Entre el temor y la esperanza
Cada vez más porteños se van retirando de la ciudad y si de ellos dependiera, no saldrían más de sus casas ante el espanto que les produce nuestra ciudad. Ya nadie quiere salir de su barrio, y cada vez más gente se va retirando de los que por décadas fueron sus escenarios habituales".
A propósito de las cuentas de luz, mientras los defensores del legado de Allende abogan ahora por sincerar las tarifas que ellos mismos presionaron por congelar hace sólo unos años, dando curso a la vía capitalista de los precios y reventando en el camino a los sectores medios, el ejercicio de frivolidad electoral que vivimos da paso a las recriminaciones, a los enjuagues y vaya uno a saber cuánta otra cosa que habla menos de la virtud política y más del egoísmo humano.
Los ecos del octubrismo aún reverberan en todas esas tapias o cierros que, instalados en decenas de inmuebles tras la violencia de 2019 y habiendo transcurrido casi cinco años, sus propietarios se niegan a retirar. Así ocurre al menos en todo el plan de Valparaíso. Ni qué decir de nuestro parlamento que yendo de manera flagrante contra la voluntad popular, pretende ahora seguir adelante con el proceso constituyente pero de contrabando, como haría un vulgar ladrón con el resultado del 4 de septiembre de 2022 que de forma aplastante rechazó las tesis de la ideología de género y de la igualdad sustantiva, amparándose en el subterfugio de una aparentemente inocente ley de violencia de género, que no es más que otra manera de seguir imponiendo una agenda foránea que la inmensa mayoría de los chilenos no desea.
Y como señal del fracaso que se enseñorea por estos lares, se publica también la noticia de las cifras alarmantes de ausentismo escolar en esta región, obligándonos a plantear -si no queremos caer aún más- una estrategia a corto plazo para combatirlo. Menciono aquí la posibilidad de organizar comités, juntas, o brigadas de acompañamiento escolar que actúen coordinados desde el municipio con la participación de actores de la sociedad civil, principalmente estudiantes universitarios de trabajo social, psicología y pedagogía, las que debiesen interactuar con la comunidad, los colegios y las familias de los menores ausentes para así contar con un diagnóstico certero y un acompañamiento concreto.
Hoy en Valparaíso cunde el miedo a que suceda algo imprevisto o, quizá, demasiado previsto como es que todas aquellas cosas que jamás deberían haber sucedido vuelvan a ocurrir. A ese temor, que no es sólo mío, sino de todas las personas con las que hablo, apunta el título de esta columna. Y no es del todo infundado, pues el clima de nuestro país no es el mejor en estos momentos y en el caso de Valparaíso sus calles transmiten una imagen de incertidumbre y abandono, la sensación de que se encuentran cada vez más despobladas.
Cada vez más porteños se van retirando de la ciudad y, si de ellos dependiera, no saldrían más de sus casas ante el espanto que les produce nuestra ciudad. Ya nadie quiere salir de su barrio, y cada vez más gente se va retirando de los que por décadas fueron sus escenarios habituales. Del país, a la ciudad, de la ciudad al barrio, del barrio a la casa, de la casa a la habitación, de la habitación a la cama y de ahí al cementerio. Vivir, al contrario de la muerte, es una explosión, y vivir en la ciudad es poder y querer ir hacia lo abierto y no encerrarse cada vez más por el temor. Ir a un museo, el cine, los cafés, eso es fundamental. Como alguna vez escribió Jung, la vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir.
Pero no hay miedo que no conlleve una esperanza. Ésta también figura en el título de esta columna y a ella, por mínima que sea, debemos tratar de asirnos en los días de zozobra que aún nos faltan por vivir. Las próximas elecciones donde los porteños podrán votar, quizás sean un símbolo de esperanza, de renacimiento, de regeneración y de primavera, similar al bosque del que hablaba Jorge Teillier. Por lo demás, no hay mal que dure cien años ni tonto que lo aguante según reza el refrán, aunque siendo pocos los mástiles en estos tiempos con la solidez necesaria para agarrarse de ellos, la espera y la esperanza son precisamente las dos actitudes fundamentales en los tiempos de la actual crisis.
En esa espera estamos, y en la esperanza que de nosotros depende que vengan tiempos mejores, sabiendo de muchos porteños que se han puesto en acción hace rato para tratar de levantar la ciudad. En palabras de San Agustín: "Decid que los tiempos son difíciles, entonces cambiad vosotros. Nosotros somos el tiempo". Si puedo pedir algo, salgamos a lo abierto. Aún hay películas nuevas y restaurantes que se niegan a morir y bien podríamos ir a dar una vuelta. 2
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