LA TRIBUNA DEL LECTOR No más wokismo
POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO.
Una editorial alemana promocionó un libro con la frase "este libro te abrirá los ojos". Fue atacada de inmediato debido al "sufrimiento" que la expresión podía causar en la población no vidente. Ante la presión de una minoría bulliciosa y violenta, la editorial se vio obligada a retirar el anuncio.
La poetisa afroamericana Amanda Gorman encantó a todos al leer su poema "The Hill We Climb" en la toma de posesión del Presidente Joe Biden. Muchas editoriales compraron rápidamente los derechos. Para la edición holandesa, Gorman sugirió como traductora a la escritora Marieke Lucas Rijneveld, ganadora del premio Booker, simplemente porque admiraba su obra. Sin embargo, una bloguera afrodescendiente escribió un artículo en el cual sostenía que la poesía de Gorman sólo podía ser traducida por una escritora "negra". ¿Resultado? Rijneveld se vio obligada a renunciar. ¿Su pecado? Ser una mujer blanca heterosexual.
A estos ejemplos que encontramos en el libro "La izquierda no es woke" (2024), de la filósofa estadounidense Susan Neiman, agrego uno más. En enero de este año, en un podcast llamado "El sentido de la birra", la inefable Irene Montero, exministra de Igualdad de España, contestó a la pregunta qué es una mujer en los siguientes términos: "Ser mujer implica tener una posición en la sociedad de desigualdad frente a los hombres", ante lo cual el entrevistador replicó que, entonces, ella no encajaría en la descripción, pues junto con sus amigas del feminismo radical (Ángela Rodríguez Pam, Ione Belarra, Antonia Orellana, Irina Karamanos) ha adquirido importantes cuotas de poder, junto con un alto poder adquisitivo financiado, desde luego, por el Estado.
¿A qué viene toda esta parrafada? A que en las últimas elecciones del Parlamento Europeo la derecha arrasó, entre otras razones, porque la gente común y corriente se cansó de las sandeces de la izquierda woke, supuestamente progresista, pero profundamente sectaria, partisana, identitaria, intolerante, hipócrita, contradictoria y dudosamente democrática.
El problema no se reduce, como han sugerido algunos comentaristas, a una versión actualizada del debate de 2003 entre Nancy Fraser y Alex Honneth. En efecto, no se trata de priorizar la redistribución (Fraser) frente al reconocimiento (Honneth) o viceversa, sino de entender que en Occidente la izquierda woke ha causado un daño profundo a la izquierda democrática inspirada en una justicia social al estilo de Rawls, Sen o Nussbaum.
En Chile basta con ver el daño que al socialismo democrático han causado el FA y el PC, reflejado en las urnas y que, probablemente, se replicará en las próximas elecciones municipales.
La invitación, entonces, es a que la izquierda mesurada y dialogante, que ha sido tradición en nuestro país, se imponga al wokismo chileno y recupere la senda de los acuerdos en función del bien común y el progreso, real y genuino, de la sociedad.