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DE TAPAS Y COPAS

POR MARCELO BELTRAND OPAZO, CRÍTICO GASTRONÓMICO
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Recomendar un libro es como recomendar a un amigo. Porque el libro nos acompaña, nos habla y nos conversa. Borges dijo alguna vez que "de todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación". Y es cierto, el libro tiene una magia que muy pocos objetos tienen. Nos hace soñar y viajar. Conocemos la realidad y el mundo por los libros. Pero yo creo que hay otra creación del hombre que también nos permite algo similar y es el vino. El vino es la prolongación de la naturaleza y de nuestros sentidos. Pero, además, está la alquimia de ese mosto convertido luego en vino. Esa transformación es casi mágica.

Cuando invitamos a un amigo a beber un vino, lo que hacemos realmente es una invitación para hablar, para conversar, para aprender, para viajar y soñar. "El pájaro tiene su nido, la araña su tela, el hombre la amistad", dice William Blake, y la amistad con una copa de vino, mejor. Es que el vino tiene eso, amistad, fraternidad, logra construir espacios para compartir. El vino tiene un espíritu y logra eso "de sentimiento de reunión, de amigos en torno al fuego, de un tango que sin énfasis resume la suma de los actos, la pobre hermosa saga de ser hombre", como escribe Cortázar.

Pienso y escribo esta crónica recordando la grata reunión en torno a la degustación de los vinos de la viña Dagaz con unos amigos. Porque en esa oportunidad se recomendaron libros y se hablaron de ellos, pero, sobre todo, se hizo algo básico, lo que nos permite seguir juntos como sociedad: conversamos con respeto, nos escuchamos y aprendimos unos de otros. Todo en torno a una copa. Esa noche, les presenté cinco vinos de la viña Dagaz: el ensamblaje Tierras de Pumanque, el cabernet sauvignon y el carménère Granito Estate, el cabernet sauvignon Kolwe Vineyard y el cinsault Itanino. Cinco vinos, cinco portentos que nos enseñaron el valor del buen vino.

Desde los romanos con las fiestas dedicadas al dios Baco, o las celebraciones dionisíacas en honor al dios Dionisio de los griegos, el vino ha sido el centro y la excusa para compartir y beber. Hoy, cada día nos encontramos con una mayor preocupación a la hora de elegir vinos, que mariden, no sólo con la comida, sino que también con los invitados. Bueno, nosotros hicimos eso, compartimos, degustamos vinos y comida, conversamos y viajamos con cada historia. En resumen, compartimos amistad con María Inés y con Jorge.

Un poco de historia de la viña Dagaz. El año 2015, Marco Puyo, junto a Patricio Gómez- Barris, tercera generación de una familia de corcheros, fundan Viña Dagaz. Pero antes, Marco, en el año 2006, ya había participado como socio en la plantación de un viñedo de 39 hectáreas, que a partir del año 2009 comienza a producir, manualmente, pequeñas cantidades de vino, de una o dos barricas por año. Por primera vez tenía la posibilidad de hacer un vino a escala personal, cuyo espíritu fuera el reflejo del lugar, como el mismo lo señala. Hoy en día existe un registro de botellas de cada una de esas cosechas. Y no fue hasta el año 2016 que hace su primer vino, que corresponde a una mezcla tinta de cuatro variedades: cabernet sauvignon, petit verdot, carménère y syrah. Ahora bien, los vinos Dagaz tienen su particularidad, en gran medida, por las características del terroir, que se encuentra ubicado en la Denominación de Origen Colchagua Costa, que está formada por las áreas de Pumanque, Lolol, Paredones y Litueche. El viñedo de Pumanque, en el área que lleva este mismo nombre, está ubicado a 227 kilómetros al sur-oeste de Santiago y a 46 kilómetros al oeste de la ciudad de Santa Cruz. El suelo es de granito, que es una roca ígnea cristalina que se formó a mucha distancia de la superficie, bajo condiciones extremas de calor y presión. Esta fusión unió diferentes compuestos, como el cuarzo y la mica, que fueron conducidos hacia la superficie de la tierra. Con el paso del tiempo, algunas de estas rocas se han ido erosionando, generando suelos graníticos. Este tipo de suelo otorga características minerales, salinas, elegantes y de buena acidez al vino. Por esta razón, en Pumanque se pueden producir uvas que dan origen a vinos de clase mundial.

Después de estos datos, que nos permiten entender el vino, pasemos a la cata misma. Primero, el cinsault Itanino: este vino tiene una crianza de catorce meses en cubas ovoides (huevos) de concreto. Color rojo rubí brillante. En la nariz tiene alta intensidad de frutos rojos, con mucha guinda ácida y notas minerales provenientes del granito que constituye el suelo. En la boca tiene mucha energía y buena acidez. Es fresco, vibrante, de taninos suaves y persistentes. Luego, seguimos con Tierras de Pumanque, con una crianza de diecinueve meses en barricas de roble francés, 10% nuevas y 90% usadas. El objetivo del mayor porcentaje de barricas usadas es tener aromas y sabores a madera poco presentes y que sirvan sólo como complemento al frescor, energía y expresión del terroir del vino. Este vino es un ensamblaje 76% cabernet sauvignon, 13% petit verdot, 8% carménère, 3% syrah, y posee un color rojo rubí intenso, nariz compleja, con frutos rojos y algo de especias, además de notas a grafito que reflejan el contenido mineral proveniente del granito que constituye el suelo. En la boca es elegante, de buena estructura, con mucha energía, persistencia y buena acidez. Esta última lo ayuda a ser fresco, vibrante, jugoso y a tener un buen potencial de guarda en botella. Después continuamos con el carménère Granito Estate, que estuvo catorce meses en barrica de roble francés de segundo, tercero, cuarto y quinto uso. De color rojo rubí intenso, con reflejos púrpuras, en nariz es elegante, con notas a mora, pimienta negra y rosada, canela, clavo de olor; también tiene notas a tabaco. De acidez media, es persistente en boca. Pasamos luego al cabernet sauvignon, de la misma línea, que fue criado durante seis meses en barrica de roble francés de segundo y tercer uso, para pasar luego doce meses en fudres de roble francés sin tostar de 2.500 litros. En cuanto a la cata, es de un rojo rubí profundo; en nariz, fruto rojo y algo de especies, además de notas a grafito, notas florales y algo de mentol; en boca, es estructurado, persistente, con excelente acidez. Y para finalizar, el cabernet sauvignon Kolwe.

Vineyard, que también estuvo veinte meses en fudres de roble francés. De color rojo rubí intenso y de complejidad aromática, con frutos rojos y especiado. En la boca se aprecian los sabores que habíamos encontrado en nariz, es un vino estructurado, con mucha persistencia en boca. La acidez que tiene este vino le permiten un frescor agradable. Es vibrante y de taninos jugosos y gran potencial de guarda en botella.

Creo que estos vinos son el fiel reflejo de un valle, pero sobre todo de la mano del enólogo, porque tienen un estilo. Claramente, Marco Puyo busca equilibrio y buena acidez, pero, a la vez, complejidad, tanto aromática como en boca. En resumen, vinos bien logrados.

Terminamos la noche y la degustación, los vinos fueron la excusa para conversar, reír y compartir la vida. Creo que no hay nada mejor que eso, compartir los momentos con un vino, un rico plato y buenos amigos.


Vinos Dagaz, un camino para recorrer con amigos