LA PELOTA NO SE MANCHA
POR WINSTON POR WINSTON
El sábado, la tenista nacional Fernanda Labraña lloraba desconsolada. Junto a su compañera, Alexa Guarachi, habían perdido la final por el bronce, debiendo conformarse con un cuarto lugar. Un llanto ahogado y las manos en el rostro que intentaban cubrir su frustración. Más que el resultado, fue su reacción la que terminó siendo foto y noticia.
Como no es requisito tener cerebro para tener una cuenta en X (ex twitter), una persona comentó que no era para tanto, que ni siquiera estaba peleando por el oro.
Tal como suele suceder en las redes sociales, cualquiera tiene derecho a decir lo quiera sin tener el mínimo conocimiento de lo que habla. Perder una medalla de bronce para un deportista es quedar fuera de la historia, en la antesala de las puertas del Olimpo, mientras el resto de sus rivales disfrutará de un reconocimiento que quedará durante muchos años. Una medalla es un objeto que se paseará por varias generaciones, hasta llegar a unos nietos que les costará creer que esa mujer arrugada y encorvada a la que le llaman abuelita, alguna vez fue una joven vigorosa capaz de demoler récords y humillar rivales.
Sin embargo, también hay otra meta menos glamorosa pero tan importante como las medallas: los recursos que puede comprar el oro, la plata o el bronce. Ganar una de estas preseas significa para un deportista asegurarse un premio económico y una beca que durante cuatro años le permitirá, en la mayoría de los deportes, recuperar parte de la inversión, levantar patrocinios, interesar a sponsors y sobrevivir sin pasar tantas penurias.
Y es que bajo la punta del iceberg de millones que vemos por televisión en las figuras más rutilantes del deporte, hay una gran mayoría que está ahí gracias al sacrificio de las familias, mecenas, rifas, que sólo apoyan animados por la esperanza o mejor aún, nada más que por el aprecio y el cariño.
Como muestra de esto, tres ejemplos de personas buscando apoyo que me tocó ver esta semana. La primera, del tenista Ignacio Becerra. Con 23 años, su mejor ranking ha sido 913 del circuito ATP. En premios, ha juntado menos de 12 mil dólares, que, aunque para usted y para mí puede ser mucho, no alcanza para mantenerse jugando en el circuito. Por 3.000 pesos, los seguidores de Nacho podrían ganar un rack de televisión, un plumón de cama, 4 six packs de una cerveza, unos vinos, etc.
La tenista Daniela Seguel, en tanto, hace clínicas de tenis para juntar dinero. Aunque debería estar entrenando, a la "Pantera" no le queda otra que apelar a la buena voluntad de quienes quieran jugar un rato con ella para juntar un mínimo que le permita seguir competiendo.
No obstante, el caso más increíble lo recibí por whatsapp. Una mamá me invitó a participar de una rifa porque su hija clasificó al sudamericano de gimnasia rítmica. Lo que para cualquier padre debería ser motivo de orgullo, hoy es motivo de preocupación. Esto porque la Federación (Fenagichi) no financia los pasajes, la estadía, la inscripción, las mallas de competencia ni el uniforme completo del Team Chile que las obligan a ocupar. La Federación las obliga a firmar un documento donde se desliga de sus obligaciones y los padres, en cambio, deben comprometerse con el pago de las inscripciones.
Y eso que no hablo de todos los que, pese al enorme talento, dejaron de competir por verse enfrentados a la necesidad de entrar a la universidad, antes que sacrificar su futuro profesional o terminar mendigando para seguir compitiendo.
Nada de esto aparece en las imágenes de los Juegos Panamericanos. Vemos las victorias, los brazos levantados y a las autoridades prestas a colgar las medallas y a figurar en las fotos. Lo increíble es que, a pesar de esta precariedad, seguimos siendo buenos, en realidad, muy buenos, en muchos deportes.
Si tomamos una foto hoy a los primeros lugares del medallero, somos los que tenemos menos habitantes. A pesar de ser menos de 20 millones, ya llevamos 22 medallas, lo que equivale a una medalla por cada 900 mil chilenos. Estados Unidos, que es líder con 101 medallas, tiene una población de 320 millones, es decir, una medalla por cada 3 millones, casi el mismo promedio que México que está segundo en la tabla. Bajo esta lógica, Brasil se debería morir de vergüenza, tiene una medalla por cada 5 millones de habitantes. El único que nos gana es Canadá que está tercero y que tiene una medalla por cada 700 mil habitantes, aunque en un país de 38 millones.
Vayan todos mis respetos a esos deportistas que no solo ganan en la cancha su derecho a representar a Chile, sino también a la adversidad que significa haber nacido donde a la mayoría no le importa nada más que el fútbol. Respetémoslos, admirémoslos y apoyémoslos e imaginemos cómo sería si de verdad el Estado apoyara a los deportistas.