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Murales de pesadilla

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La profusión de murales en el plan de la ciudad (...) plantea la pregunta respecto a si este tipo de intervenciones son verdaderas soluciones frente a los grafittis o más bien se realizan para soslayar o encubrir la responsabilidad municipal frente a la ausencia de fiscalización".

A mediados de diciembre de 1995 con Everton recién descendido, Jorge Castillo, empresario local encargado de la basura y dueño de una línea de micros en Viña, ganó las elecciones a presidente y fue tanta su emoción que se puso a pintar con los colores del club calles, postes, micros, escaleras, la sede, los muebles del recinto que eran antigüedades de más de 50 años, a punto tal que hasta el gato sufrió las consecuencias.

Veintiocho años más tarde, un conjunto de murales de dudoso valor realizados a lo largo de toda la calle Condell con el expreso patrocinio del alcalde de Valparaíso han venido a saturar y a afear aún más su ya alicaído plan, poniendo de manifiesto la locura que se ha tomado la ciudad y la evidente ausencia de un criterio general, de reglas claras y de una planificación adecuada en la ciudad.

¿Cómo es posible que en un espacio público se realice una brutalidad semejante a vista y paciencia de todo el mundo y sin que a nadie le interese la visión y el criterio de los especialistas, y de los muchos vecinos que hemos vivido más de cinco décadas en el centro de la ciudad?

Mientras Jorge Sharp se solaza de ver las calles convertidas en "fábricas de arte urbano", especulo que, por encima de los motivos formalmente esgrimidos, esta decisión se vincula también con el tipo de sociedad en la que nos hallamos viviendo que representa la negación del otro. De hecho, la imposición de decisiones como éstas constituye también expresión de la erosión de lo público en la nueva sociedad que se está construyendo, en un momento en que paradojalmente nunca había habido tantas condiciones para fortalecer la relación humana y sin embargo, nunca se habían desperdiciado tanto. Como dijo "in illo tempore" Nicanor Parra "aquí no se respeta ni la ley de la selva".

Y ojo que este reclamo no es puramente estético o un alegato higiénico puesto que el anhelo de calles y muros limpios posee también un sentido simbólico en la medida que es en el espacio público donde teóricamente se ejercita una condición de igualdad ya que nadie puede apropiárselo y aspira a expresar virtudes, de modo que es por esa razón que se lo ordena, se lo limpia y se lo embellece, es decir, la antítesis de lo que está ocurriendo.

Es imperativo por tanto ocuparnos de los espacios públicos de Valparaíso, aunque al alcalde no le guste, pues razones hay de sobra para ello. Mal que mal, para saber desenvolverse en la esfera pública esgrimiendo razones, escuchando las ajenas, etcétera, se precisa el ejercicio de virtudes más básicas que deben reflejarse en la consideración por el otro, sea dando el asiento en el bus, no orinando en la calle, o no rayando los muros de la ciudad. De ahí que un espacio público al que se envilece, como está ocurriendo en Valparaíso, no es solo un despilfarro material, sino que inevitablemente va acompañado de un deterioro y un envilecimiento de la vida cívica.

La profusión de murales en el plan de la ciudad viene a poner en discusión cuál es el tipo de ciudad que deseamos conservar, y en específico, cuál es el límite tolerable para la realización de intervenciones en los espacios públicos mediante murales (si es que alguno tiene). Y de paso, plantea la pregunta respecto a si este tipo de intervenciones son verdaderas soluciones frente a los grafittis o más bien se realizan para soslayar o encubrir la responsabilidad municipal frente a la ausencia de fiscalización del buen estado de los inmuebles de la ciudad.

Por lo mismo es que Valparaíso requiere más que nunca de un plan de gestión patrimonial que pondere a la hora de decidir, además de abordar seriamente el problema del grafitti, factores tales como la puesta en valor de las características arquitectónicas de los inmuebles, las del sector donde se emplazan, la saturación visual del mismo, los colores predominantes, la iluminación, etcétera.No hay duda que la ciudad requiere intervenciones en sus edificios, pero no es aceptable que dependan de los gustos personales de cada vecino, o del alcalde de turno, sino de parámetros y criterios técnicos suficientemente discutidos y validados por los habitantes, que de existir, habrían evitado una locura como ésta. 2

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Nuestro Puerto

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Valparaíso y su Puerto ya no pueden esperar. (...) Cada anuncio que sólo queda en un papel, es un duro revés para las urgencias y la credibilidad de toda una población. Cada anuncio que luego se concreta en algo bastante diferente en su calidad y ejecución a lo prometido, es un camino a la frustración continua".

Una de las imágenes regionales que marcó la semana, fue la presentación del proyecto de expansión del Puerto de Valparaíso. Un nuevo anuncio, dentro de una larga e histórica lista de eventos comunicacionales que han tenido, como protagonista pasajero y hasta efímero, a la propia ciudad de Valparaíso.

Por eso, aunque el acuerdo firmado puede vislumbrarse como necesario y hasta promisorio para los más optimistas, el escepticismo del entorno porteño también está presente. En rigor, las trayectorias de estos hitos en las últimas décadas han dilapidado las esperanzas.

Son muchos los contextos en los que el Puerto ha llamado la atención de los gobiernos centrales. A veces, con la legítima aspiración de otorgar decididos impulsos para la compleja situación económica de la ciudad. En otras, con el afán de disipar incómodas situaciones que padecen las administraciones santiaguinas de turno, mediante golpes de efecto que despiertan un breve interés en la ciudadanía local.

Ya sea porque hay una valiosa convicción o un lamentable oportunismo de los actores nacionales, los resultados y la concreción de las expectativas no son positivas en el largo plazo para las actividades económicas y financieras de la ciudad. Incluso, existiendo las mejores intenciones en algunos proyectos del pasado, estos no pudieron prosperar porque no supieron dialogar con los entornos sociales y culturales, siendo incapaces de procesar y valorar las percepciones de quienes formaban parte del tejido de la urbe.

Las comunidades son una pieza fundamental para legitimar los proyectos que intervienen o impactan en el espacio público. Por eso, la sensibilización que esta perspectiva implica por parte de las empresas públicas y privadas en el mundo de hoy, es un principio de acción y responsabilidad esencial, necesario para el éxito comercial y el bienestar de las regiones.

Valparaíso y su Puerto ya no pueden esperar. Los desafíos y amenazas existentes involucran, además, una dimensión ética para enfrentarlos que va más allá de la capacidad técnica y presupuestaria. Cada anuncio que sólo queda en un papel, es un duro revés para las urgencias y la credibilidad de toda una población. Cada anuncio que luego se concreta en algo bastante diferente en su calidad y ejecución a lo prometido, es un camino a la frustración continua.

En el anuncio de esta semana, se planteó que ha existido un trabajo sistemático con los vecinos para integrar sus visiones en los alcances que tendrá esta futura obra. Este es un tema clave. La participación y escucha activa de las personas que construyen los lazos y actividades de los ecosistemas urbanos, permite la recuperación de las confianzas y una vinculación permanente con las iniciativas que transforman las realidades adversas.

El tiempo nos dirá si la firma, presentada públicamente por el Presidente Gabriel Boric, EPV y la alcaldía de Valparaíso, pudo marcar el tan añorado punto de inflexión. Lo concreto es que referirnos al Puerto es apelar a una identidad; a los inicios de lo que hoy entenderíamos como globalización; a los sueños que se proyectan en el horizonte. Nuestro Puerto, además, debe ser uno de los principales soportes regionales para ingresar al futuro.

Separar el Puerto de la ciudad y de la región, hacer que la urbe a veces evite mirarlo y se ponga de espaldas a las actividades portuarias en sus trazados e intervenciones, es un profundo error. Tan lamentable, como las innumerables ocasiones en las que alguna tragedia pone a Valparaíso en la preocupación nacional desde un plano emocional, sin abordar las soluciones estructurales que necesitamos a corto y largo plazo. 2

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