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Desinformación electoral

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Los periodos electorales pueden ser presa fácil

de campañas desinformativas que buscan profundizar las divisiones entre las personas, saturar los climas de convivencia y alterar a la ciudadanía, evitando los debates necesarios y propios de la dinámica democrática".

El concepto de desinformación se ha escuchado de manera recurrente estos últimos días, a propósito de la exhibición de la franja electoral televisiva, válida por el nuevo plebiscito constitucional del 17 de diciembre. Las críticas y acusaciones entre las diversas fuerzas políticas por el supuesto uso de información falsa, inexacta o engañosa generada, presentada y difundida deliberadamente, han ido escalando con el paso de los días.

Serán las metodologías necesarias para analizar los discursos, mensajes y aspectos textuales y visuales de esta franja, las que nos evidencien el nivel de desinformación existente, pero, por de pronto, hay cuestiones que pueden ser de utilidad para una discusión pública que esperemos, no se anule por la odiosidad ni por interpretaciones sesgadas de la realidad.

La primera es, a mi juicio, el valor comunicacional que en sí mismo tiene un proceso electoral para una sociedad democrática. En particular, la democracia se visibiliza cuando se dan los tiempos para desarrollar una campaña política y se despliegan los correspondientes esfuerzos humanos, creativos y tecnológicos para presentar ideas, proyectos y visiones. Estos momentos de intensidad, tanto en la entrega de la información como en la búsqueda de las adhesiones populares, son vitales para que un sistema político ponga a prueba su credibilidad y legitimidad.

Sin embargo, la comunicación no es solo la exposición de un argumento racional, sino también el ingreso, desde lo emocional, a vincularnos con otros y otras, en función de algo que nos identifica y trasciende. De hecho, nuestro cerebro es un órgano que genera, procesa y regula las emociones, por lo que no podemos disociarnos de lo que sentimos o entregamos afectivamente cuando nos comunicamos.

Por ende, las campañas no dejan de ser emocionales. Incluso, en muchas ocasiones, lo que hacen es detectar las emociones reinantes del contexto, para traducirlas en una estrategia electoral persuasiva. Evidentemente, el incremento de estos aspectos en tiempos acotados, puede conducir a efectivas propagandas desinformativas, sobre todo, cuando no tenemos competencias para detectar esas falsedades o engaños, provocando en nosotros fuertes respuestas emocionales que refuerzan los objetivos del desorden informativo.

Las evidencias y los hechos factuales deben pesar cuando observamos estas propuestas electorales, sin dejar de sensibilizarnos por lo que nos rodea. Para ello, la alfabetización informacional es fundamental, así como la función de las y los verificadores de datos y los espacios para acceder de manera oportuna a esa verificación antes y durante una elección.

Además, vivimos en un momento revolucionario en cuanto al ecosistema de la comunicación, donde las plataformas dominan y los medios chilenos se siguen debilitando, por lo que es imprescindible dotar a la labor periodística de un resguardo, sustentación y proyección de sus recursos, sobre todo a nivel local y/o en las empresas periodísticas que trabajan en las agendas de proximidad.

Por todo lo anterior, los periodos electorales pueden ser presa fácil de orquestadas campañas desinformativas que buscan profundizar las divisiones entre las personas, saturar los climas de convivencia y alterar a la ciudadanía, evitando así debates necesarios y propios de la dinámica democrática. Es más, transformar las elecciones en una guerrilla verbal de mentiras, con teorías conspirativas sobre los resultados y falacias constantes del adversario, debilita el núcleo dialógico de la democracia, provocando animadversión en las personas o expectativas infundadas de "cambios milagrosos". Estos aspectos luego son capitalizados por aquellos que, justamente, no creen en la democracia, pues instigan la frustración y la decepción hacia el sistema, desde las mismas plataformas digitales en las que "habitan" las ciudadanías actuales.

Lo anterior no nos debe llevar a desacreditar o eliminar las campañas y sus franjas electorales, ni menos atentar contra la libertad de expresión, pero sí a pensar en medidas y regulaciones más propias de fenómenos que tienen una ventaja estructural sobre nuestras sociedades. En Chile, la amenaza de la desinformación electoral llegó para quedarse. 2

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Nueva Constitución

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Las constituciones no existen para resolver crisis políticas, o para expresar nuevas correlaciones de fuerza, sino que son o debiesen ser el reflejo de los valores dominantes de una sociedad y expresión de su continuidad histórica y de su proyección al porvenir".

La cccSi bien la constitución que nos rige posee el pecado de su ilegitimidad de origen, no está demás recordar que también contiene valores que nos reflejan y forman parte de nuestra cultura política occidental, como la dignidad humana, la libertad, la vocación igualitaria, la justicia, el pluralismo, los derechos fundamentales y la democracia liberal, además de principios que han regido siempre nuestro ordenamiento jurídico-político, como el de legalidad, la interdicción de toda arbitrariedad, la participación ciudadana, la seguridad jurídica, la probidad, etcétera, sin contar con una institucionalidad política de larga tradición, como el régimen presidencial, el Congreso Nacional, el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, la Justicia Electoral, la Contraloría General de la República, las Fuerzas Armadas y de Orden y Seguridad Pública.

Ahora bien -plebiscitos de por medio-, no hay razones que permitan variar la opinión respecto a que la necesidad de darnos una nueva Constitución, más que una aspiración sentida de la sociedad chilena, ha sido un as bajo la manga de la clase política a fin de intentar resolver la grave crisis política de octubre de 2019. La mejor demostración de aquello y del nulo interés de la población en el actual proceso se halla en que el texto que ahora se nos propone para su aprobación o rechazo debe estar entre los menos leídos de nuestra historia. Pero si eso no bastara, veamos también las afirmaciones de quienes buscando razones para su aprobación tratan de persuadirnos con la idea de que no va a ser sustancialmente distinto de la constitución de 1980, lo cual viene a reforzar aún más lo innecesario del proceso.

Tengamos en cuenta que las constituciones no existen para resolver crisis políticas, o para expresar nuevas correlaciones de fuerza, ni tampoco para crear las condiciones que permitan el cambio de una élite dominante por otra nueva, sino que son o debiesen ser el reflejo de los valores dominantes de una sociedad y expresión de su continuidad histórica y de su proyección al porvenir.

Esta es lamentablemente la gran falla de todo este proceso constitucional en que nos han metido, el cual no ha sido reflejo de las aspiraciones de la sociedad chilena, ni menos capaz de resolver la crisis política, sino por el contrario, ha venido a profundizarla tratando de imponer un texto y olvidando que si una constitución formal no es capaz de recoger lo que un pueblo es (su constitución sociológica) no tiene posibilidades de sostenerse en el tiempo.

Si la política de las identidades y el proyecto denominado decolonialismo con su reivindicación de un indigenismo francamente delirante, fueron parte de las razones para el fracaso del primer proceso, la ausencia de interés y la desinformación serán sin duda el sello del segundo.

¿Era necesario llevar adelante un camino de transformaciones institucionales, o incluso poner en duda valores sin los cuales el sistema democrático pierde vigencia como la garantía de la igualdad, especialmente en momentos en que las prioridades de la ciudadanía se hallan en otra cosa? Me parece que la respuesta es No. Y al contrario, si realmente hubiese existido el compromiso de darnos una constitución cuya legitimidad de origen no fuese cuestionada, deberíamos haber puesto nuestro interés primario en vigilar que el proceso hubiera sido una aspiración auténtica de nuestra sociedad y no un modo torcido de introducir ideologías de contrabando. Por eso, de cara al porvenir y para el éxito de un futuro proceso constitucional es fundamental tratar de reencauzar las estrategias a partir de un compromiso con la verdad, renunciando a la tentación de elaborar acuerdos falsificados como aquél en que nos embarcaron en 2019.

Cierta es aquella frase del Evangelio de San Juan veritas liberabit vos, sólo la verdad nos hará libres.

No hay tiempo que perder. Nuestro país está sumido en una grave crisis y debemos sostenerlo entre todos antes de que su enfermedad sea terminal. Pongamos de una vez límites a la demagogia y a la mentira ya que por ese camino nos están llevando a la ruina. 2

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