser atenuada atribuyéndola erróneamente a un anhelo de liberación del pueblo palestino o a una disparatada manera de buscar una mejor relación con Israel. Hamás nunca ha estado interesado en la libertad de los palestinos. Desde que asumió el control de la franja de Gaza hace 16 años, lo que ha instaurado ahí es una férrea tiranía sobre los palestinos que la habitan. Siempre ha rechazado el entendimiento con Israel. Y en su intento de destruirlo por la violencia ha perjudicado enormemente a su propio pueblo. Por lo que cuentan muchos que han estado allí, los palestinos de la franja detestan a Hamás.

Es obvio que Hamás no debe permanecer en control de Gaza y que Israel está en todo su derecho de erradicarlo de ella, minimizando los daños a civiles. Pero Israel haría bien identificando y rectificando también lo que ha habido de descaminado en su trayectoria política de los últimos 15 años. Mucho de ello tiene, en mi opinión, un nombre propio: Benjamin Netanyahu. Bajo su liderazgo, los sobresalientes servicios de inteligencia y fuerzas de defensa israelíes tuvieron el sábado su peor revés. En sus 16 años de gobierno ha polarizado y dividido a Israel, aliándose últimamente con la extrema derecha radical, con la que emprendió hace meses un intento por reducir el control de la Corte Suprema sobre su poder. Y ha hecho poco o nada por mejorar las relaciones con sus inmediatos vecinos árabes.

Tenía 12 años cuando el primer ministro Menajem Beguin, del mismo partido de Netanyahu, celebró un fructífero acuerdo de paz con Egipto. Todos sus sucesores, salvo el actual, hicieron esfuerzos parecidos. Yitzhak Shamir inició las conversaciones con representantes palestinos, que dieron lugar más tarde a los Acuerdos de Oslo, suscritos por Yitzhak Rabin, que condujeron a la formación de la Autoridad Nacional Palestina. Rabin firmó también la paz con Jordania. Ehud Barak retiró las tropas israelíes de El Líbano y estuvo muy cerca de llegar a un acuerdo definitivo para la instauración de un Estado Palestino independiente, como también lo estuvo más tarde Ehud Olmert. Ariel Sharon terminó con la ocupación de Gaza. Y Shimon Peres contribuyó en forma relevante a mucho de todo ello.

El entendimiento con Hamás no es posible, pero espero que Israel pueda volver pronto a contar con un gobierno moderado, que una al país, fortalezca su democracia y dialogue sin parar con los palestinos moderados en busca de la elusiva paz.