RELOJ DE ARENA La evolución del cuento del tío
Su hija resultó lesionada en el accidente de 15 Norte. El paramédico necesita saber si es alérgica a algún medicamento.
Quien entrega esta inquietante información por el teléfono celular dice ser el teniente García, de la Primera Comisaría de Viña del Mar, esa que está situada en Cuatro Norte con Cuatro Poniente.
Afirma que el número de contacto familiar es el mío y que figura en el celular de la herida.
La información que pide resulta lógica, pues se deben considerar las reacciones del lesionado, especialmente en casos de emergencia.
La ambientación de la llamada que recibo en casa es perfecta. El teniente García tiene como fondo el ulular de sirenas y la insistencia de bocinas propias de algún taco.
Con todo, la perfección se derrumba, pues la hija mencionada, con nombre y apellido en ese momento, está en Santiago, en la empresa constructora donde trabaja, a más de 100 kilómetros de Viña del Mar.
Pero se ha instalado la duda. Podría ser otra hija.
Pregunto:
-¿Cuál es la marca del auto del accidente?
Silencio. El diálogo se ha prolongado demasiado y el supuesto teniente, voz joven y correcta, simplemente corta. El montaje, uno de tantos, ha fracasado y habrá que buscar otros incautos iniciando la operación con una pregunta lógica, las alergias del herido, para avanzar a la petición de datos de tarjetas y bancos y, tal vez, a la petición de un depósito para llevar al lesionado a una clínica privada en vez del servicio de urgencia que demora horas en atender.
Pantalla en rojo
Una útil aplicación de mi teléfono consigna entre los llamados recibidos uno que indica: "Llamante no deseado (Sospecha)". Además, incluye un número de WhatsApp y la palabra "Smart", estableciendo el tipo de celular desde donde se originó el llamado. Cuando el sistema establece dudas, la pantalla del receptor se pone roja.
Una buena protección, pero el problema es que la cantidad de esos llamados que llega cada día es numerosa, lo cual indica que estamos amenazados por todos lados y no sabemos qué hacer. Las trampas están a la vuelta de la esquina.
Se han tomado medidas con el objeto de controlar y bloquear el tráfico ilícito de comunicaciones desde las prisiones, pero al parecer las medidas no han funcionado. La autoridad afirma que sí funcionan, pero los gremios de Gendarmería, primera línea en la batalla, sostienen que la "inhibición total" de las comunicaciones no se mantiene y los aparatos siguen recibiendo y enviando mensajes a través de WhatsApp.
Las comunicaciones de los recluidos van y vienen a través de las redes sociales y se siguen cometiendo delitos de variada cuantía, planificando otros de mayor envergadura y, sin duda, dirigiendo bandas importantes.
El crimen organizado así tiene mayor poder y pareciera dar lo mismo para el delincuente estar en libertad o recluido.
NúMEROS INQUIETANTES
Los números son preocupantes. De una población total del país de 55 mil internos, sólo en los más importantes penales capitalinos se han encontrado unos 10 mil teléfonos celulares. Proyectando la cifra llegamos a un teléfono ilícito por cada 5,5 reos.
Christian Alvear, exdirector nacional de Gendarmería, acusa que las cifras evidencian que las cárceles están siendo totalmente vulnerables y en relación con la crisis de seguridad que vive el país afirma que "quien no controla la delincuencia organizada en las cárceles, menos lo hará en las calles".
Nueva realidad que supera ampliamente al viejo cuento del tío, donde el ingenio de la delincuencia y la ingenuidad de las personas eran "rentables" y hasta inofensivas. Dirá usted que todo cambia y evoluciona, para bien y para mal, pero también deben evolucionar las defensas de la sociedad para evitar que las amenazas sigan dominando nuestra vida diaria, como, pareciera, ocurre en la actualidad.
No cabe aquí la indiferencia oficial, característica, por ejemplo, de la personalidad de Ramón Barros Luco, dueño de casa en La Moneda entre 1910 y 1915. "El 90 por ciento de los problemas se resuelven solos y el resto no tiene solución", sostenía. Llegó a la Casa de Gobierno a los 76 años, sin agitarse y sin perder el sueño afrontó todo el oleaje de los tiempos parlamentarios.
Su reacción ante la amenaza delictual pareciera tener seguidores, de acuerdo a un relato del antiguo periodista de este Diario, Alex Varela. Un día el jefe de policía visitó al mandatario para darle a conocer, pruebas en mano, un hecho gravísimo: la falsificación de billetes de cien pesos. El Presidente tomó el billete y reconoció la calidad de la falsificación.
-Déjemelo -dijo al policía- para mostrárselo al ministro de Hacienda.
A los pocos días le habló del asunto al ministro, quien le expresó su interés por ver el billete con el fin de iniciar una investigación sobre su procedencia.
Don Ramón lo buscó inútilmente en su cartera.
-Parece que lo que le pasé fue su explicación…
Don Ramón es hoy historia, no por ese billete bien falsificado, sino que por un popular sándwich.
Gran escala
En la segunda mitad del siglo XIX, Chile fue víctima de un estafador en gran escala. Con conocimientos metalúrgicos llega a Valparaíso el 30 de mayo de 1877 Alfredo Paraff junto a Francisco Roger, ambos alsacianos. Proceden de San Francisco de California, donde la fiebre del oro hace estragos económicos y sociales. Y también hace ricos, muy ricos.
Paraff se ha hecho conocido en la ciudad norteamericana por fabricar mantequilla artificial. El negocio era bueno, pues las multitudes que llegaban a la costa oeste de los Estados Unidos necesitaban alimentarse.
Pero la mirada de Paraff iba más allá. Sabía que Chile había sido un gran productor de oro desde los tiempos de la colonia. Así lo revela, sobre bases históricas, Vicuña Mackenna en su libro "La edad del oro en Chile", en el que da cuenta de los "reinos encantados" del precioso metal "desde don Pedro de Valdivia a don Alfredo Paraff".
A lo largo del territorio nacional y a través de los siglos se ha movido mucha tierra en busca del precioso metal. Quedan los escombros despreciados y sobre ellos fijan su mirada Paraff y Rogel. Tienen razón, pues en esa escoria quedan restos, ínfimos si se quiere, del preciado metal. Hay que rescatarlo.
Es mucha la riqueza perdida y Paraff tiene la fórmula mágica y, por cierto, secreta. Con determinados reactivos, trata los desechos y aparece el oro reluciente.
Escribe el fecundo Roberto Hernández en su obra "Los chilenos en San Francisco de California":
- "Y como Paraff era un químico de fecundia sorprendente, así como fabricaba mantequilla artificial, ¿por qué no podía consagrarse con más ventaja a la fabricación de oro artificial? Este último negocio le iría mejor que con la mantequilla que en California le deparó malos ratos... obra de los envidiosos".
Llega a Chile en la Presidencia de Aníbal Pinto, quien, no es novedad, afronta una crisis económica y con una guerra en el horizonte.
El tipo se vende bien. Muestra y comprueba la calidad de su oro y los lingotes llegan hasta La Moneda. Y como en las viejas escorias hay oro en cantidades y tenemos la presencia de un científico que puede obtenerlo, el panorama deja de ser sombrío.
Se organizan sociedades, se venden acciones, hay interés en el mercado de Londres por las empresas nacionales, la máquina comienza a funcionar y el oro a circular es recibido hasta en La Moneda.
Pero el sistema tiene tropiezos y dudas. No es tan sencillo sacar oro de la escoria. Finalmente, el 24 de septiembre de 1877, el promotor Fiscal Robustiano Vera presenta en el Juzgado del Crimen una denuncia por estafa, acusando derechamente que Alfredo Paraff "había dado origen a la constitución de varias sociedades y a transacciones numerosas que tenían ya consumidos capitales de consideración y ocasionarían la ruina de muchas familias". El día 29 es detenido y comienza el derrumbe de un sueño.
Recriminaciones múltiples, en las más altas esferas.
De nada sirven. La única realidad es la crisis económica y una guerra.
El hecho es que don Alfredo Paraff había engañado a un país entero, cuento del tío sin precedentes que, es posible, fue un buen "téngase presente" para la credulidad nacional que se deslumbra con doctrinas y personajes importados.
Más allá de la lección, herencia accesoria de Paraff es un combustible de moda y caro en estos helados días.
Usted sabe que hablamos del kerosene, pero quizás por qué nosotros en Chile hablamos de parafina, inmerecido reconocimiento a un estafador tal vez con título universitario.