Secciones

APUNTES DESDE LA CABAÑA

POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
E-mail Compartir

En medio de la decadencia, la suciedad, la destrucción, la delincuencia y la desesperanza que atormentan a nuestro Valparaíso florecen aquí, como las blancas Campanillas de Invierno en la postrera nieve europea, tiendas, almacenes, restaurantes, galerías de arte, AirBnB y cafeterías que tal vez anuncian un nuevo renacimiento de la ciudad. Y entre esas muestras de resiliencia privada, de fe y al mismo tiempo apuesta en el futuro de una ciudad que se niega a morir, se destaca imponente y majestuoso, como fortaleza en lo alto de una colina, el ex Colegio Alemán de Valparaíso, hoy en la fase final de su restauración y conversión en un centro cultural y museo del inmigrante.

La fina, cuidada, meticulosa e imagino onerosa empresa de restauración patrimonial de dicho complejo de bellas edificaciones, la más antigua de 1870, es obra del empresario y filántropo Eduardo Dib Maluk y su familia. Eduardo, hijo y habitante de la V Región, desciende de inmigrantes sirio-libaneses, y su señora de alemanes, e intuyo que fue a través de esa rama de la familia y de su amor por lo cultural y el puerto que centró su interés en la antigua Deutsche Schule zu Valparaíso.

No voy a mencionar montos, metros cuadrados, materiales, especialistas ni los ingentes recursos invertidos por el empresario pues ya se ha escrito al respecto, y los porteños y la cultura y el patrimonio nacional lo irán valorando y apreciando en forma creciente, sino que me referiré a aquello que no puede cuantificarse ni medirse ni pesarse. Me refiero al impacto sanador, alentador e inspirador en el alma de los porteños y los amantes de Valparaíso, a esa identificación de Dib a través de hechos concretos con esta ciudad y con el sueño de que un Pancho mejor no sólo es deseable sino además posible.

Lo crucial es que esta obra filantrópica coloca en el centro de la restauración a las migraciones históricas que contribuyeron a fundar, construir, soñar, dotar de rostro, generar prosperidad y dotar de destino a una ciudad que en el siglo XVI fue una insignificante caleta resguardada por una bahía demasiado abierta. Pero gracias a su gente, emprendedora y visionaria, Valparaíso llegó a ser uno de los principales puertos del Pacífico, la ciudad más atractiva del Pacífico sur y el punto por donde entraban a Chile las innovaciones materiales y espirituales.

En una etapa en que en el mundo arrasa aquello que polariza, el Museo del Inmigrante acerca y une; en momentos en que reinan memorias parciales, la obra del Cerro Concepción invita al encuentro entre las memorias para que se entreveren y enriquezcan; en una fase en que está de moda enfatizar las diferencias, el excolegio acoge bajo un mismo techo; en días en que se desvirtúan hechos del pasado para proyectar una historia sesgada, el Museo suma voces y sentimientos que conversan; y en circunstancias en que algunos se consideran más dueños del territorio nacional que otros, el antiguo establecimiento de enseñanza y próximo centro cultural nos recuerda lo innegable: que todos llegamos a esta franja de tierra desde lejos, de afuera y que nuestra fuerza creativa nace de la diversidad, la historia, la cultura, la lengua y la piel que cada uno de quienes nos antecedieron, y también nosotros, ha traído al mundo.

El ex Colegio Alemán está ubicado en la cima del Cerro Concepción, que puede apreciarse desde varios puntos de la ciudad y que por eso sirve de faro, guía y brújula, y símbolo de unidad y esperanza porteña. Para mí, ex alumno de la Deutsche Schule desde Kindergarten hasta el Cuarto Medio, ese espacio hoy rescatado, encierra a su vez valor emocional por amparar años decisivos de mi formación y permitirme sentir que los maestros y compañeros que por allí pasaron mientras fui su alumno, y todos cuantos pasaron antes y después que yo, seguirán viviendo allí, continuarán recorriendo esos patios, aulas, salones y gimnasio, tomando o rindiendo exámenes, aprendiendo a leer, escribir y multiplicar y a cantar y recitar en alemán, o se seguirán enamorando por primera vez o sufriendo el primer desamor, soñando con una carrera y egresando el último día cargados con recuerdos de esa bella etapa de la vida.

Era un colegio con espléndida ubicación. Desde allí se divisaba la ciudad, y en días despejados hasta el Aconcagua nevado. Nuestra ciudad se extendía ante nuestros ojos de niños no lisa y plana como una mesa de billar sino irregular y con altibajos como la vida misma: el Pacífico infinito, a veces calmo, a veces encabritado y cubierto por una capa de nubes negras; los cerros y escaleras y funiculares con ascensos y caídas; los barrios bien y también los pobres -que Valparaíso todo lo revela y nada oculta-, las panaderías y los almacenes de la esquina, los barcos y las micros, las iglesias donde muchos eran bautizados y se casaban, y los cementerios donde un día descansamos. Visto desde el excolegio y debido a su accidentada topografía, Valparaíso luce siempre variado, promisorio e incierto y tan enrevesado como la vida misma, esa que no se cansa de brindarnos sorpresas. Contemplar a Pancho desde allí era una radiante lección de filosofía sobre la existencia, la libertad, la singularidad y el chúcaro destino que cada uno intenta domar.

La restauración del ex colegio y su conversión este año en centro cultural y museo del inmigrante es un regalo a la ciudad y su identidad, y al mismo tiempo un mensaje de Dib que expresa la fe y la esperanza que deposita en ella y sus habitantes, y al mismo tiempo es una reverencia a los antepasados llegados de tantos confines del mundo a esta ciudad que varias veces ha estado al borde de la destrucción y la muerte, pero que siempre ha logrado reinventarse. La restauración patrimonial y la irradiación cultural de la obra implica igualmente una gran responsabilidad para los porteños, sus autoridades y quienes la visiten. Una ciudad que no está consciente ni valora ni aprecia sus raíces ni su historia, carece de sueños, de empuje y destino, una ciudad así es una pobre hoja seca al viento. El museo y centro cultural es infinitamente más que una inmensa inversión material, es una brisa fresca que puede inspirar el alma de Valparaíso e impulsar su nueva reinvención, ojalá la definitiva. Eduardo Dib Maluk: ¡Chapeau!


Restauración del ex Colegio Alemán: la importancia de lo simbólico