LOS MARTES DE DON DEMETRIO
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
El 12 de febrero de 2003 recibí como embajador en Japón al entonces Presidente Ricardo Lagos, quien llegaba a Tokio en visita oficial invitado por el Gobierno nipón. Es casi imposible realizar una narración completa de todos los hechos y detalles que se pueden producir durante una visita presidencial al exterior. El único factor común de ellas es que para quien ejerce como embajador constituye un ejercicio muy complicado, donde no se puede escapar circunstancia alguna. En este caso, obviamente, no es posible narrar en detalle todas las actividades presidenciales en Tokio -las que fueron múltiples -, por lo que me concentraré en las más sustantivas.
Como adelanté en mi anterior entrega, el anfitrión de la Casa Imperial en esta oportunidad fue el Príncipe Heredero Naruhito -actual Emperador-, ya que su padre había sido operado recientemente. A dicho almuerzo asistimos unos 15 chilenos y hubo igual número de japoneses. El recibimiento fue con toda la pompa propia nipona y el largo recorrido que tuvimos que hacer para llegar al sitio del almuerzo permitió a los visitantes chilenos que nunca habían estado allí constatar la elegancia y la simpleza del Palacio Imperial. Impresiona por su sencillez y deja atónito la forma simple, pero tremendamente elegante en que todo está dispuesto. Las murallas son como de una especie de papel de color blanquecino donde a la vuelta de cada pasillo aparece un gran bonsái de una cantidad de años incalculable. Luego llegamos al comedor, que era del mismo estilo, muy sencillo, sin grandes cuadros o adornos, pero de una elegancia única. Detrás de una de esas murallas del material descrito había una pequeña orquesta que durante todo el almuerzo tocó una música japonesa suave y en bajo volumen, lo que daba mayor solemnidad al acto. El Príncipe Naruhito recibió al Presidente Lagos con gran amabilidad y lo hizo sentirse desde un comienzo en confianza, pese al impresionante ambiente reinante. Durante el almuerzo, como es el protocolo en estos actos, hablaron el Presidente y el Príncipe y los demás escuchábamos, salvo que fuéramos requeridos por alguna de las dos autoridades a participar en el diálogo. No se tocaron temas políticos, pues la Casa Imperial no participa en esa clase de asuntos. Hablaron de variadas cosas hasta que cayeron en el tema de la historia mundial de la navegación, tema en el cual el Príncipe es una autoridad. Don Ricardo demostró tener un conocimiento realmente impresionante sobre la materia y traía a colación hechos y fechas que el resto desconocía absolutamente. Fue una conversación de dos personas versadas en la materia. En un determinado momento el Jefe del Estado de Chile mencionó un libro y dio una fecha de su publicación (voy a inventar ambas cosas, pues no recuerdo para nada lo realmente acotado) "Como dijo Ernest Williams en su libro publicado en Londres en 1794..." y siguió con su argumentación. El ágape continuó con la formalidad ya mencionada y dentro del grato ambiente indicado. Al momento de levantarnos de la mesa el Príncipe se acercó al Jefe chileno y en inglés le dijo: "Por favor, Presidente, ¿podría repetirme el autor y la fecha de publicación en Inglaterra de ese libro que usted mencionó?". Lagos, lógicamente, lo hizo y el heredero de la Corona Imperial sacó lapicera y papel para anotar el dato. Resultó que don Ricardo, a la larga, sabía más del tema que el especialista heredero del trono. Lo más impresionante es que todo lo hacía con gran naturalidad.
Cuando inicié la proposición del programa a seguir en Tokio sugerí a Santiago la idea que sería de interés visitar la central de investigación de NTT (Nippon Telegraph and Telephone), que constituía el centro más avanzado de ciencias en el país. Era un lugar de avanzada tecnológica de primera línea. De inmediato se aceptó la proposición e iniciamos las tratativas para concretar la idea. Recibí todo el apoyo imaginable de parte de la empresa. Pasado el tiempo y antes de la llegada del Presidente empecé a dudar de mi propia idea, ya significaba un viaje de más de una hora de ida y otro tanto de regreso. No dije nada, pero me daba vuelta en la cabeza que posiblemente don Ricardo consideraría una especie de pérdida de tiempo invertir cinco horas de su apretado programa en esa actividad. Llegado el momento hicimos el viaje de marras. En lo personal, fuera del éxito de la visita, constituía una oportunidad única, pues en el auto estaría por casi tres horas a solas con el Presidente para hablar de cualquier cosa, posibilidad que no estaba a la mano de ningún chileno. En cuanto a la conversación, fue muy grata, pues hablamos de las más variadas cosas de otras épocas, ya que somos de edad cercana. Nos contamos variadas historias, las mías basadas principalmente en mi experiencia en el Senado, entre 1962 y 1973, y las de él referidas a las diferentes partes del mundo donde había vivido y a los personajes con los que había interactuado. Como se comprenderá, las mías eran de calidad muy inferior en interés e importancia a las de él. Cuando llegamos a NTT nos estaban esperando las más altas autoridades de la empresa, quienes le hicieron al Presidente un recorrido por los lugares donde se estaban desarrollando los más importantes proyectos. El interés del Jefe del Estado fue asombroso y preguntó con fundamento cuanta cosa se le vino a la cabeza. Hubo instantes en que se sentó frente a uno de los computadores y comenzó a desarrollar él mismo el programa que se le había expuesto. Yo lo vi en todo momento muy interesado y entusiasmado con lo que veía allí. Además, el hombre demostró no ser ningún ignorante en la materia y, por ende, los diálogos con los expertos fueron sustantivos. Cuando terminamos la visita para regresar al centro de Tokio yo me subí primero al auto, pues él debió atender a los periodistas. Fueron unos cinco minutos en que la idea del acierto o desacierto de haber ido allí me daba vueltas en la cabeza. Cuando se subió al auto estaba con cara sonriente, me dio una palmada en la rodilla y me dijo: "Puchas que me entretuve". Esa expresión fue un bálsamo para terminar con mis temores. Reitero la impresión que me causó el Presidente sobre su conocimiento de materias que eran en ese momento muy novedosas.
El hombre demostró allí en Japón, una vez más, ser de otro lote.